Nacer de Nuevo

Nacer de Nuevo
Por: Rafael Monroy
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esús habló con Nicodemo sobre la necesidad de «nacer de nuevo» y de cómo el ser humano puede entrar en una comunión profunda y verdadera con Dios. Esta fue la primera vez que Jesús empleó este término, lo cual quizá explica por qué Nicodemo no lograba comprender plenamente el concepto. A pesar de los dos mil años transcurridos desde aquel diálogo, el «nuevo nacimiento» sigue siendo un tema complejo y, a menudo, confuso para muchos cristianos.

Para entender mejor este concepto, revisemos primero la conversación entre Jesús y Nicodemo. Este diálogo no solo introduce el término, sino que también explica elementos clave de lo que implica «nacer de nuevo» y cómo este nacimiento espiritual es esencial para entrar en el Reino de Dios.

Jesús le respondió. «De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios.» Nicodemo le dijo. «¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?» Jesús respondió. «De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo. El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; más ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu.» Nicodemo le preguntó. «¿Cómo puede hacerse esto?» Jesús le respondió. «¿Eres tú maestro de Israel, y no sabes esto? De cierto, de cierto te digo, que lo que sabemos hablamos, y lo que hemos visto, testificamos; y no recibís nuestro testimonio. Si os he dicho cosas terrenales, y no creéis, ¿cómo creeréis si os dijere las celestiales?» Juan 3:3-12.

Jesús enfatizó a Nicodemo que el acceso al Reino de Dios requiere «nacer de nuevo». Para comprender a fondo esta necesidad, primeramente, es esencial indagar en la Biblia sobre el significado de “El Reino de Dios”. Entender correctamente qué implica este Reino es fundamental, ya que ello clarifica por qué es absolutamente necesario este nuevo nacimiento para participar en él.

Algunas personas creen que el Reino de Dios se refiere a todos los cristianos evangélicos en el mundo, mientras que otros piensan que es exclusivo de los miembros de su propia denominación. Desde esta perspectiva, suponen que cuanto mayor sea el número de fieles en su congregación o afiliación religiosa, mayor será la expansión del Reino. Otros, con una visión espiritual, piensan que el Reino solo está formado por aquellos que cumplen la voluntad de Dios en su vida diaria.

Por otro lado, una gran mayoría considera que el Reino está en los cielos y que únicamente lo veremos después de morir. Sin embargo, ninguna de estas posturas está completamente fundamentada en la Palabra de Dios, y, por lo tanto, no pueden reflejar con precisión lo que Jesús explicó a Nicodemo.

La Biblia afirma que el «Reino de Dios» no es simplemente una comunidad de creyentes ni un concepto abstracto que se limita al ámbito espiritual. En realidad, el Reino de Dios vendrá y será establecido aquí en la tierra como un reino literal y tangible. Este Reino no se refiere a un grupo de personas, sino que será un gobierno real, semejante a los gobiernos humanos, pero bajo la soberanía de Dios. La Escritura enseña que este Reino será instaurado cuando Jesús regrese, cumpliendo así las promesas y profecías de una restauración completa de la creación bajo el gobierno de Dios.

Si quieres conocer más respecto a este tema, te invito a que escuches nuestro estudio titulado: El Reino de Dios.

Entender que el Reino de Dios es un gobierno literal nos ayuda a comprender la necesidad de «nacer de nuevo». No se trata solo de ser parte de una comunidad de fe, sino de experimentar una transformación profunda y espiritual que nos prepare para vivir en el Reino cuando este sea establecido en la tierra.

El libro del Apocalipsis nos dice. «El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el cielo, que decían: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos.» Apocalipsis 11:15.

Para ser parte del Reino de Dios, es necesario nacer de nuevo y obedecer las leyes que lo rigen. Esto implica una transformación profunda y una disposición a vivir conforme a los principios divinos, lo cual se logra a través de una renovación espiritual guiada por el Espíritu Santo.

Imagínese que viaja a un país extranjero; inmediatamente notará que sus leyes y costumbres son distintas a las de su propio país. Algunas normas podrían parecerle muy estrictas, mientras que otras tal vez le parezcan demasiado indulgentes. Sin embargo, para disfrutar plenamente de su estancia en ese país, debe obedecer sus leyes; de lo contrario, lo que podría haber sido un viaje placentero podría convertirse en una experiencia desagradable. De la misma forma, para ingresar en el Reino de Dios y disfrutar de sus bendiciones, es necesario conocer y obedecer sus leyes. Y para entender plenamente esas leyes, es imprescindible «nacer de nuevo», ya que solo quienes han sido transformados por el Espíritu Santo pueden comprender y vivir según los principios del Reino.

Es sorprendente saber que, a pesar de la abundante evidencia de la existencia y el poder de Dios, haya personas altamente inteligentes que aún dudan de Él. Dios ha demostrado su fidelidad cumpliendo cada una de sus promesas hacia sus siervos en el pasado. Por lo tanto, podemos confiar plenamente en que aquello que prometió a sus discípulos y a quienes siguen su voluntad lo cumplirá fielmente, siempre que nosotros cumplamos nuestra parte en el pacto. Todo lo que el ser humano hace proviene de lo que realmente cree. Si alguien cree en su capacidad para convertirse en médico y desea esto con todo su corazón, pondrá todo su empeño en alcanzar esa meta. Por el contrario, si cree que no tiene habilidades ni futuro, no se esforzará en nada y dejará que las circunstancias lo arrastren.

Cada persona es libre de creer en lo que quiera o en quién quiera. Si tú decides creer en la palabra de Dios tal como está escrita, eres lo que Jesús llamó, Tierra fértil. Si tú no crees por diferentes razones, ya sea porque estás muy comprometido con tu denominación, o quizá porque estás muy ocupado en tus actividades de trabajo, o quizá porque no entiendes la Escritura, entonces la palabra no va a germinar en ti, y mucho menos producirá fruto.

Tal vez te hayan enseñado que «nacer de nuevo» ocurre cuando uno hace una breve oración para recibir a Jesús como su Señor y Salvador. Otros creen que ocurre en el momento en que una persona sale del agua tras el bautismo. Sin embargo, son pocos los que creen y entienden las palabras de Jesús de manera literal, como lo hicieron sus discípulos.

Ellos creyeron literal y firmemente que Jesús cumpliría su promesa de resucitarlos y darles vida eterna, al igual que las demandas de seguirlo y los padecimientos que debemos pasar. Muchos, especialmente entre los pobres y marginados, creyeron en su mensaje. Sin embargo, otros se mantuvieron incrédulos, a pesar de ver con sus propios ojos los milagros y señales que Jesús realizó.

El propósito de los milagros en el ministerio de Jesús no era simplemente asombrar, sino confirmar su identidad como el Mesías. Su primer milagro, convertir el agua en vino, tenía como único propósito demostrar su divinidad y autoridad, revelando su gloria a quienes lo seguían. «Cuando el maestresala probó el agua hecha vino, sin saber él de dónde era, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo y le dijo: Todo hombre sirve primero el buen vino, y cuando ya han bebido mucho, entonces el inferior; pero tú has reservado el buen vino hasta ahora. Este principio de señales hizo Jesús en Caná de Galilea, y manifestó su gloria; y sus discípulos creyeron en él.» Juan 2:9-11.

Muchos creen que el propósito de Jesús fue sanar a los creyentes; sin embargo, los milagros de sanidad no eran un fin en sí mismos, sino una manera de señalar que Jesús era verdaderamente el Hijo de Dios y que sus palabras eran dignas de confianza. «Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed en las obras, para que conozcáis y creáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre.» Juan 10:37-38.

El verdadero propósito del ministerio de Jesús no radicaba en los milagros, sino en el mensaje de salvación que predicaba. Sus palabras tenían un valor inmenso y debían ser recibidas con absoluta confianza. Por esta razón, los milagros y señales eran necesarios; permitían a los nuevos creyentes estar convencidos de que Jesús era realmente el Mesías prometido. De esta forma, los discípulos, fortalecidos en su fe, pudieron llevar el mensaje de salvación a miles de personas en todo el mundo. «Estando en Jerusalén en la fiesta de la pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo las señales que hacía.» Juan 2:23.

Los milagros servían para respaldar el mensaje de Jesús y abrir los corazones de las personas a la verdad del Reino de Dios. Más allá de las obras extraordinarias, el verdadero tesoro era su mensaje y la esperanza de vida eterna que ofrecía a quienes creyeran y nacieran de nuevo.

Los primeros creyentes, o “nuevos creyentes”, recibieron las palabras de Jesús tal como Él las enseñó, sin alterarlas ni modificarlas. No solo las aceptaron con fe y humildad, sino que también las predicaban a otros de la misma manera en que las habían recibido, manteniendo la pureza y la esencia de sus enseñanzas. Algunas de las lecciones de Jesucristo eran difíciles de comprender debido a su naturaleza espiritual y profunda, y tanta era la información que los discípulos a menudo olvidaban detalles importantes. Sin embargo, cuando Jesús resucitó, les ayudó a recordar muchas de sus enseñanzas y les brindó mayor comprensión para que pudieran transmitir su mensaje con fidelidad. «Por tanto, cuando resucitó de entre los muertos, sus discípulos se acordaron que había dicho esto; y creyeron la Escritura y la palabra que Jesús había dicho.» Juan 2:22.

Para entender plenamente las doctrinas que Jesús enseñó, los discípulos necesitaban aprender a «hablar» el mismo lenguaje que Él empleaba: el “lenguaje espiritual”. Al igual que un médico utiliza un lenguaje técnico y preciso en su profesión, Jesús hablaba en un lenguaje espiritual que no era común para quienes lo escuchaban. La profundidad de sus palabras requería una comprensión más allá del intelecto humano, y solo el Espíritu Santo podía confirmar y esclarecer esas enseñanzas en sus corazones. Esto era fundamental para que los creyentes no cayeran en una práctica mecánica de la fe, como sucedía con los sacerdotes que, bajo la ley de Moisés, seguían ritos sin una conexión profunda con Dios.

Dios, el Padre, no deseaba que sus mandamientos fueran solo normas impuestas externamente; su deseo era que estos mandamientos se convirtieran en un deseo del corazón humano, en una expresión genuina de amor hacia Él. David, por ejemplo, se complacía en obedecer la ley de Dios y encontraba en ella alegría y propósito. Este es el tipo de relación que Dios quiere tener con su pueblo: una relación en la cual el hombre no solo obedezca, sino que ame sus mandamientos y desee vivir según su voluntad.

«He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos, dice Jehová. Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado.» Jeremías 31:31-34.

No es suficiente recibir las leyes de Dios solo con el intelecto; es esencial recibirlas también por medio de la fe. Aunque los apóstoles convivieron diariamente con Jesús durante tres años y medio, y presenciaron sus obras y escucharon sus enseñanzas, ellos “olvidaron” muchas de estas. Por eso era necesario que esas doctrinas fueran grabadas en su corazón, más allá de su memoria. La verdadera comprensión y amor por las leyes de Dios requería que sus corazones fueran transformados y llenos de su Espíritu.

Dios utiliza al Espíritu Santo como el medio para guiarnos a toda verdad. Cuando somos guiados por el Espíritu Santo, no dependemos solo de enseñanzas humanas, ya que el Espíritu es el Maestro por excelencia. Él revela en nuestros corazones todo lo que necesitamos para alcanzar la salvación y la vida eterna. “Cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad.” Esta promesa nos asegura que la guía del Espíritu es plena, perfecta, y nos capacita para comprender y vivir las enseñanzas de Cristo en su totalidad.

El Espíritu Santo no solo enseña, sino que también confirma la verdad en nosotros, permitiéndonos amar y obedecer a Dios con un corazón sincero. No se trata solo de conocimiento, sino de una transformación interior que nos capacita para vivir en comunión con Dios y cumplir su voluntad en nuestras vidas. A través del Espíritu Santo, podemos realmente conocer a Dios y experimentar el gozo y la paz que provienen de una relación íntima y genuina con Él.

Juan confirma que el Espíritu Santo es el único medio aprobado por Dios, con la capacidad de enseñarnos y revelar la verdad, que incluso nos permite aprender las profundidades de Dios sin un maestro humano. “Y en cuanto a vosotros, la unción que habéis recibido de Él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que alguien os enseñe. Pero, como la misma unción os enseña acerca de todas las cosas, y es verdadera y no falsa, así como os enseñó, permaneced en Él.” 1 Juan 2:27.

Los primeros creyentes tenían un profundo anhelo de que Jesús les enseñara todas las cosas, deseosos de comprender plenamente las verdades que Él revelaba. Jesús, a su vez, tenía muchas enseñanzas adicionales que compartir con ellos, pero les advirtió que aún no estaban preparados para recibir todo. Sin embargo, les prometió que el Espíritu Santo completaría su instrucción, guiándolos hacia la totalidad de la verdad. “Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber.” Juan 16:12-14.

El Espíritu Santo es, por tanto, el único medio que nos conduce plenamente a la verdad. Cuando reflexionamos en las palabras de Jesús, queda claro que Él no designó a Pedro ni a ninguno de los discípulos para que fueran los guías absolutos de la verdad, ya que incluso ellos necesitaban ser enseñados y dirigidos por el Espíritu. La verdad no es propiedad de los maestros bíblicos ni de los líderes humanos; la verdad no se revela en los seminarios bíblicos, la verdad es exclusiva de Dios y solo puede ser revelada mediante el Espíritu Santo. Dado que no existen múltiples «verdades», sino una sola, es lógico y coherente que esta proceda únicamente de Dios y en ninguna manera de los hombres.

La unidad que quiere Dios viene únicamente a través del Espíritu Santo. La Escritura menciona que los discípulos estaban “unánimes”, lo que significa que no solo compartían la misma fe, sino que caminaban en un mismo sentido y compartían una misma visión y propósito. Esta unidad era posible porque todos estaban dirigidos por el mismo Espíritu de Dios. El Espíritu Santo no solo enseña las verdades de Dios, sino que también alinea a los creyentes en una misma dirección y propósito, haciendo que compartan el entendimiento de lo que agrada a Dios y de lo que está por venir. Juan 16:13-14.

Si todos los cristianos compartiéramos el mismo Espíritu, no existirían diferencias significativas en la doctrina, y la diversidad de opiniones no sería un problema de división, sino una riqueza de perspectivas en el mismo propósito. La verdad de Dios no estaría fragmentada en doctrinas humanas o en enseñanzas individuales, sino que habría una sola interpretación genuina, revelada por el Espíritu, que nos llevaría a cumplir la voluntad de Dios con un mismo corazón y mente. Todos los creyentes caminarían en la misma dirección, motivados por un propósito común: obedecer y honrar a Dios. En este sentido, Pablo nos recuerda en Romanos 8:14 que «los que son guiados por el Espíritu Santo son hijos de Dios».

Pablo insistía en que es necesario estar unidos en un mismo sentir y un mismo propósito, viviendo en armonía y sin divisiones. Sin embargo, esa solicitud de Pablo ha sido largamente olvidada. «Así que, hermanos, les ruego, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que todos vivan en armonía y que no haya divisiones entre ustedes, sino que se mantengan unidos en un mismo pensamiento y en un mismo propósito.» 1 Corintios 1:10.

Entonces, ¿qué ocurre con aquellos que no poseen el Espíritu Santo? Para Dios, solo existen dos bandos: aquellos que están con Él, es decir, quienes han sido llenos de su Espíritu; y aquellos que están en contra, quienes no lo tienen.

Para ser llenos del Espíritu Santo solo existe una forma: “Nacer de nuevo por medio del bautismo en el Espíritu Santo.” Este renacimiento es mucho más que un cambio de mentalidad o una conversión superficial; es una transformación completa que nos permite entender y hablar “el lenguaje espiritual” que Jesús empleó con sus apóstoles. Este lenguaje espiritual es un requisito indispensable para conocer verdaderamente la voluntad de Dios y caminar en su propósito. Nacer de nuevo significa recibir el Espíritu Santo, el cual nos capacita para vivir en comunión con Dios y para llevar adelante su obra en la tierra.

Los discípulos experimentaron el verdadero «nuevo nacimiento» en la fiesta del Pentecostés, no simplemente cuando creyeron en Jesús cuando comenzó su ministerio en la tierra. Ellos nunca hicieron una oración para recibir a Jesús; ellos simplemente creyeron en sus palabras. Hoy se emplea lo que llamamos Oración del Pecador. Esta oración, en términos generales, es un acto de confesión y entrega a Jesucristo, en la que una persona reconoce su pecado, pide perdón y expresa su fe en Jesús como Salvador. Sin embargo, es importante mencionar que la oración como tal no aparece en la Biblia como un mandato o fórmula específica.

El concepto de la oración del pecador tiene sus raíces en el movimiento de avivamiento protestante de los siglos XVIII y XIX, especialmente en Estados Unidos. En ese tiempo, predicadores como John Wesley y George Whitefield usaron métodos de evangelización que enfatizaban la conversión personal y la experiencia de salvación. No obstante, fue en el siglo XX que la oración del pecador comenzó a formalizarse como parte de los métodos evangelísticos de masas.

Uno de los principales impulsores de esta práctica en el siglo XX fue el evangelista Billy Graham, quien usó la «oración del pecador» en sus cruzadas para guiar a las personas hacia una decisión consciente de fe en Cristo. En este contexto, la oración se convirtió en un acto de fe y un primer paso simbólico en el camino del cristianismo, aunque muchos líderes cristianos han enfatizado que debe ir acompañada de una vida de arrepentimiento y compromiso con Cristo.

Algunos teólogos y pastores han criticado la «oración del pecador» porque puede ser interpretada como una fórmula rápida que podría trivializar la profundidad de la conversión. La conversión no es solo un acto momentáneo, sino un cambio de vida completo y transformador.

Los discípulos fueron bautizados por el Espíritu Santo en el día de Pentecostés, diez días después de la Ascensión de Jesús. En ese momento, comprendieron lo que significa nacer de nuevo; ellos fueron llenos del poder de Dios. A partir de entonces, fueron capacitados para predicar con autoridad y realizar los mismos milagros que Jesús había hecho. «Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados. Y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos; y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen.» Hechos 2:2-4.

Jesús enseñó que el nuevo nacimiento requiere dos elementos esenciales: ser bautizados en agua y ser bautizados por el Espíritu Santo. No hay en las Escrituras otro método para nacer de nuevo. Hoy, en esta era de alta tecnología y conocimiento, el cristiano parece, paradójicamente, menos consciente de la voluntad de Dios que aquellos humildes pescadores de hace dos mil años, quienes aceptaron cada palabra del Maestro sin cuestionar ni alterar sus enseñanzas. En cambio, hoy muchos reinterpretan las Escrituras para adaptarlas a sus propias conveniencias, desestimando las advertencias de Cristo sobre la necesidad de un nuevo nacimiento genuino.

Deuteronomio 4:2 dice. «No añadiréis a la palabra que yo os mando, ni disminuiréis de ella, para que guardéis los mandamientos de Jehová vuestro Dios que yo os ordeno.»

Moisés instruyó a los israelitas sobre cómo debían obedecer las leyes y mandamientos dados por Dios. La advertencia de no «añadir» ni «disminuir» refleja la necesidad de respetar y preservar la pureza de las instrucciones divinas. Al no alterar el mensaje, el pueblo puede seguir fielmente la voluntad de Dios tal como fue revelada. Este versículo subraya la creencia de que la Palabra de Dios es perfecta y suficiente en sí misma; modificarla es arriesgarse a perder la verdadera intención y dirección de Dios. Y no solo eso, también corremos el riesgo de ser reprobados y, por lo tanto, castigados.

Jesús enseñó con claridad sobre la importancia de obedecer Su palabra y Sus enseñanzas. En varios momentos, afirmó que aquellos que lo aman obedecerán lo que Él enseñó, y que seguir Su palabra es fundamental para vivir en comunión con Él y con Dios Padre. En Juan 14:15 encontramos. «Si me amáis, guardad mis mandamientos.» Aquí Jesús establece que el amor verdadero hacia Dios se manifiesta en la obediencia a sus enseñanzas, tal como fueron enseñadas por él y sus apóstoles, sin reinterpretarlas o modificarlas.

Para nacer de nuevo, debemos ser bautizados en agua y por el Espíritu Santo.

La Escritura declara que para nacer de nuevo es necesario ser bautizado en agua y en el Espíritu Santo, tal como enseñó Jesús. “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.” Juan 3:5. Esta advertencia parece no tener eco en nuestros días, puesto que el cristiano cree que solo debe creer, asistir constantemente a su respectiva congregación y pagar sus diezmos y ofrendas. Muchas personas insisten en que «desde que el hombre cree en Jesús ya ha nacido de nuevo», contradiciendo así la enseñanza de Cristo. Los apóstoles, por ejemplo, fueron bautizados por el Espíritu Santo durante la fiesta del Pentecostés o Shavuot, siendo ellos los primeros en recibir esta promesa del Espíritu. A partir de entonces, los apóstoles imponían las manos sobre los nuevos creyentes para que ellos también recibieran el bautismo en el Espíritu Santo, cuya evidencia era el hablar en otras lenguas y la profecía.

Durante los años previos a Pentecostés, los discípulos ya tenían autoridad para sanar enfermos y expulsar demonios, aun sin haber recibido el bautismo en el Espíritu Santo. Este detalle plantea una pregunta importante: ¿Es posible realizar milagros y sanidades, y predicar la palabra de Dios, sin haber sido bautizado por el Espíritu Santo?

Para responder esta pregunta, la Escritura misma nos proporciona la clave. Jesús enseñó que algunos podían realizar milagros y aun así no conocer a Dios verdaderamente. Esto nos recuerda que los dones y el poder que Dios otorga no siempre reflejan una relación íntima y verdadera con Él. «Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.» Mateo 7:22-23.

Para Dios, lo importante no es solo la manifestación externa de poder, sino la relación auténtica y el nuevo nacimiento que nos transforma y nos permite vivir en su voluntad. Para ser verdaderamente guiados por el Espíritu y entender la voluntad de Dios, es necesario nacer de nuevo, y esto se logra a través del bautismo en agua y en el Espíritu Santo, tal como enseñó Jesús. Sin este nuevo nacimiento, no podemos comprender ni hablar el «lenguaje espiritual» que Jesús utilizaba y que es esencial para conocer plenamente a Dios y caminar en su verdad.

«Entonces, llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad sobre los espíritus inmundos, para que los echasen fuera, y para sanar toda enfermedad y toda dolencia.” Mateo 10:1. También en Mateo 17:16 se menciona cómo los discípulos, con esta autoridad, predicaban y sanaban en el nombre de Jesús. ¿Te das cuenta que el nacer de nuevo es más que una oración o ser bautizado en agua? Los discípulos recibieron autoridad para predicar, sanar y echar fuera demonios. Entre ellos estaba incluso Judas Iscariote, quien luego traicionaría a Jesús. A pesar de que Judas participó en milagros y sanidades, más tarde fue reprobado. Las personas sanadas por medio de él creyeron que Judas era un enviado de Dios. Además de los doce, otros setenta discípulos también recibieron esta autoridad, y con gozo reportaron. “Volvieron los setenta con gozo, diciendo: Señor, aun los demonios se nos sujetan en tu nombre.” Lucas 10:17.

Esto nos demuestra claramente que poseer dones de sanidad o autoridad para echar fuera demonios en ningún momento garantiza que una persona ha sido aprobada por Dios. Tener estos dones no es una señal definitiva del nuevo nacimiento ni de una relación genuina con el Espíritu Santo.

Enseñar con fervor y elocuencia, No Es Igual a Nacer de Nuevo

Algunos de los discípulos enseñaban la palabra de Dios con fervor sin comprender plenamente lo que significa nacer de nuevo. Un ejemplo claro de esto es Apolos, quien era un orador elocuente y un maestro poderoso en las Escrituras, y predicaba con valentía incluso ante los escribas y fariseos en sus sinagogas. Sin embargo, Apolos solo conocía el bautismo de Juan y no había recibido aún la enseñanza completa sobre el nuevo nacimiento en el Espíritu. “Llegó entonces a Éfeso un judío llamado Apolos, natural de Alejandría, varón elocuente, poderoso en las Escrituras. Este había sido instruido en el camino del Señor; y siendo de espíritu fervoroso, hablaba y enseñaba diligentemente lo concerniente al Señor, aunque solamente conocía el bautismo de Juan. Y comenzó a hablar con denuedo en la sinagoga; pero cuando le oyeron Priscila y Aquila, le tomaron aparte y le expusieron más exactamente el camino de Dios.” Hechos 18:24-26.

Aquí podemos ver que el hecho de enseñar la Escritura con valentía y autoridad no es en sí mismo una prueba de haber nacido de nuevo. Aunque Apolos enseñaba con pasión, necesitaba una comprensión más completa y profunda de la verdad de Cristo. Por otro lado, aquellos que realmente han recibido el Espíritu de Dios hablan con denuedo y con una autoridad que proviene del Espíritu Santo; esto es algo que no se aprende en una escuela bíblica, el poder de Dios es quien capacita al cristiano nacido de nuevo, tanto para hablar con fervor y elocuencia, como para ser un canal del poder de Dios a los oyentes, para que sean convencidos de pecado y llevados al arrepentimiento, como hizo Juan el Bautista.

¿Bautismo en Agua es igual al Bautismo en el Espíritu?

He escuchado a algunos predicadores afirmar que cuando una persona es bautizada en agua, en ese mismo momento recibe el Espíritu Santo, de la misma manera que Jesús lo recibió en su bautismo. Sin embargo, esto no es completamente exacto en el caso de Jesús, pues Él no fue «bautizado en el Espíritu Santo» en el sentido en que los creyentes lo son. Jesús nació con el Espíritu y fue guiado por Él toda su vida.

En primer lugar, Jesús no fue bautizado en el Espíritu Santo en su bautismo en el Jordán porque Él fue concebido por el Espíritu, y toda su vida estuvo llena de su poder. Jesús fue engendrado por el Espíritu y vivió toda su vida con la plenitud de Él. En segundo lugar, la señal del Espíritu Santo en forma de paloma en su bautismo no era un método que Dios usaría de allí en adelante para bautizar a otros creyentes. Si ese fuera el caso, todos los cristianos recibirían una señal de paloma sobre sus hombros o cabezas en el momento de su bautismo en agua.

Cuando la paloma descendió sobre Jesús en su bautismo, no fue para bautizarlo, sino como una señal para Juan el Bautista, confirmándole que Jesús era el Mesías. Juan dio testimonio de esta experiencia, reconociendo que era una confirmación divina. “Y yo no le conocía; más para que fuese manifestado a Israel, por esto vine yo bautizando con agua. También dio Juan testimonio, diciendo: Vi al Espíritu que descendía del cielo como paloma, y permaneció sobre él. Y yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar con agua, aquél me dijo: Sobre quien veas descender el Espíritu y que permanece sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo.” Juan 1:31-33.

Así, la paloma fue una señal única, destinada a identificar a Jesús como el Hijo de Dios, el Mesías que vendría a bautizar a otros en el Espíritu Santo. Para nosotros, el bautismo en el Espíritu Santo no requiere una señal visible como la paloma; más bien, se evidencia en una transformación interna y en la vida de fe que manifiesta la obra del Espíritu en nosotros. Aunque al igual que los apóstoles, se puede manifestar externamente a través de hablar en lenguas y profetizar. Que dicho sea de paso, no son lenguas falsas enseñadas en un curso de lenguas, sino de una manifestación sobrenatural del poder de Dios.

El Método de Dios No Ha Cambiado

El método que Dios usó para que los primeros cristianos recibieran el Espíritu Santo fue mediante la imposición de manos. “Aconteció que entre tanto que Apolos estaba en Corinto, Pablo, después de recorrer las regiones superiores, vino a Éfeso, y hallando a ciertos discípulos, les dijo: ¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis? Y ellos le dijeron: Ni siquiera hemos oído si hay Espíritu Santo. Entonces dijo: ¿En qué pues, fuisteis bautizados? Ellos dijeron: En el bautismo de Juan. Dijo Pablo: Juan bautizó con bautismo de arrepentimiento, diciendo al pueblo que creyesen en aquel que vendría después de él, esto es, en Jesús el Cristo. Cuando oyeron esto, fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús. Y habiéndoles impuesto Pablo las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo; y hablaban en lenguas, y profetizaban. Eran por todos unos doce hombres.” Hechos 19:1-7; 8:14-17; 9:16-18.

A menos que la Escritura indique lo contrario, la forma en que los creyentes recibían el bautismo en el Espíritu Santo en la iglesia primitiva era siempre por medio de la imposición de manos. Este método fue una práctica común entre los apóstoles y sus discípulos, quienes, al imponer las manos sobre los nuevos creyentes, les conferían el don del Espíritu Santo, evidenciado por el don de lenguas y la profecía.

Para todos los nuevos creyentes, nacer de nuevo significaba recibir el Espíritu Santo, y la confirmación de este nuevo nacimiento era evidente cuando hablaban en lenguas y profetizaban. Si este concepto contradice su entendimiento actual sobre el tema, le sugiero que ore al Señor pidiendo revelación y comprensión, ya que el Espíritu de Dios es quien abre nuestros corazones y nos guía a toda la verdad.

Debemos Creer en lo que Enseñan las Escrituras

Si ha recibido una enseñanza equivocada durante muchos años, es comprensible que le resulte difícil aceptar este «nuevo concepto». No obstante, en realidad, esta enseñanza no es nueva; es lo que las Escrituras enseñan desde la época de los primeros cristianos. Si le han dicho que ya no se recibe el Espíritu Santo mediante la imposición de manos, o que esto solo aplicaba para los primeros creyentes, debo recordarle que Dios no ha cambiado su método ni su palabra. Jesús mismo afirmó. “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.” Mateo 24:35. Aunque Dios, en su soberanía, puede bautizar en el Espíritu Santo de la forma que Él elija, hay una constante que no ha cambiado en dos mil años: cuando alguien es verdaderamente bautizado en el Espíritu Santo, comienza a hablar en lenguas como señal de esta experiencia.

El Espíritu Santo en nosotros es la garantía de nuestra salvación y la única manera de agradar a Dios verdaderamente. Al ser guiados por el Espíritu, recibimos de Él la dirección sobre lo que Dios desea que hagamos y nos revela Su Palabra para vivir conforme a su voluntad. Esta es la única forma en la que podemos aspirar a la vida eterna: vivir en obediencia y santidad bajo la guía del Espíritu. “Y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, más el espíritu vive a causa de la justicia.” Romanos 8:8-10.

El método que Dios ha establecido para que vivamos en su presencia es vivir en santidad y bajo la dirección del Espíritu Santo. No se trata simplemente de seguir normas, sino de permitir que el Espíritu habite en nosotros y transforme cada área de nuestra vida, guiándonos a cumplir el propósito eterno de Dios.

La Verdad es Solo Una, no existen verdades denominacionales

La verdad de Dios es única y no admite variaciones, interpretaciones personales o adaptaciones según las épocas. Dios utiliza a quienes están dispuestos a cumplir sus mandamientos, y las Escrituras lo confirman, ya que Dios no obliga a nadie a creerle ni a obedecerle. Él respeta el libre albedrío de cada ser humano, invitándonos a seguir su verdad, pero permitiendo que cada uno elija su camino.

Los cristianos del siglo XXI, a menudo, practican lo que aprendieron de generaciones anteriores. Sin embargo, esto no significa que cada tradición o enseñanza recibida sea necesariamente compatible con la voluntad divina. La verdadera voluntad de Dios no se mide por la cantidad de seguidores o el tamaño de las congregaciones. Aunque una iglesia pueda tener cientos o miles de miembros, esto no garantiza que esté caminando según el beneplácito de Dios. La esencia de la fe y la obediencia no está en los números, sino en la fidelidad a la verdad de Dios.

Además, aunque muchas congregaciones crezcan en miembros y aumenten sus ofrendas, esto no implica que estén alineadas con la voluntad de Dios. En realidad, a pesar de que los cristianos están divididos en numerosas denominaciones y doctrinas humanas, la misericordia de Dios se sigue manifestando. Dios, en su amor, sana a los enfermos, libera a los cautivos y guía a los verdaderos herederos de la salvación por el camino de la verdad, aun cuando estén en un entorno dividido y errado. Pero debemos recordar: Dios no está dividido; su palabra es la misma desde el principio, y su propósito es constante y unificado.

Dios no enseña diferentes doctrinas a distintas denominaciones; Él no tiene múltiples verdades. El cristiano moderno, en su intento de racionalizar y adaptar la fe, a menudo usa la lógica humana para justificar sus teorías. Sin embargo, Dios ya ha establecido su palabra escrita, la Biblia, como el único medio para revelar su verdad de manera completa. No necesitamos agregar ni quitar nada; la Escritura es suficiente para mostrarnos el camino.

Pide al Señor que te Bautice con su Espíritu Santo

Si aún no has experimentado el nuevo nacimiento, no podrás comprender plenamente las leyes del Reino ni cumplir la voluntad del Padre. ¿Has sido bautizado en agua? ¿Has sido bautizado por el Espíritu Santo con la manifestación de hablar en lenguas y profetizar? Si la respuesta es no, entonces aún no has nacido de nuevo. Jesús enseñó que este nuevo nacimiento es esencial para entrar en el Reino de Dios. Pide al Señor que te llene con el poder que solo se obtiene a través del Bautismo en el Espíritu Santo. “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” Lucas 11:13. Dios es generoso y fiel, y cuando le pedimos sinceramente, Él nos llena con su Espíritu, otorgándonos el poder y la guía necesarios para vivir conforme a su voluntad.

Cuando recibas el Bautismo en el Espíritu Santo, de tu interior fluirán fuentes de agua viva que saltarán para vida eterna. Este fluir del Espíritu traerá una renovación espiritual, y ya no habrá más sequedad en tu alma. Experimentarás un fuego en tu ser y un despertar genuino cuando leas las Escrituras, pues el Espíritu Santo iluminará tu entendimiento y te guiará en cada paso. “El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva.” Juan 7:38-39. Jesús se refería aquí al Espíritu Santo, que recibirían todos aquellos que creyeran en Él, una promesa que se cumplió después de su glorificación.

Al ser lleno del Espíritu Santo, no podrás contener el deseo de aprender, de profundizar en la Palabra y de caminar en la voluntad del Padre. Este nuevo nacimiento transforma cada aspecto de tu vida y te permite vivir en la plenitud del Reino de Dios, aun en esta tierra. Si decides rendir tu vida al Señor y caminar conforme a su voluntad, entonces podrás entrar en el Reino de Dios, porque habrás nacido de nuevo y serás guiado por el Espíritu en cada paso del camino.

Recuerda que el Espíritu Santo no solo es una señal de pertenencia al Reino, sino la garantía de nuestra salvación, la promesa de vida eterna y la fuerza que nos capacita para vivir en comunión y obediencia a Dios.

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eduardo rodriguez
eduardo rodriguez
4 años atrás

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