En tiempos de gran necesidad económica, muchos buscan soluciones rápidas, como un cambio de liderazgo o de políticas. Pero la verdadera solución a los problemas que enfrentamos no radica en un nuevo presidente o en reformas económicas. La salida real y duradera, solo puede venir de una transformación profunda que rompa con la cultura del despilfarro y reconozca que todas las riquezas, el oro y la plata, pertenecen a Dios. Aunque hoy día las grandes corporaciones y las instituciones financieras posean la mayor parte de la riqueza mundial, al final de los tiempos, esas riquezas volverán a su dueño original. Hageo 2 8, dice: «Mía es la plata, y mío es el oro, dice Jehová de los ejércitos.»
Cuando nuestro Señor y Salvador Jesucristo regrese a la tierra, establecerá un Reino de justicia y equidad que se extenderá hasta los confines del mundo. En ese Gobierno Divino, no habrá lugar para la desigualdad ni para la escasez, porque Dios proveerá para todas nuestras necesidades. En ese día, todos tendrán lo suficiente y no habrá más sufrimiento ni pobreza. Esta es la esperanza que sustenta a los creyentes, incluso cuando las circunstancias actuales parecen desoladoras.
Por ahora, mientras esperamos el cumplimiento de esa promesa divina, lo que podemos hacer como pueblo de Dios es unir nuestras fuerzas en oración y ayuno, buscando la respuesta del Creador. Nosotros, como nación santa y como pueblo adquirido por Dios, tenemos el poder de influir en las naciones del mundo haciendo lo que nuestro Padre celestial nos ha llamado a hacer. La Biblia nos asegura que, si los cristianos clamamos a Dios, Él nos escuchará y nos responderá. “Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces.” Jeremías 33 3. Dios no quiere que su pueblo sufra innecesariamente; Él es nuestra esperanza en tiempos de crisis y ha prometido que no faltará el pan de cada día para sus hijos. Cada cristiano nacido de nuevo es un tesoro especial para Dios; no somos extraños para Él, somos sus hijos.
Por lo tanto, es momento de hacer lo que sabemos que debemos hacer: orar sin cesar. Nuestra confianza no debe estar puesta en las soluciones que los hombres proponen, sino en Jehová, quien hizo los cielos y la tierra. “Alzaré mis ojos a los montes; ¿de dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene de Jehová, que hizo los cielos y la tierra.” Salmos 121 1 y 2.
¿Cuándo debemos actuar, y cuándo debemos solo esperar?
Muchos cristianos sienten la necesidad de «actuar» para encontrar una solución a la crisis. Algunos participan en la política, otros se manifiestan en las calles o buscan alternativas por sus propios medios para cambiar su situación. Sin embargo, la palabra de Dios nos invita a una respuesta diferente, una que implique la fe y la confianza en sus promesas.
Hace más de tres mil años, el pueblo de Israel intentó actuar sin el consentimiento de Dios, y esta actitud provocó la ira del Señor. Aunque, en situaciones similares, muchos de nosotros quizás hubiéramos actuado de la misma manera, la lección que nos deja es clara. El profeta Isaías escribió: “Porque así dijo Jehová el Señor, el Santo de Israel: En descanso y en reposo seréis salvos; en quietud y en confianza será vuestra fortaleza. Y no quisisteis, sino que dijisteis: No, antes huiremos en caballos; por tanto, vosotros huiréis. Sobre corceles veloces cabalgaremos; por tanto, serán veloces vuestros perseguidores.” Isaías 30 15 y 16.
Esta es una invitación a confiar en Dios, incluso cuando parezca que la acción inmediata es la mejor opción. Dios nos llama a descansar en Él y a creer que, en su tiempo, Él nos dará la solución.
Sí, es hora de actuar, pero no según las maneras del mundo, sino conforme a la voluntad de Dios. A nuestro Padre celestial no lo impresionan las multitudes levantando las manos o gritando al unísono, sino la fe genuina que sus hijos demuestran en su vida diaria. La fe, que podemos definir como la «confianza plena en las promesas de Dios», es el medio más eficaz para salir de la angustia. Porque Dios ha prometido no dejarnos ni desampararnos, como nos recuerda Hebreos 13 5. “Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré”.
Esto no significa que milagrosamente caerán billetes del cielo, sino que, aun en medio de la peor crisis económica mundial, los creyentes poseerán algo que muchos no tendrán: la paz que sobrepasa todo entendimiento. Esa paz nos sostiene y nos da la certeza de que Dios está en control, incluso cuando las circunstancias parecen fuera de control.
Tal vez hayas perdido tu trabajo, o tu empresa esté al borde de la quiebra, pero debes saber que no estás solo. Esta no es una lucha que enfrentas en solitario, y aunque sientas que nadie más entiende tu dolor, hay muchas personas que están pasando por situaciones similares o incluso más difíciles que la tuya.
Cambiar nuestra angustia por gozo no es sencillo, pero tampoco es imposible. Las cargas y preocupaciones, si las compartimos, se vuelven más ligeras. La necesidad de tu hermano se convierte en tu propia necesidad, y tu carga se convierte en la de tu hermano. Juntos, podemos soportar los tiempos difíciles con mayor facilidad. “Y si alguno prevaleciere contra uno, dos le resistirán; y cordón de tres dobleces no se rompe pronto.” Eclesiastés 4 12. Si unimos nuestras fuerzas y hacemos lo que Dios nos ha llamado a hacer, saldremos adelante de esta crisis y de cualquier otra que se presente, porque sabemos que Dios está de nuestro lado.
La verdadera esperanza de los cristianos no está en los cambios políticos ni en las reformas económicas, sino en la certeza de que Dios está presente y activo en nuestras vidas. Esta esperanza nos impulsa a seguir adelante, a orar, a confiar y a esperar la respuesta de Dios con fe. Aunque enfrentemos momentos difíciles, nuestra mirada debe estar puesta en Aquel que prometió cuidarnos y guiarnos hasta el final.