El Nuevo Pacto de Dios

El Nuevo Pacto de Dios
Por: Rafael Monroy
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El Pacto de Abram, fue para Abraham

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uchos cristianos creen que el nuevo pacto que Dios estableció con la humanidad a través de la sangre de Jesucristo tiene como propósito bendecirlos económicamente y mantenerlos en salud; sin embargo, al estudiar en profundidad las Escrituras, nos damos cuenta de que no es así. El nuevo pacto busca principalmente reconciliar a la humanidad con Dios y formar un pueblo santo que refleje su carácter, más allá de las bendiciones materiales.

Antes de que Dios le indicara a Abram que debía salir de su tierra y alejarse de su familia, su padre, Taré, ya había tomado la decisión de salir de Ur de los caldeos con destino a la tierra de Canaán. Génesis 11:27-32. En su viaje hacia Canaán, la familia se estableció temporalmente en Harán, donde pasaron varios años. Finalmente, Taré, el padre de Abram, falleció en ese lugar.

Durante su estancia en Harán, la familia de Taré prosperó abundantemente, incluyendo a Abram y a Lot. Fue precisamente en este lugar donde Dios se manifestó a Abram, estableciendo un pacto con él. Dios le prometió que su descendencia llegaría a ser una nación grande y poderosa y que recibirían como heredad la tierra de Canaán. En obediencia, Abram se preparó para partir: “Tomó, pues, Abram a Saraí su mujer, y a Lot hijo de su hermano, y todos sus bienes que habían ganado y las personas que habían adquirido en Harán, y salieron para ir a tierra de Canaán; y a tierra de Canaán llegaron.” Génesis 12:5.

Mientras Abram permanecía en Harán, Dios le habló en sueños, una experiencia que marcó profundamente su vida y fortaleció su fe. En el sueño, Dios le reveló que lo estaba llamando a algo mucho más grande que él mismo: una misión que afectaría a todas las generaciones futuras. Le dijo: “Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra.” Génesis 12:1-3.

Este pacto no solo incluía promesas de bendición y protección, sino también el compromiso de Abram de obedecer y seguir el llamado de Dios, dejando atrás su zona de confort y todo lo familiar. Esta relación de confianza y obediencia cimentaría las bases de un nuevo pueblo consagrado a Dios.

¿Qué prometió Dios a Abram?

Dios prometió a Abram que haría de él una nación grande, bendecida y con un nombre que sería recordado por todas las generaciones. Esta promesa reflejaba no solo la intención de Dios de bendecirlo, sino también de establecer a través de él una línea de fe y obediencia que impactaría al mundo entero. Veinticuatro años después de haber salido de la tierra de Harán, Dios reafirmó su pacto con Abram y le dijo:

Era Abram de edad de noventa y nueve años, cuando le apareció Jehová y le dijo: Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de mí y sé perfecto. Y pondré mi pacto entre mí y ti, y te multiplicaré en gran manera. Entonces Abram se postró sobre su rostro, y Dios habló con él, diciendo: He aquí mi pacto es contigo, y serás padre de muchedumbre de gentes. Y no se llamará más tu nombre Abram, sino que será tu nombre Abraham, porque te he puesto por padre de muchedumbre de gentes. Y te multiplicaré en gran manera, y haré naciones de ti, y reyes saldrán de ti. Y estableceré mi pacto entre mí y ti, y tu descendencia después de ti en sus generaciones, por pacto perpetuo, para ser tu Dios, y el de tu descendencia después de ti. Y te daré a ti, y a tu descendencia después de ti, la tierra en que moras, toda la tierra de Canaán en heredad perpetua; y seré el Dios de ellos. Dijo de nuevo Dios a Abraham: En cuanto a ti, guardarás mi pacto, tú y tu descendencia después de ti por sus generaciones.” Génesis 17:1-9.

Este pacto contenía la promesa de convertir a Abraham en una nación grande y poderosa, a pesar de que él ya era anciano y su esposa, Sara, era estéril. Dios aseguró a Abraham que su descendencia heredaría la tierra de Canaán, un lugar que llegaría a ser hogar y símbolo de su fidelidad. Pero más valioso que la posesión de la tierra era la promesa de que Jehová sería su Dios, sosteniéndolos en cada generación.

Con el paso de los años, este pacto fue confirmado en cada etapa de su descendencia, reforzando la fe de Abraham y sus sucesores. Así, cuando Dios le habló, le dijo: “Ciertamente Sara tu mujer te dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Isaac; y confirmaré mi pacto con él como pacto perpetuo para sus descendientes después de él.” Génesis 17:19. Este pacto fue ratificado una vez más a través de Josué, cuando condujo al pueblo de Israel a la tierra prometida, recordándoles el propósito de la promesa: “Porque los hijos de Israel anduvieron por el desierto cuarenta años, hasta que todos los hombres de guerra que habían salido de Egipto fueron consumidos, por cuanto no obedecieron a la voz de Jehová; por lo cual Jehová les juró que no les dejaría ver la tierra de la cual Jehová había jurado a sus padres que nos la daría, tierra que fluye leche y miel.” Josué 5:6.

Esta sucesión de confirmaciones revelaba que el pacto de Dios no se limitaba a un solo momento o generación; era un compromiso perpetuo, una alianza con el pueblo que marcaría su historia y fortalecería su fe en el Dios que cumplía sus promesas.

La promesa de Dios a los descendientes de Abraham se cumplió alrededor de 4,000 años después en el pueblo de Israel moderno. Este hecho histórico reafirma la fidelidad de Dios hacia su pacto con Abraham y sus descendientes.

En el año 1948, las Naciones Unidas acordaron otorgarle al pueblo de Israel la tierra que Dios había prometido a Abraham. Este regreso a la tierra de Canaán representaba, para muchos, el cumplimiento de la promesa divina. Dios había declarado su pacto con los patriarcas y lo reafirmó a Moisés cuando liberó a Israel de Egipto.

“Jehová respondió a Moisés. Ahora verás lo que yo haré a Faraón; porque con mano fuerte los dejará ir, y con mano fuerte los echará de su tierra. Habló todavía Dios a Moisés, y le dijo. Yo soy Jehová. Y aparecí a Abraham, a Isaac y a Jacob como Dios Omnipotente, más en mi nombre Jehová no me di a conocer a ellos. También establecí mi pacto con ellos, de darles la tierra de Canaán, la tierra en que fueron forasteros, y en la cual habitaron. Asimismo, yo he oído el gemido de los hijos de Israel, a quienes hacen servir los egipcios, y me he acordado de mi pacto. Por tanto, dirás a los hijos de Israel. Yo soy Jehová; y yo os sacaré de debajo de las tareas pesadas de Egipto, y os libraré de su servidumbre, y os redimiré con brazo extendido, y con juicios grandes; y os tomaré por mi pueblo y seré vuestro Dios; y vosotros sabréis que yo soy Jehová vuestro Dios, que os sacó de debajo de las tareas pesadas de Egipto. Y os meteré en la tierra por la cual alcé mi mano jurando que la daría a Abraham, a Isaac y a Jacob; y yo os la daré por heredad. Yo Jehová.” Éxodo 6:1-8.

El nuevo pacto de Dios con el hombre es muy diferente al primero.

La Escritura anticipa que Dios establecería un nuevo pacto con el pueblo de Israel, diferente al primero. En este pacto, las leyes de Dios serían inscritas en la mente y el corazón de los herederos, en lugar de en tablas de piedra como en el pacto antiguo.

He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos, dice Jehová. Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová. Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado.” Jeremías 31:31-34.

Este nuevo pacto no solo apuntaba a un cambio en la forma de obediencia, sino a una relación más profunda e interna con Dios, donde cada persona conocería y seguiría sus mandatos desde el corazón.

Dios prometió a su pueblo que los conduciría a una tierra que fluye leche y miel para que la poseyeran de manera perpetua. Este pacto ofrecía una tierra productiva que traería prosperidad económica al pueblo israelita. Sin embargo, en el nuevo pacto, las promesas no incluyen posesión de tierras ni prosperidad económica, sino algo mucho más valioso que cualquier riqueza terrenal: la vida eterna.

Dios ha prometido vida eterna, no posesiones materiales, en su nuevo pacto. “Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros.” 1 Pedro 1:3-4. Esta herencia, reservada en los cielos para nosotros, es más sublime y preciosa que el oro; Dios ha prometido a aquellos que creen en su Hijo Jesucristo la vida eterna, siempre que vivan en obediencia a sus mandamientos, tal como lo hicieron Abraham, Isaac y Jacob.

Jesús nunca prometió posesiones materiales, como casas, carros y abundantes bendiciones económicas, como se suele escuchar hoy en día. La palabra de Dios es clara cuando dice: “Y esta es la promesa que él nos hizo, la vida eterna.” 1 Juan 2:25. ¿En qué parte de la Biblia se dice lo contrario? ¿Cuándo cambió esta promesa? ¿Existe alguna promesa mayor que la vida eterna?

Un pacto es un acuerdo o tratado entre dos o más partes, quienes se comprometen a cumplir lo estipulado. De esta manera, Dios demandó de Abraham que se circuncidara como señal del pacto, lo mismo hicieron Isaac, Jacob y el resto de sus descendientes, demostrando así su compromiso y fidelidad.

Ahora bien, ¿cuáles son los componentes del nuevo pacto, y quiénes participan en él? La Escritura declara que el nuevo pacto ha sido establecido sobre mejores promesas, siendo Jesucristo mismo el mediador de este pacto renovado y superior: “Pero ahora tanto mejor ministerio es el suyo, cuanto es mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas. Porque si aquel primero hubiera sido sin defecto, ciertamente no se hubiera procurado lugar para el segundo.” Hebreos 8:6-7.

Este nuevo pacto es la manifestación de la gracia y fidelidad de Dios, que nos ofrece una relación renovada y la promesa de una vida eterna, en lugar de posesiones materiales pasajeras.

El nuevo pacto de Dios al pueblo de Israel sustituyó al antiguo.

El nuevo pacto de Dios vino a reemplazar el antiguo pacto, cumpliendo y perfeccionando la relación entre Dios y la humanidad. La Escritura explica que “al decir: Nuevo pacto, ha dado por viejo al primero; y lo que se da por viejo y se envejece, está próximo a desaparecer.” Hebreos 8:13. Este cambio se hizo posible cuando Jesucristo derramó su sangre en la cruz del Calvario, poniendo fin al antiguo pacto y estableciendo el nuevo, un pacto de gracia y redención para todas las naciones.

El primer pacto, dado por Dios al pueblo de Israel, incluía estatutos y rituales de culto que debían observarse minuciosamente. Así lo expresa la Escritura: “Ahora bien, aun el primer pacto tenía ordenanzas de culto y un santuario terrenal.” Hebreos 9:1. Estas ordenanzas, como las ofrendas y sacrificios, estaban destinadas únicamente al pueblo de Israel, y las promesas del pacto también se dirigían exclusivamente a ellos. Jesús vino a cumplir y reformar la Ley Mosaica, transformando tanto sus demandas como sus promesas.

Lo cual es símbolo para el tiempo presente, según el cual se presentan ofrendas y sacrificios que no pueden hacer perfecto, en cuanto a la conciencia, al que practica ese culto, ya que consiste sólo de comidas y bebidas, de diversas abluciones, y ordenanzas acerca de la carne, impuestas hasta el tiempo de reformar las cosas. Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación, y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención.” Hebreos 9:9-12.

A diferencia del antiguo pacto, el nuevo pacto fue sellado con la sangre de Jesucristo, derramada por los pecados de toda la humanidad. Este sacrificio perfecto reemplazó el sistema de sacrificios de animales, que no podía redimir plenamente la conciencia ni otorgar vida eterna. La sangre de Cristo no solo trajo perdón sino también una transformación profunda en el pacto entre Dios y los hombres, extendiéndolo a toda la humanidad y no solo al pueblo de Israel.

Además, mientras que el antiguo pacto contenía demandas y promesas específicas para los israelitas, el nuevo pacto incluyó a hombres y mujeres de todas las nacionalidades, convirtiéndolos en participantes de la misma promesa de redención y vida eterna. Esto representa un cambio fundamental, ya que el acceso a Dios y a sus promesas dejó de estar limitado a una sola nación, ofreciendo a todos los que creen en Jesucristo la oportunidad de entrar en comunión con Dios y recibir su herencia celestial.

En este nuevo pacto, el énfasis ya no está en los rituales externos, sino en una relación viva con Dios a través de Jesucristo. Este pacto eterno invita a cada persona a acercarse a Dios con confianza, sabiendo que el sacrificio de Cristo es suficiente para asegurar el perdón de los pecados y el don de la vida eterna.

Los pactos requieren una señal que recuerda a los participantes a guardarlo.

Una de las señales fundamentales para los herederos del nuevo pacto es la participación en la ceremonia del partimiento del pan y el beber vino, que Jesús estableció en su última reunión con los discípulos. Esta celebración, conocida como la Santa Cena, la Cena del Señor, o también como la Pascua, representa el nuevo pacto sellado con la sangre de Cristo. Jesús, al compartir el pan y el vino con sus discípulos, instituyó esta práctica como un recordatorio de su sacrificio y de la promesa de vida eterna.

Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados.” Mateo 26:28. Así como la circuncisión fue una señal visible del pacto de Dios con Abraham y sus descendientes, la celebración de la Santa Cena actúa como un distintivo de los creyentes en Cristo, recordándoles su compromiso y fe en las promesas de Dios.

Si deseas profundizar un poco más respecto a este tema, te invito que escuches nuestro estudio titulado: La Cena del Señor, o Santa Cena.

Es importante recordar que, en un principio, los pactos y promesas de Dios fueron otorgados exclusivamente al pueblo de Israel. Los gentiles, es decir, aquellos que no pertenecían a Israel, no tenían acceso directo a estas promesas y pactos divinos. Sin embargo, a través de la obra redentora de Jesús, esta barrera fue eliminada, abriendo el camino a todas las naciones para que participaran en la comunión con Dios: “Por tanto, acordaos de que en otro tiempo vosotros, los gentiles en cuanto a la carne, erais llamados incircuncisión por la llamada circuncisión hecha con mano en la carne. En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo.” Efesios 2:11-13.

La única forma en que hombres y mujeres de cualquier nacionalidad pueden acceder a las promesas que Dios otorgó al pueblo de Israel es a través de la adopción espiritual en Cristo. Por medio de esta adopción, los creyentes son incorporados a la familia de Dios, recibiendo el mismo amor y las mismas promesas que antes se dirigían exclusivamente a Israel. “En amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad.” Efesios 1:5.

Esta adopción no solo nos hace herederos de las promesas divinas, sino que nos convierte en parte de la familia de Dios, permitiéndonos disfrutar de una relación cercana y personal con Él. La Santa Cena, como recordatorio de este nuevo pacto, refuerza la unidad y la comunión entre todos los creyentes, sin importar su origen, en una fe común y en las promesas eternas de Dios.

Alcanzar la promesa en el nuevo pacto requiere un esfuerzo muy grande.

Pablo se esforzaba intensamente para alcanzar la vida eterna que Jesús prometió a aquellos que creyeran en su nombre. Sabía que este camino no es fácil, como algunos piensan; más bien, es un sendero arduo y desafiante. Incluso siervos como Pablo dedicaban un gran empeño a alcanzar esta promesa y, por ello, se esforzaba más que otros en su lucha por obtener una corona incorruptible. Esta corona simbolizaba no solo la vida eterna, sino también un lugar de autoridad en el Reino de Dios, una posición que solo los fieles y perseverantes podrían alcanzar. “¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire.” 1 Corintios 9:24-26.

Pablo y otros seguidores de Cristo buscaban una herencia que no está en este mundo, sino en el Reino de los cielos. Aquí radica la confusión de muchos hoy en día, pues desean obtener ambas herencias: la terrenal y la celestial, lo cual es imposible. En primer lugar, porque el antiguo pacto fue establecido única y exclusivamente para el pueblo de Israel, dirigido a sus necesidades y bendiciones específicas. En segundo lugar, porque en el nuevo pacto los herederos de las promesas son los pobres de este mundo, aquellos que, aunque carentes de riquezas materiales, son ricos en fe y reciben el reino prometido: “Hermanos míos amados, oíd: ¿no ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman?Santiago 2:5.

La herencia destinada a los pobres de este mundo trasciende el dinero y los lujos, y representa una riqueza espiritual mucho más elevada. Sin embargo, en tiempos actuales, algunos predicadores incitan a sus feligreses a perseguir prosperidad material y lujos, distorsionando la verdadera naturaleza de las promesas del nuevo pacto. La herencia del nuevo pacto es una promesa de vida eterna, de comunión con Dios, y de una riqueza espiritual que solo los que aman y obedecen a Dios pueden alcanzar.

Las riquezas son un engaño del que participan millones de cristianos

El engaño de las riquezas distrae a millones de cristianos del verdadero propósito de Dios para sus hijos. Si voluntariamente renunciáramos a nuestras posesiones, incluso a nuestra propia vida, tal como lo hicieron los discípulos y todos los creyentes del primer siglo, entenderíamos la mente de aquellos hombres que dejaron todo por seguir a Jesús. Ellos sabían que Jesús nos brinda la oportunidad de obtener mucho más de lo que pudiéramos dejar en este mundo, a cambio de una herencia incorruptible en el reino de Dios en la tierra. “Y alzando los ojos hacia sus discípulos, decía: Bienaventurados vosotros los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.” Lucas 6:20.

El antiguo pacto fue hecho entre Dios y Abraham y sus descendientes; de ninguna manera incluía a los gentiles. Pero en el nuevo pacto, las condiciones y los ofrecimientos cambiaron radicalmente. En este, todos los que crean y guarden los mandamientos de Jesús tienen la oportunidad de ser herederos: “Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados. Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse.” Romanos 8:17-18.

Los discípulos pasaron por muchas pruebas, aflicciones, persecuciones y necesidades económicas, pero sabían que de la misma manera que se prueba el oro, nosotros también debemos ser probados por medio de experiencias muchas veces dolorosas. Estas pruebas fortalecen nuestra fe y nos acercan más a Dios, permitiéndonos comprender que las riquezas materiales son temporales y pueden convertirse en un engaño que nos aparta del verdadero propósito divino.

Entender esto nos ayuda a centrar nuestra vida en las promesas eternas de Dios, recordando que nuestra verdadera herencia no está en las posesiones terrenales, sino en la vida eterna que nos ha sido prometida. Así como los primeros creyentes, estamos llamados a sacrificar lo que sea necesario para seguir a Jesús, y participar en el nuevo pacto que incluye a todos los que creen, sin distinción de nacionalidad o condición social.

El evangelio de la prosperidad y su influencia en el cristianismo moderno

Solo en Estados Unidos, el evangelio de la prosperidad ha ganado una presencia notable en muchas congregaciones. Este enfoque enseña que las bendiciones de Dios incluyen prosperidad financiera y salud física, asociando la donación y el bienestar económico con la aprobación divina. Según una encuesta de Lifeway Research realizada en 2022, el 52% de los feligreses en Estados Unidos afirmaron que en sus iglesias se enseña que Dios los bendecirá si donan más dinero, un aumento respecto al 38% en 2017. Además, el 76% de los asistentes a estas iglesias cree que Dios desea que prosperen financieramente, un aumento significativo en comparación con el 69% en 2017.

Estas estadísticas revelan que una proporción considerable de congregaciones evangélicas en Estados Unidos promueven enseñanzas vinculadas al evangelio de la prosperidad. Sin embargo, es importante destacar que estas creencias no pueden coexistir con otras enseñanzas cristianas, porque el enfoque en la prosperidad material desvía el propósito central del mensaje de Cristo. Jesús dijo: “Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas.” Mateo 6:24. El evangelio del Reino y el evangelio de la prosperidad son incompatibles y se rechazan mutuamente, por lo que no pueden convivir en la mente y el corazón de un cristiano al mismo tiempo.

El “evangelio de la prosperidad” comenzó a desarrollarse en el siglo XX en Estados Unidos, y su origen puede rastrearse hasta ciertos movimientos de sanidad y prosperidad que surgieron en círculos cristianos. Este enfoque del evangelio sostiene que la fe en Dios, acompañada de la obediencia a ciertos principios (como el dar ofrendas o diezmos generosos), traerá inevitablemente bendiciones materiales, salud y éxito económico.

Uno de los antecedentes más influyentes fue el movimiento de la “Confesión Positiva” o “Palabra de Fe”, promovido por predicadores como Kenneth Hagin y Kenneth Copeland en las décadas de 1950 y 1960. Este movimiento enseñaba que la confesión de palabras positivas y declaraciones de fe tenían el poder de transformar la realidad de los creyentes, incluyendo sus circunstancias financieras. Esto fue combinado con enseñanzas sobre el poder de la fe para “reclamar” bendiciones materiales.

A partir de los años 1980, figuras como Oral Roberts y, posteriormente, otros televangelistas como Joel Osteen y Benny Hinn llevaron estas enseñanzas a una audiencia global. Con la ayuda de los medios de comunicación, el evangelio de la prosperidad se expandió rápidamente y ganó popularidad en muchas iglesias. Este mensaje fue bien recibido por muchos cristianos porque ofrecía una esperanza concreta de éxito y bienestar, algo que el hombre, por su naturaleza pecaminosa, desea.

Sin embargo, el evangelio de la prosperidad distorsiona el mensaje central del evangelio, enfocándose en bendiciones materiales en lugar de en la reconciliación espiritual, la santificación y el sacrificio. El evangelio de la prosperidad se aleja completamente de las enseñanzas bíblicas sobre el sufrimiento y la fidelidad a Dios, incluso en medio de la adversidad, como fue ejemplificado por personajes bíblicos como Job y el apóstol Pablo.

Este fenómeno resulta relevante porque es esencial discernir entre las promesas hechas en el antiguo pacto, que incluían bendiciones materiales para Israel, y las promesas del nuevo pacto, establecidas por Jesucristo. Ambas promesas y demandas son muy diferentes, tanto a quienes van dirigidas como por la naturaleza de sus recompensas. El nuevo pacto no se centra en bienes materiales ni en prosperidad financiera, sino en la vida eterna y en una relación personal con Dios. Las Escrituras nos muestran que las verdaderas bendiciones prometidas a los herederos del nuevo pacto son de naturaleza espiritual y que las pruebas, el sacrificio y la perseverancia son elementos inherentes al camino cristiano.

El mensaje del evangelio de la prosperidad, que enfatiza las bendiciones materiales, eclipsa el verdadero propósito de la fe en Cristo, puesto que no tienen relación el uno con el otro. Mientras algunos predicadores enseñan que la prosperidad económica es una señal de bendición divina, las enseñanzas de Jesús y los apóstoles nos recuerdan que la promesa de vida eterna y comunión con Dios es el tesoro más grande que podemos alcanzar, y que las riquezas materiales son temporales y secundarias. El nuevo pacto nos ofrece mucho más que bienes terrenales que serán destruidos cuando Jesucristo regrese: nos brinda una herencia incorruptible y la certeza de la vida eterna, que superan cualquier riqueza que el mundo pueda ofrecer.

¿Significa que el cristiano debe sufrir necesidades y dificultades económicas?

El razonamiento humano podría sugerir lo contrario, pues se tiende a pensar que la bendición divina debe manifestarse en prosperidad económica y ausencia de dificultades. Sin embargo, la palabra de Dios nos ofrece una perspectiva diferente sobre el estado de la iglesia y sus prioridades. A través del profeta Jeremías, Dios revela que el pueblo ha distorsionado su ley, cayendo en la avaricia y el engaño: “¿Cómo decís? ¿Nosotros somos sabios, y la ley de Jehová está con nosotros? Ciertamente la ha cambiado en mentira la pluma mentirosa de los escribas. Los sabios se avergonzaron, se espantaron y fueron consternados; he aquí que aborrecieron la palabra de Jehová; ¿y qué sabiduría tienen? Por tanto, daré a otros sus mujeres, y sus campos a quienes los conquisten; porque desde el más pequeño hasta el más grande cada uno sigue la avaricia; desde el profeta hasta el sacerdote todos hacen engaño.” Jeremías 8:8-10.

Las falsas doctrinas, que promueven una fe basada en la prosperidad material, surgen de pensamientos humanos y no del Espíritu de Dios. Muchos creen que la falta de persecución y el éxito económico de algunos cristianos indican aprobación divina y que ese es el plan de Dios. Sin embargo, Jesús nos advirtió que, al igual que Él fue perseguido, sus seguidores también lo serían: “Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra.” Juan 15:20.

La palabra de Dios permanece inmutable, y las exigencias que Jesús planteó a sus discípulos siguen vigentes hoy. No existe ningún pasaje en las Escrituras que indique que las pruebas o las persecuciones ya no son parte del llamado cristiano. Dios no ha cambiado su método de formar a sus siervos: aquellos que estuvieron más cerca de su corazón fueron a menudo maltratados y humillados por el mundo.

A lo largo de la Biblia encontramos numerosos ejemplos de hombres y mujeres fieles que enfrentaron grandes dificultades a pesar de ser aprobados por Dios. Estos desafíos, lejos de ser signos de abandono, eran parte del proceso de purificación y fortalecimiento en su relación con Él. La verdadera fe no se mide por la ausencia de sufrimiento, sino por la perseverancia en medio de las pruebas, reflejando el carácter de Cristo y su fidelidad ante toda adversidad.

Siervos como Daniel, Jeremías, Elías, Pablo, Pedro y el mismo Jesús nos ofrecen un modelo de la forma en que Dios obra en sus verdaderos siervos. Muchos de ellos soportaron sufrimientos extremos y, sin embargo, permanecieron firmes en su fe. La Escritura describe la experiencia de estos siervos fieles: “Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados. Estos hombres, de los cuales el mundo no era digno, anduvieron errantes por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra. Pero ninguno de ellos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, recibió lo prometido, porque Dios tenía reservado algo mejor para nosotros, para que no fueran ellos perfeccionados aparte de nosotros.” Hebreos 11:37-40.

Dios cumplirá sus promesas a su verdadero pueblo y confirmará su pacto, pero también probará el corazón de muchos cristianos. Viene un tiempo en el cual muchos desfallecerán y se apartarán del camino; sin embargo, también será el tiempo en que muchos cristianos brillarán en medio de las tinieblas, mostrando una fe genuina que resplandece ante las pruebas.

Este tiempo de prueba revelará quiénes son verdaderamente los siervos de Dios. ¿Cómo lo hará? La manera exacta aún no la conocemos, pero sabemos que estas pruebas están diseñadas para fortalecer la fe y purificar el corazón de sus hijos.

El nuevo pacto de Dios ha trascendido el pacto antiguo que fue exclusivo para el pueblo de Israel

A través de Jesús, el nuevo pacto se extiende a todas las naciones, haciendo posible que personas de toda nacionalidad puedan acceder a las promesas de vida eterna mediante la fe y la obediencia a sus mandamientos. Este pacto no promete riqueza terrenal o comodidad, sino una herencia celestial, una vida transformada y una relación directa con Dios.

La vida de los siervos fieles, como Daniel, Jeremías, Elías, Pablo y Pedro, refleja que el camino del verdadero discípulo no es fácil. Estos hombres, junto con Jesús mismo, soportaron persecuciones, pruebas y renunciaron a las riquezas y comodidades de este mundo para ganar algo mucho más valioso: un lugar en el Reino de Dios. Sus experiencias nos enseñan que las bendiciones de Dios en el nuevo pacto no son materiales, sino espirituales, y que el propósito último de nuestra vida es alcanzar la gloria venidera, aún si esto implica sacrificios y pruebas en esta vida.

La herencia prometida a los herederos del nuevo pacto es la vida eterna, una herencia incorruptible reservada en los cielos. Jesús dejó claro que sus seguidores serían perseguidos y probados, tal como Él fue, y que en el camino de la fe no se encuentran riquezas terrenales, sino un llamado a negarnos a nosotros mismos, tomar nuestra cruz y seguirle. La vida cristiana no está destinada a ser cómoda ni a asegurar prosperidad económica; al contrario, las pruebas, el sacrificio y la persecución son parte del proceso que nos prepara y purifica.

En un mundo donde el engaño de las riquezas se presenta a través de un falso evangelio de prosperidad, Dios no ha cambiado sus métodos ni sus propósitos. Las promesas eternas están reservadas para aquellos que perseveran en fe, que como los primeros discípulos, son pobres en espíritu y ricos en fe. Dios cumplirá su promesa y recompensará a quienes le aman, confirmando que aunque las pruebas sean intensas, el galardón eterno será incomparablemente mayor a cualquier sufrimiento temporal: “Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria.” 2 Corintios 4:17.

La palabra de Dios declara que, aunque tengamos que pasar por padecimientos por anunciar las buenas nuevas del verdadero evangelio del Reino, nos espera una recompensa eterna que nadie podrá arrebatarnos. Sin embargo, nos advierte que debemos ser fieles al pacto que Jesús hizo con todos los que creyeran en él: “Porque la paga del pecado es muerte, más la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.” Romanos 6:23.

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