El ecumenismo / alianzas peligrosas

El ecumenismo / alianzas peligrosas
Por: Rafael Monroy
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as razas y los idiomas que hoy existen fueron resultado de la desobediencia del hombre, y de su intento de alcanzar a Dios mediante proyectos puramente humanos. Este deseo de alcanzar la grandeza y el reconocimiento tiene sus raíces en el antiguo relato de la llanura de Sinar, donde la humanidad tomó una decisión que afectaría a todas las generaciones futuras.

“En ese tiempo se hablaba un solo idioma en toda la tierra. Al emigrar al oriente, la gente encontró una llanura en la región de Sinar, y allí se asentaron. Un día se dijeron unos a otros: Vamos a hacer ladrillos, y a cocerlos al fuego. Fue así como usaron ladrillos en vez de piedras, y asfalto en vez de mezcla. Luego dijeron: «Construyamos una ciudad con una torre que llegue hasta el cielo. De ese modo nos haremos famosos y evitaremos ser dispersados por toda la tierra». Pero el Señor bajó para observar la ciudad y la torre que los hombres estaban construyendo, y se dijo: Todos forman un solo pueblo y hablan un solo idioma; esto es solo el comienzo de sus obras, y todo lo que se propongan lo podrán lograr. Será mejor que bajemos a confundir su idioma, para que ya no se entiendan entre ellos. De esta manera el Señor los dispersó desde allí por toda la tierra, y por lo tanto dejaron de construir la ciudad. Por eso a la ciudad se le llamó Babel, porque fue allí donde el Señor confundió el idioma de toda la gente de la tierra, y de donde los dispersó por todo el mundo.” Génesis 11:1-9.

El origen del ecumenismo

Desde el principio de la creación, los seres humanos hemos tenido un deseo innato de prosperar, asociando la riqueza y el poder con “éxito.” Este mismo impulso llevó a los antiguos habitantes de Sinar a construir una ciudad que representara su sueño de alcanzar la “cima” y asegurar que sus nombres fueran recordados por generaciones.

La metrópoli que imaginaban sería la más grande y próspera de su tiempo, y debía tener un símbolo de grandeza visible para todos: una torre tan alta que llegara hasta el cielo. La convicción de estos hombres era tan intensa que parecían decididos a completar el proyecto sin importar los desafíos.

Sin embargo, su ambición se vio frustrada cuando Dios intervino, confundiendo su “único” idioma y anulando su unidad de propósito. Así terminó uno de los sueños más audaces de la humanidad: construir una sociedad unificada, en la que todos pensaran y actuaran bajo un mismo objetivo.

¿Por qué Dios no permitió que este proyecto se realizara? A primera vista, puede no parecer incorrecto edificar una gran ciudad. Hoy en día, existen ciudades como Nueva York que simbolizan el esplendor y la grandeza de la sociedad moderna. Tampoco parecería perjudicial que la humanidad busque actuar en un propósito común. Sin embargo, la Escritura nos enseña que los pensamientos de Dios no son como los nuestros. “Porque mis pensamientos no son los de ustedes, ni sus caminos son los míos, afirma el Señor.” Isaías 55:8.

En lugar de someterse a la voluntad de Dios, los constructores de Babel buscaban establecer su propio camino y glorificar su nombre, sin reconocer que la verdadera grandeza y unidad se encuentran en obedecer los designios divinos.

La torre de Babel nos muestra un claro ejemplo de lo que Dios no desea para su pueblo. En aquel tiempo, los hombres decidieron construir un proyecto monumental que los glorificaría a ellos mismos y perduraría a través de los siglos. Sin embargo, los designios de Dios no están enfocados en ciudades o en riquezas materiales, sino en unirnos en un propósito que refleje su naturaleza divina. Dios anhela que estemos unidos en espíritu, caminando en santidad y representando su carácter en la tierra.

“Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado. Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan.” Romanos 10:11-12.

El Señor quiere unirnos

Dios desea que seamos un solo pueblo, unidos en un mismo sentir y propósito. La oración de Jesús refleja este deseo de unidad. “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno.” Juan 17:20-22.

El deseo de Dios es que seamos uno, que pensemos y actuemos con el mismo propósito y amor que Jesús demostró. Sin embargo, la naturaleza caída del hombre tiende a pervertir este ideal, manipulándolo para alcanzar sus propios objetivos y ambiciones.

El propósito de Dios es crear una unidad entre los hombres que trascienda nacionalidades y lenguas. Durante la fiesta de Pentecostés, este deseo se manifestó cuando Dios repartió lenguas para que todos pudieran entenderse, un acto que simboliza su anhelo de comunicación y unidad en el Espíritu. (Hechos 2.) Este don de lenguas fue una muestra del interés divino por romper las barreras del idioma y permitir que los creyentes compartieran el mismo sentir y propósito.

La barrera del idioma que nos dividía fue eliminada de forma sobrenatural, e incluso Dios otorgó el poder de hablar lenguas angelicales, tal como dice la Escritura. “Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe.” 1 Corintios 13:1.

Este don nos permite pronunciar las palabras que el Espíritu Santo nos guía a decir. Sin embargo, de nada sirve hablar un mismo idioma si no compartimos la misma forma de pensar. Por eso, el Espíritu Santo obra en nosotros, guiándonos para que todos participemos de un mismo propósito y de una misma misión en el Reino de Dios.

Oyen, pero no escuchan

La Escritura nos habla del propósito de las lenguas y la profecía en la iglesia, advirtiendo sobre el peligro de oír sin escuchar verdaderamente la voz de Dios. “En la ley está escrito: En otras lenguas y con otros labios hablaré a este pueblo; y ni aun así me oirán, dice el Señor. Así que, las lenguas son por señal, no a los creyentes, sino a los incrédulos; pero la profecía, no a los incrédulos, sino a los creyentes. Si, pues, toda la iglesia se reúne en un solo lugar, y todos hablan en lenguas, y entran indoctos o incrédulos, ¿no dirán que estáis locos? Pero si todos profetizan, y entra algún incrédulo o indocto, por todos es convencido, por todos es juzgado; lo oculto de su corazón se hace manifiesto; y así, postrándose sobre el rostro, adorará a Dios, declarando que verdaderamente Dios está entre vosotros. ¿Qué hay, pues, hermanos? Cuando os reunís, cada uno de vosotros tiene salmo, tiene doctrina, tiene lengua, tiene revelación, tiene interpretación. Hágase todo para edificación.” 1 Corintios 14:21-26.

El don de lenguas, tanto para hablarlas como para interpretarlas, es una señal del poder de Dios para la edificación de los creyentes. Sin embargo, Pablo nos recuerda que el pueblo de Israel, a pesar de que Dios les habla en otros idiomas y a través de personas extranjeras, sigue siendo rebelde y no obedece su voz. Esta falta de obediencia no es solo un problema de entender las palabras, sino de recibir y aceptar el mensaje que Dios está comunicando.

Pablo también se dirige a la iglesia, advirtiendo que si alguien habla en un idioma diferente sin interpretación, es como si todos hablaran el mismo idioma sin compartir el mismo propósito. Esta situación es común hoy en día, cuando diferentes congregaciones tienen doctrinas diferentes entre sí, estilos de predicación y creencias que varían ampliamente entre una iglesia y otra, especialmente se distancian del verdadero evangelio. Esto da lugar a un cristianismo fragmentado, donde cada grupo sigue su propio camino en lugar de estar unidos en el mismo sentir.

Por el contrario, si todas las congregaciones fueran guiadas por el Espíritu Santo, habría una edificación mutua en el mismo propósito. La iglesia recibiría las mismas revelaciones, enseñanzas y salmos; hablaríamos un “mismo idioma” espiritual, aunque estuviéramos en diferentes partes del mundo, o utilizáramos distintas lenguas. Todo procederá del Espíritu Santo, y este vínculo espiritual nos unirá en un mismo pensamiento y propósito, reflejando la unidad divina que Dios desea.

Tener un mismo idioma y un mismo pensamiento es parte del plan de Dios. Cuando esta unidad se extienda a todas las congregaciones del mundo, producirá resultados poderosos y transformadores. La unión de los creyentes, conforme al plan de Dios, traerá bendiciones y fortaleza al cuerpo de Cristo, permitiendo que su luz brille con mayor fuerza en el mundo.

El ecumenismo moderno

En la actualidad, existen movimientos ecuménicos que intentan unificar diversos grupos religiosos, incluyendo tanto iglesias protestantes como evangélicas, bajo una sola entidad. Este esfuerzo de unidad, promovido principalmente por la Iglesia Católica, busca que todas las iglesias que, según ellos, se han “separado” de sus filas, regresen a la que consideran la “única iglesia” fundada por Jesucristo. La Iglesia Católica se atribuye a sí misma este título, argumentando que es la verdadera representante de Cristo en la tierra.

Sin embargo, esta búsqueda de unidad puede ser sumamente dañina para quienes la aceptan sin discernimiento y persisten en estos propósitos. La Escritura nos advierte: “Porque no te has de inclinar a ningún otro dios, pues Jehová, cuyo nombre es Celoso, Dios celoso es. Por tanto, no harás alianza con los moradores de aquella tierra; porque fornicarán en pos de sus dioses, y ofrecerán sacrificios a sus dioses, y te invitarán, y comerás de sus sacrificios; o tomando de sus hijas para tus hijos, y fornicando sus hijas en pos de sus dioses, harán fornicar también a tus hijos en pos de los dioses de ellas.” Éxodo 34:14-16.

Un cristiano nacido de nuevo y lleno de la presencia de Dios debe discernir con claridad y evitar caer en el error de unirse a un plan que, según la Escritura, está destinado a fracasar. Al examinar la Palabra de Dios, podemos ver que la religión católica, en muchos aspectos, refleja lo que el libro de Apocalipsis describe como “la gran ramera,” una entidad que sufrirá un final repentino como juicio divino debido a siglos de idolatría, abusos y asesinatos institucionales, que cobraron la vida de miles de verdaderos hijos de Dios.

Para el creyente, esta advertencia es clara: la verdadera unidad que Dios desea no se basa en alianzas religiosas con sistemas que no honran su santidad y verdad, sino en una unidad guiada por el Espíritu Santo, en la que la luz de Cristo resplandezca sin mezcla de oscuridad.

Constantino y la religión: un ejemplo de ecumenismo

Constantino Primero, emperador romano, es conocido como el primer gobernante en permitir el libre culto al cristianismo en el Imperio Romano. Su conversión, sin embargo, ha sido objeto de debate, especialmente porque pospuso su bautismo hasta poco antes de su muerte en 337 d.C. Según fuentes históricas, su cambio de perspectiva religiosa fue motivado por una visión que tuvo antes de la Batalla del Puente Milvio, el 28 de octubre de 312 d.C.

La visión de Constantino se desarrolló en dos partes. Primero, mientras marchaba con sus tropas, observó una cruz luminosa sobre el sol acompañada de la frase «In hoc signo vinces» («Con este signo vencerás»). Esa misma noche, en un sueño, se le indicó que adoptara el símbolo de la cruz en los estandartes de su ejército. Siguiendo esta revelación, Constantino mandó a sus soldados que llevasen el lábaro, un estandarte con el crismón (las letras griegas «XP,» las iniciales de Cristo) en sus escudos.

Tras su victoria en la Batalla del Puente Milvio, Constantino consolidó su poder y comenzó a transformar la relación entre el Imperio Romano y el cristianismo. En 313 d.C., junto con su co-emperador Licinio, emitió el Edicto de Milán, que otorgaba libertad religiosa en todo el imperio y terminaba oficialmente con las persecuciones a los cristianos. Este edicto marcó un cambio radical en la historia religiosa del imperio, al permitir que el cristianismo se practicara libremente.

A pesar de su apoyo al cristianismo, la autenticidad de la conversión de Constantino ha sido cuestionada, ya que continuó manteniendo ciertas prácticas paganas y no se bautizó sino hasta el final de su vida. Sin embargo, su promoción de la fe cristiana fue firme, y también convocó el Concilio de Nicea en 325 d.C., un evento clave en la historia eclesiástica.

Constantino también promovió una relación estrecha entre la iglesia y el estado. Muchos obispos cristianos asumieron roles en la administración imperial, lo que fortaleció la influencia de la iglesia en el gobierno. Este cambio sentó las bases para una estructura política en la que la religión y el gobierno se apoyaban mutuamente.

La figura de Constantino como ejemplo de ecumenismo

La figura de Constantino es, en muchos sentidos, un ejemplo temprano de ecumenismo. Su política promovió la unidad religiosa en el imperio, integrando al cristianismo en la estructura política y social. Este legado transformador marcó el inicio de una relación formal entre la iglesia y el estado que perduraría durante siglos.

A pesar de su supuesto apoyo al cristianismo, Constantino no dejó de intervenir en los asuntos de la iglesia, afirmando de sí mismo que era “el obispo de los de afuera.” Aunque el impacto de esta influencia no pudo ser medido en su tiempo, los cristianos de la época se encontraron en una situación confusa: por un lado, sentían gratitud hacia el emperador por poner fin a tres siglos de persecución; por otro, permitieron que un líder político asumiera roles y decisiones en cuestiones espirituales. Esta relación simbiótica entre la iglesia y el estado, iniciada bajo Constantino, no solo brindó libertades a los cristianos, sino que también abrió la puerta a la participación de algunos “cristianos” en la política imperial, donde muchos sucumbieron a las tentaciones corruptoras del poder.

Esta corriente de alianzas político-religiosas alcanzó su máximo esplendor durante la Edad Media, una época en la que la iglesia llegó a reemplazar al gobierno secular, con un “gobierno espiritual” que influía en la dirección de las naciones. La iglesia comenzó a establecer leyes y normas que se imponían sobre los poderes civiles, creando una estructura en la que la autoridad religiosa se entrelazaba profundamente con el gobierno. Esta relación dio paso a una era en la que el poder eclesiástico no solo influía en la vida espiritual, sino también en la política, la educación y el comportamiento social.

El impacto de las cruzadas y la Inquisición

El resultado de esta alianza fue que millones de personas enfrentaron una nueva forma de persecución. En lugar de ser perseguidos por el estado, ahora la iglesia persiguió a aquellos considerados “infieles” o “herejes.” Durante los siglos XII y XIII, la propagación de diversas “herejías” en el sur de Francia alarmó a las autoridades eclesiásticas. En respuesta, el papa Inocencio III hizo un llamado a los nobles del norte de Francia para que organizaran una cruzada contra los herejes, en defensa de la cristiandad. Esta cruzada, conocida como la Cruzada Albigense, se convirtió en una campaña militar brutal que buscaba erradicar a los cátaros y otros grupos considerados herejes, y fue uno de los primeros ejemplos de persecución religiosa organizada bajo el mandato de la iglesia católica.

La “conversión” de Constantino y su influencia en la iglesia fueron el inicio de una transformación profunda que, a lo largo de la historia, llevó a la iglesia a tomar un papel dominante en la política y el gobierno. Este poder fue ejercido a través de tribunales religiosos y cruzadas, y aunque brindó unidad al imperio, también desvió el propósito original del cristianismo. La iglesia se convirtió en un símbolo de autoridad no solo espiritual, sino política, ejerciendo un control que marcó profundamente la historia de Europa.

Las cruzadas sangrientas y el origen de la Inquisición

En el verano de 1209, se emprendió la Cruzada Albigense, una de las cruzadas más sangrientas de la historia, que se prolongó casi dos décadas. El objetivo de esta campaña militar, promovida por la Iglesia Católica, fue erradicar la herejía cátara en el sur de Francia. Durante esta cruzada, miles de personas, tanto herejes como inocentes, fueron asesinadas, y comunidades enteras quedaron devastadas. Sin embargo, a pesar de la brutalidad, las doctrinas heréticas no desaparecieron, lo que motivó a la iglesia a establecer un sistema más estructurado para combatir la herejía.

En la Edad Media, la herejía era definida por la Iglesia Católica como cualquier creencia, enseñanza o práctica que se desviara de la doctrina oficial de la Iglesia. Considerada una amenaza no solo para la fe, sino también para el orden social y político de la época, la herejía abarcaba una variedad de creencias o interpretaciones religiosas que cuestionaban, contradecían o no seguían los dogmas establecidos por la autoridad eclesiástica.

Leer, interpretar o predicar la Biblia sin la supervisión de la Iglesia era considerado peligroso, ya que se temía que llevara a la difusión de ideas contrarias a la ortodoxia. La traducción de la Biblia a las lenguas vernáculas y su interpretación personal se consideraban herejías porque permitían a los fieles estudiar la Biblia sin la interpretación autorizada de la Iglesia.

Así surgió el Santo Oficio, conocido como la Inquisición Papal, una corte formal establecida con la tarea de investigar y juzgar a los acusados de herejía. A quienes se negaban a confesar se les remitía a las autoridades seculares para ser ejecutados, dado que la iglesia evitaba llevar a cabo las ejecuciones directamente. En el contexto del siglo XIII, donde se creía que la salvación solo era posible dentro de la Iglesia Católica Romana, cualquier persona ajena a esta institución podía ser acusada de hereje.

El fanatismo y el temor desatado en esta lucha contra los herejes también se utilizaron para perseguir a otros grupos, entre ellos los judíos, quienes sufrieron discriminación y ataques durante este período. Para la iglesia de la época, la herejía y cualquier grupo considerado “extraño” representaban una amenaza que debía ser erradicada.

La Cruzada Albigense y la posterior instauración de la Inquisición Papal reflejan el esfuerzo de la Iglesia Católica por mantener la ortodoxia y su influencia en la sociedad medieval. Estos eventos marcaron un período de intolerancia religiosa y represión, cuyas consecuencias dejaron una huella profunda en la historia europea, afectando a diversas comunidades y configurando una época de temores y persecuciones en nombre de la fe.

La persecución de los judíos en la Edad Media

Durante la Alta Edad Media, surgió una creciente intolerancia hacia quienes se consideraban enemigos del cristianismo. Aunque esta hostilidad fue evidente en las cruzadas contra los musulmanes, también se extendió hacia los judíos, quienes se convirtieron en blanco de persecuciones. La atmósfera religiosa de la época, marcada por la lucha contra herejes, musulmanes y judíos, desencadenó una guerra no declarada contra cualquier creencia no cristiana.

Los judíos fueron objeto de acoso creciente, alentado por frailes que los acusaban de ser “asesinos de Cristo.” En 1215, el Cuarto Concilio de Letrán decretó que los judíos debían usar vestimentas distintivas para diferenciarlos de los cristianos. Este concilio también fomentó el desarrollo de guetos judíos, recintos amurallados que, en lugar de protegerlos, buscaban aislarlos de la sociedad cristiana.

Estas medidas intensificaron el antisemitismo en Europa, fomentando una visión negativa y estigmatizante del judío como enemigo de la fe. La persecución y el aislamiento sistemático contribuyeron a una tradición antisemita que se convirtió en una de las más trágicas herencias de la Europa cristiana en la historia occidental. Este periodo sentó las bases para siglos de discriminación y violencia hacia los judíos, dejando una huella profunda en la historia europea.

La influencia de Martín Lutero en el antisemitismo

Martín Lutero, figura central de la Reforma Protestante, es conocido por sus contribuciones teológicas y su desafío a la Iglesia Católica. Sin embargo, su legado también incluye escritos profundamente antisemitas que han dejado una marca oscura en la historia. En su tratado de 1543, «Sobre los judíos y sus mentiras,» Lutero expresó opiniones extremadamente hostiles hacia el pueblo judío. Propuso medidas drásticas como la quema de sinagogas, la destrucción de hogares judíos y la prohibición de enseñar bajo pena de muerte. Estas ideas reflejan una postura de intolerancia que, lamentablemente, encontró eco en siglos posteriores.

Lutero no fue el único líder cristiano en sostener tales opiniones. A lo largo de la historia, varios teólogos de la Iglesia Católica expresaron sentimientos similares. San Gregorio se refirió a los judíos como «matadores del Señor, asesinos de los profetas y adversarios de Dios.» San Bernardo de Clairvaux los calificó de «nación degenerada y pérfida,» y San Ambrosio cuestionó la importancia de la destrucción de sinagogas, considerándolas «hogares de la locura y de la incredulidad.»

Hitler y su relación con el cristianismo

En los primeros años de su gobierno, Hitler se presentó como un defensor de los valores cristianos, lo que engañó a una gran cantidad de iglesias evangélicas en Alemania. Al prometer “libertad de religión y de denominación,” Hitler buscó ganarse el apoyo de las comunidades religiosas, y muchas iglesias, convencidas de sus promesas, se unieron sumisamente al nuevo régimen. Al ofrecer garantías de libertad de culto en su discurso del 23 de marzo de 1933, el mismo día que se otorgaron poderes dictatoriales, Hitler alabó la fe cristiana y aseguró que respetaría la libertad de conciencia, lo cual ayudó a consolidar su apoyo entre los cristianos.

Hitler también incluía referencias bíblicas en sus discursos, lo cual generaba la impresión de que compartía principios cristianos. En un discurso pronunciado el 10 de octubre de 1923, citó el libro de Apocalipsis: “¡Mis queridos compatriotas, hombres y mujeres alemanes! En la Biblia está escrito: ‘Lo que no es ni caliente ni frío lo quiero escupir de mi boca.’ Esta frase del gran Nazareno ha conservado hasta el día de hoy su honda validez. El que quiera deambular por el dorado camino del medio debe renunciar a la consecución de grandes y máximas metas. Hasta el día de hoy los términos medios y lo tibio también han seguido siendo la maldición de Alemania.” Este tipo de lenguaje generó confianza entre los creyentes y llevó a miles de pastores a aliarse con el régimen.

La propaganda nazi también jugó un papel en fomentar la creación de un movimiento conocido como el “Movimiento de Fe para Alemanes Cristianos” (MFAC), que apoyó las doctrinas nazis y promovió la creación de la “Iglesia del Reich.” Esta organización, controlada por el estado, tenía como objetivo unificar a todos los protestantes alemanes bajo la influencia del régimen nazi, integrando la ideología nazi con el cristianismo alemán. Bajo el liderazgo de Ludwig Müller, un pastor pro-nazi, la Iglesia del Reich promovía ideas como la eliminación del Antiguo Testamento y la subordinación de la religión al estado.

A pesar de sus aparentes muestras de apoyo al cristianismo, Hitler utilizó estas tácticas como un medio de control social. En privado, muchos de sus allegados describieron su desdén hacia el cristianismo, al que consideraba incompatible con su visión ideológica.

Cuando Hitler asumió el poder en 1933, el nacionalsocialismo se propuso implantar su doctrina en todos los aspectos de la vida alemana, incluyendo la filosofía, literatura, arte e incluso las ciencias exactas. Uno de sus principales objetivos era controlar la iglesia y la religión para integrarlas al estado totalitario. Sus esfuerzos se dirigieron primero hacia los protestantes, impulsando un movimiento religioso basado en la «raza» a través de los «Cristianos Alemanes» y promoviendo la creación de una «Iglesia del Reich» que unificara a los protestantes bajo la dirección del régimen.

Una vez en el gobierno, el régimen nazi convirtió a los judíos en uno de sus primeros objetivos. El 1 de abril de 1933 se lanzó un boicot nacional contra los negocios judíos, y pocos días después, el 7 de abril de 1933, se promulgaron las primeras leyes antisemitas, excluyéndolos de los servicios públicos y de profesiones como la abogacía y la medicina. Estas medidas fueron el inicio de un proceso de exclusión que eliminó progresivamente a los judíos de la vida pública alemana, despojándolos de sus derechos y libertades.

La toma del poder por parte de Hitler no solo representó el inicio de una dictadura política, sino también el establecimiento de una persecución sistemática hacia los judíos y un intento de controlar a las iglesias, manipulando la religión y utilizando el antisemitismo como base ideológica para sus políticas extremistas.

El Concordato de 1933: La relación entre Hitler y la Iglesia Católica

En julio de 1933, el gobierno nazi firmó un Concordato con el Vaticano, conocido como el Reichskonkordat, que otorgaba reconocimiento oficial a la Iglesia Católica en Alemania. Este acuerdo aseguraba la libertad de culto y de enseñanza religiosa, estableciendo: «El Reich alemán garantiza la libertad de profesión y el ejercicio público de la religión católica… los clérigos disfrutarán de la protección del Estado de la misma forma que los empleados del Estado. La enseñanza de la religión católica en los grados elementales, vocacionales, secundarios y superiores será una materia regular y se impartirá conforme a los principios de la Iglesia Católica.» Aunque este Concordato dio a Hitler una imagen de legitimidad y le permitió consolidar su influencia, también benefició a la Iglesia Católica, otorgándole privilegios y un estatus especial en la Alemania nazi.

Los soldados alemanes llevaban en sus cinturones una hebilla con la frase «Gott mit uns» («Dios está con nosotros»), una tradición que se remontaba al Reino de Prusia y que el régimen nazi adoptó para crear una impresión de respaldo divino en sus campañas. Aunque la frase no era exclusiva del nazismo, su uso en el contexto de la Alemania de Hitler sirvió para vincular sus acciones a una misión de “protección” divina, alimentando la percepción de que contaban con la bendición de Dios en su lucha. Esta retórica fue parte de la manipulación ideológica del régimen, que trataba de incorporar elementos religiosos para legitimarse.

Aunque el Concordato y algunos casos de colaboración individual han generado críticas, la relación de la Iglesia Católica con el nazismo fue compleja y ambivalente. Mientras algunos miembros colaboraron con el régimen, otros se opusieron abiertamente a sus políticas, como lo hizo el papa Pío XI en su encíclica «Mit brennender Sorge» de 1937, que denunciaba las violaciones del Concordato y condenaba las ideologías racistas del nazismo. Esta relación, marcada por momentos de colaboración y de resistencia, continúa siendo un tema de debate y reflexión histórica.

La Segunda Guerra Mundial, iniciada en 1939 por Adolf Hitler y su aliado Benito Mussolini, se convirtió en la mayor tragedia del siglo XX. Bajo el régimen nazi, las políticas antisemitas se intensificaron hasta llegar al genocidio sistemático de aproximadamente seis millones de judíos en lo que se conoce como el Holocausto. Este exterminio fue parte de la «Solución Final,» un plan diseñado para erradicar la población judía de Europa. Este genocidio incluyó no solo a judíos, sino también a otras minorías y grupos perseguidos, como gitanos, personas con discapacidades, prisioneros de guerra soviéticos y opositores políticos.

La maquinaria del Holocausto utilizó campos de concentración y exterminio, como Auschwitz, Sobibor y Treblinka, donde millones de personas fueron asesinadas en cámaras de gas o sometidas a trabajos forzados que conducían a su muerte por agotamiento y hambre. Esta violencia sistemática, impulsada por la ideología nazi, transformó la estructura de la sociedad europea y dejó una marca indeleble en la historia.

El legado del Holocausto y la Iglesia Católica

Después de la guerra, la Iglesia Católica reflexionó sobre su rol durante el Holocausto y las actitudes antisemitas que habían prevalecido en Europa durante siglos. En 1965, el Concilio Vaticano II emitió la declaración Nostra Aetate, que reconoció la responsabilidad histórica del antisemitismo en la cultura europea y condenó toda forma de persecución antijudía. Esta declaración fue un paso importante para mejorar las relaciones entre la Iglesia Católica y el pueblo judío, reconociendo la dignidad de todas las religiones y el error de la persecución histórica.

Cuando terminó la guerra, algunos miembros de la Iglesia Católica ayudaron a nazis y colaboradores a evadir la justicia. Un ejemplo es Paul Touvier, colaborador francés y jefe de la Milicia en Lyon durante la ocupación nazi, quien fue el único francés condenado por crímenes contra la humanidad, por sus actividades en la Segunda Guerra Mundial. Touvier pasó décadas ocultándose con la ayuda de ciertos miembros de la Iglesia Católica, quienes lo protegieron en monasterios y conventos. Fue arrestado finalmente en 1989 en un priorato católico en Francia. Este caso, que salió a la luz pública, fue altamente controversial y ha llevado a la Iglesia a una introspección sobre el papel de algunos de sus miembros durante y después de la guerra.

El ecumenismo y el Anticristo

En la actualidad, diversas iglesias y organizaciones evangélicas, así como líderes reconocidos, han caído en la trampa satánica de participar en el acercamiento y reconciliación con la institución católica romana a través del ecumenismo. En muchas partes del mundo, el ecumenismo patrocinado por el catolicismo se ha vuelto tan fuerte que, incluso, pastores y líderes evangélicos sostienen reuniones con sacerdotes católicos regularmente, para planificar actividades de índole social o religiosa con el objetivo de unificar, según ellos, ambas iglesias.

Aunque parezca increíble, una de las organizaciones evangélicas más influyentes a nivel mundial está promoviendo el ecumenismo. La Sociedad Bíblica Americana, con sede en Nueva York, es la encargada de proveer a la comunidad cristiana a nivel mundial las diferentes versiones de la Biblia.

Dicha organización fue la anfitriona del «Día de Oración por la Unidad,» que, en otras palabras, busca unificar la Iglesia Evangélica con la Religión Católica, conocido como ecumenismo. Según un reportaje en Internet sobre este evento:

«23 de enero de 2007. La División de Ministerios Latinos Hispanos de la American Bible Society fue anfitriona, el 18 de enero de 2007, del primer Día de Oración por la Unidad Cristiana, que coincidió con la celebración mundial de la Semana de Oración por la Unidad Cristiana, organizada para incluir y promover la unidad de todos los cristianos, o ecumenismo, a través del mundo.

Un récord de más de 35 líderes cristianos y estudiantes de seminario se dieron cita y participaron en el simposio que tuvo lugar en las oficinas principales de la American Bible Society en Nueva York.

El programa, presentado enteramente en español, tuvo por tema: ‘La Unidad a la Luz de la Biblia’; e incluyó ambas perspectivas: católica y protestante. El Padre Tomás del Valle Reyes, vicepresidente de Descubrimiento Siglo 21, una organización de comunicaciones sin fines de lucro que sirve a la comunidad hispana, y el Reverendo Samuel Pagán, de la Iglesia Discípulos de Cristo en Puerto Rico, estuvieron entre los conferenciantes invitados.»*

Este evento refleja una tendencia creciente hacia la colaboración interdenominacional, que algunos interpretan como una señal de los tiempos y una posible alineación con profecías bíblicas relacionadas con el Anticristo.

La American Bible Society (ABS) ha sido anfitriona de eventos como el «Día de Oración por la Unidad Cristiana,» que coincide con la «Semana de Oración por la Unidad Cristiana.» Estos eventos buscan promover la unidad entre diferentes denominaciones cristianas, incluyendo perspectivas tanto católicas como protestantes.

Sin embargo, el ecumenismo es una trampa peligrosa; aunque en apariencia la intención sea compartir la fe cristiana con otros «hermanos», estas alianzas históricamente han resultado problemáticas. La falta de discernimiento y el entusiasmo desmedido pueden llevar a que pastores comprometan su fe al buscar una unidad con una institución que, por siglos, ha perseguido y asesinado al pueblo de Israel y tratado a los siervos de Dios como herejes. Desde su concepción en el siglo III, cuando Constantino la instituyó como la religión oficial del Imperio Romano, la Iglesia Católica ha perseguido a los verdaderos hijos de Dios.

Como cristianos nacidos de nuevo, no podemos confiar en la palabra de una organización político-religiosa que, diciéndose llamar cristiana, representa lo peor del cristianismo. Ellos se han aliado con toda clase de dictadores, se han establecido como un imperio religioso en el mundo, y es un organismo vivo que ha sobrevivido por dos milenios gracias a su capacidad de mimetizarse y amoldarse a las circunstancias. Han hecho alianzas con cualquiera, con tal de conseguir sus propósitos y mantener su hegemonía. No me cabe la menor duda de que el esfuerzo por absorber a los hijos de Dios traerá graves consecuencias a aquellos que estén dispuestos a caer en sus engaños.

Se dejan seducir por la ramera

Es esencial que las congregaciones y sus líderes evalúen cuidadosamente las implicaciones de participar en movimientos ecuménicos, considerando los potenciales riesgos asociados. Muchos líderes cristianos están dejándose seducir por una religión con un pasado de persecución y violencia. La Palabra de Dios advierte: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Hay concordia entre Cristo y Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo?” 2 Corintios 6:14-15.

Las religiones que se consideraban guiadas por Dios, como los fariseos y la religión católica, causaron la persecución de los verdaderos hijos de Dios en el pasado, y no hay garantías de que no vuelva a suceder.

El ecumenismo es un arma de Satanás para mantener unidos a todos bajo un mismo estandarte, como hicieron Constantino, Hitler y algunos líderes evangélicos que participan en el movimiento ecuménico. Es importante recordar que el Derecho Canónico de la Iglesia Católica ha autorizado en el pasado la “excomunión” y ha condenado a los «herejes,» aquellos que no permanecen en su doctrina.

Un ejemplo histórico es la bula papal Exsurge Domine, emitida por el papa León X en junio de 1520 al excomulgar a Martín Lutero. En ella, aunque se interpreta de manera controvertida, se menciona que “El quemar a los herejes, no está contra la voluntad del Espíritu Santo.” La Iglesia Católica fue responsable de numerosas persecuciones durante la Edad Media, y se estima que millones murieron en las cruzadas y las inquisiciones dirigidas contra musulmanes, judíos y reformadores protestantes, con el objetivo de consolidar el poder católico y controlar territorios. Estos hechos históricos refuerzan la preocupación de algunos líderes cristianos respecto a los peligros potenciales de un ecumenismo sin discernimiento.

El ecumenismo en el tiempo final

La Palabra de Dios advierte en el libro del Apocalipsis sobre la iglesia de Tiatíra, que fue seducida por una mezcla de paganismo y cristianismo impulsada por una profetisa llamada Jezabel. Esta mujer enseñaba a los creyentes a comer alimentos sacrificados a los ídolos y a cometer fornicación, promoviendo prácticas contrarias a la fe. Sus palabras eran tan convincentes que muchos cristianos de esa comunidad cayeron en la trampa de esta falsa profetisa.

Hoy en día, muchos cristianos caen en un error similar al creer que el falso espíritu de fraternidad, llamado ecumenismo, proviene de Dios; esta visión mezcla lo santo con lo profano, de la misma manera en que lo hizo la iglesia de Tiatíra. No es raro ver a líderes y miembros de diferentes congregaciones asistiendo a misas católicas, con el pretexto de acercarse a sus «hermanos» para atraerlos a los pies de Cristo, lo que algunos consideran un sincretismo que debilita la fe.

Otro personaje mencionado en el Apocalipsis es Balaam, cuya doctrina era similar a la de Jezabel. Él incitaba a los israelitas a comer alimentos sacrificados a los ídolos y a cometer fornicación. Esta «fornicación» simboliza la mezcla entre los hijos de Dios y prácticas aparentemente bondadosas que, en realidad, integran creencias incompatibles en un sincretismo que, según la enseñanza bíblica, no cuenta con el respaldo de Dios.

Predicadores cristianos ecumenistas

Algunos predicadores como Billy Graham, Benny Hinn, Kathryn Kuhlman y otros han sido atraídos al ecumenismo. No es casualidad que ciertos líderes, que se han caracterizado por enseñanzas polémicas como el evangelio de la prosperidad, la confesión de fe y la sanidad interior o del alma, busquen congraciarse con sus supuestas autoridades espirituales en un contexto ecuménico.

De manera similar al movimiento pentecostal, en los años 60 surgió la Renovación Carismática Católica, una corriente dentro de la Iglesia Católica que intenta revitalizar la espiritualidad católica a través de la oración comunitaria y multitudinaria, especialmente en el ámbito de la alabanza a Dios. Este movimiento pretende «recuperar» a aquellos considerados “hermanos caídos” a través del ecumenismo. Sin romper con la tradición, dogmas ni la estructura organizativa de la Iglesia Católica, esta corriente busca asimilar la alabanza y las formas de oración características del pentecostalismo. Esta tendencia es una falsificación de la verdadera conversión bíblica, ya que mantiene prácticas y enseñanzas católicas tradicionales bajo una apariencia de renovación.

El carismatismo es innovador en su enfoque de la práctica religiosa, pero a la vez mantiene los dogmas fundamentales de la Iglesia Católica. Para algunos cristianos evangélicos, esta similitud es una señal de que el catolicismo está cambiando, y consideran que, con el tiempo, Dios transformará a la Iglesia Católica para formar una comunidad cristiana unida, sin distinción de credos, a través del ecumenismo. La Palabra de Dios dice en 2 Corintios 11:14-15: «Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz. Así que, no es extraño si también sus ministros se disfrazan como ministros de justicia; cuyo fin será conforme a sus obras.» Esto implica que los que siguen a Satanás o actúan bajo su influencia son astutos y engañosos, aparentando ser buenos.

El ecumenismo debe ser visto como un instrumento de Satanás para engañar al pueblo cristiano. Después de dos mil años, los cristianos nacidos de nuevo deberían tener la experiencia para identificar las trampas del enemigo. A pesar de esto, millones de evangélicos en el mundo permanecen involucrados en prácticas y creencias de la religión católica, las cuales deben considerarse como hechicerías, porque lo son. Todo alrededor de los ritos y ceremonias practicados por ellos es idolatría, por lo cual, los cristianos debemos alejarnos de ellos.

Una advertencia para el verdadero pueblo cristiano

Aquí está la advertencia de Dios hacia sus hijos en relación con el ecumenismo: “Porque todas las naciones han bebido del vino del furor de su fornicación; y los reyes de la tierra han fornicado con ella, y los mercaderes de la tierra se han enriquecido de la potencia de sus deleites. Y oí otra voz del cielo, que decía: Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados, ni recibáis parte de sus plagas; porque sus pecados han llegado hasta el cielo, y Dios se ha acordado de sus maldades.” Apocalipsis 18:3-5.

Dios no ha olvidado los siglos de persecución a los que sometió a sus siervos y los millones de asesinatos institucionales que causó. La gran ramera tiene sus manos llenas de sangre de los santos. Si no deseas sufrir las plagas descritas en el libro del Apocalipsis, deja de buscar esta alianza peligrosa con la institución que nos ha perseguido por siglos.

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Ainhoa Pérez
4 años atrás

Gracias por tan completo artículo. Estoy de acuerdo en todo excepto en la parte de las falsas enseñanzas. Permítame relatar que en 2016 recibí el Espíritu Santo de la forma más inesperada, después de rogar durante cerca de un mes a Jesús que me llenara con su espíritu, porque quería… Leer más »

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