Históricamente, los verdaderos siervos de Dios han sufrido incontables tribulaciones por obedecer sin condiciones las instrucciones de Dios. Los profetas fueron encarcelados, maltratados, menospreciados e incluso asesinados por su propio pueblo, por el único «delito» de mostrarles su pecado y llamarlos al arrepentimiento. También persiguieron y mataron a Jesús; luego continuaron con sus apóstoles, y por más de 200 años, el Imperio Romano cazó como animales a los discípulos de estos. Fue hasta que Constantino, a principios del siglo III, promulgó un edicto concediendo libertad de culto a los cristianos, mancillando intencional o inadvertidamente la verdadera doctrina de Jesús. El ecumenismo temprano de Constantino dio como resultado una unión entre el paganismo romano y el imperio católico emergente, el cual convirtió a los miles de dioses paganos en deidades cristianas.
De esta manera, se pedía que se concediera algún milagro a San Pedro en lugar de Marte o Júpiter, cambiando únicamente los nombres de dioses paganos por alguno de los nombres de reconocidos cristianos. Como resultado de esta horrenda metamorfosis, surgió una iglesia cuyo fundamento pagano imponía un culto a ídolos de madera y piedra, pero que pretendía ser cristiana.
La religión católica romana, dando muestras de su ignorancia de las Escrituras y de flagrante rebeldía a los preceptos divinos, mantuvo oculta por siglos la Palabra de Dios para que el pueblo permaneciera en tinieblas y no fuera salvo. A través del miedo y la superstición, mantuvieron al pueblo esclavizado y explotado por siglos, robando lo poco que tenían por medio de las llamadas “indulgencias”, prometiendo perdón de pecados a cambio de dinero.
La madre de todas las abominaciones se sentó como reina sobre su trono de idolatría y perversión por más de 1500 años, hasta que hombres llenos de la presencia de Dios desafiaron la autoridad de este monstruoso fenómeno religioso.
Durante los años del oscurantismo católico romano de la Edad Media, hubo un pequeño remanente que se mantuvo fiel a la Palabra de Dios y, al igual que los héroes de la fe de antaño, también fueron perseguidos y asesinados. El tiempo de la Reforma también fue escenario de las más crueles matanzas que se llevaron a cabo en el nombre de Dios.
Las más inhumanas formas de exterminio se extendieron por toda Europa a manos de quienes decían llamarse cristianos. Los libros de historia registran las famosas cruzadas de muerte contra los llamados herejes, dirigidas por el autodenominado vicario o representante de Cristo en la tierra, y por todos sus serviles partidarios. Estas matanzas buscaban erradicar por completo a todos los que osaban contradecir al papa.
Se calificaba de criminales y herejes a quienes, con un corazón contrito y humillado, buscaban a Dios en espíritu y en verdad. La sangre de los mártires corrió por todas las ciudades europeas durante siglos. Sin embargo, un remanente se reunía en cavernas o en la profundidad de los bosques para adorar a Dios. Este remanente, que a lo largo de los siglos ha mantenido la llama de la verdad, fue perseguido únicamente por creer que el justo por la fe vivirá.
Estaban expuestos a los continuos ataques de los hijos de Satanás, y la mínima insinuación de que alguno de ellos conocía las Sagradas Escrituras o predicaba de la gracia redentora de nuestro Salvador era suficiente para ser acusado de herejía y sentenciado a la hoguera.
Ahora, algunos opinan que la persecución fue destinada exclusivamente a los apóstoles, sin considerar que Jesús dijo que cualquiera que quiera ser su discípulo padecerá persecución. “Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra.” Juan 15:20.
Según la creencia de la mayoría de los cristianos, estas palabras fueron dirigidas únicamente a los apóstoles; por lo tanto, quienes habrían de sufrir serían ellos. La iglesia moderna es un débil representante de la verdadera iglesia del Señor y, poco a poco, ha cedido terreno a Satanás, entregando la verdad manifiesta en la Biblia a cambio de transigir con el pecado y las comodidades. Las costumbres de nuestros padres son tradiciones que, en muchas ocasiones, van en contra de los mandamientos de Dios, tal como sucedió en el pasado. La iglesia cristiana evangélica no se distancia completamente de las costumbres de la religión católica, puesto que se aferran a las tradiciones de los fundadores de su denominación, en lugar de la Palabra de Dios.
Esas tradiciones o costumbres tienen un gran peso sobre el cristianismo, puesto que son la base para juzgar a aquellos que no se amoldan a esos cánones. Siempre fue así, y no creo que eso vaya a cambiar en el futuro. Satanás ha usado las mismas estrategias para intentar acabar con los hijos de Dios por siglos y lo mismo hará en el futuro: primero los ridiculizará y menospreciará, diciendo que no tienen un título de pastor, como si a Dios le importara. Luego los intimidará para tratar de callarlos; si esto no funciona, los encarcelará acusándolos de delitos que no existen, y finalmente los asesinará.
En el pasado, el cristiano fue arrastrado por doctrinas mezcladas con un aparente cristianismo. Ellos cambiaron la verdad por la mentira y contribuyeron a expandir un evangelio saturado de errores. Los nuevos evangelios han empujado a los cristianos modernos a apartarse de los mandamientos de Dios, atrayendo para sí mismos condenación y muerte.
Hoy, esa mezcla se ha extendido en la iglesia del Señor, que parece no tener una solución; sin embargo, y a pesar de no verse aún, surgirán pequeñas luces que alumbrarán en medio de la oscuridad. Al principio, serán llamados inconformes, inadaptados, fanáticos, legalistas y recibirán todo tipo de apelativos despectivos. Luego, se les llamará «sectas». Pero no importa cómo les llamen, porque la misericordia y el poder de Dios residirá en esos hombres y mujeres llenos del Espíritu Santo, lo cual provocará la rabia y la envidia de muchos líderes, porque esos agitadores representarán un peligro para ellos. Enseñarán doctrinas diferentes a las que por tradición han predicado, por lo cual la gente comenzará a cuestionarlos y la estabilidad de sus obras se tambaleará.
Serán acusados de entorpecer el crecimiento de la obra de Dios en la tierra y, al igual que los sacerdotes cuando dispusieron matar a Jesús, dirán: “Es mejor que muera uno y no todos”, dando inicio a otra persecución.
Por cierto, si quieres conocer con detalles cómo comenzó y las razones que llevaron a un grupo de personas a perseguir sistemáticamente a los cristianos del primer siglo, escucha nuestro estudio titulado: La Persecución de los Cristianos.
Los cristianos en la actualidad no niegan que pueda haber otra persecución; de hecho, creen que durante el tiempo de la gran tribulación, los creyentes serán perseguidos por el anticristo, quien degollará a muchos de ellos. Pero esto les valdrá, según ellos, la salvación. Para ese entonces, creen sin base bíblica que los verdaderos cristianos ya no estarán en la tierra para sufrir. La Palabra de Dios demuestra una y otra vez que los hijos de Dios fueron y serán siempre perseguidos por los hijos de las tinieblas; por lo tanto, la persecución que vendrá está dirigida a los hijos de Dios, no a los inconversos. “Así que, hermanos, nosotros, como Isaac, somos hijos de la promesa. Pero como entonces el que había nacido según la carne perseguía al que había nacido según el Espíritu, así también ahora.” Gálatas 4:28-29.
Los hijos de la carne creen que gozamos de libertad de culto porque vivimos en la nueva dispensación de la gracia, la cual permite que los cristianos “prosperemos” y seamos “bendecidos” en lugar de ser atormentados. La llamada “nueva dispensación de la gracia” no tiene ningún fundamento bíblico. Aunque los orígenes del dispensacionalismo no tienen nada que ver con la prosperidad económica, es predicado como si lo fuera.
Aunque algunas iglesias que enseñan el Evangelio de la Prosperidad pueden adoptar un enfoque dispensacionalista en la interpretación de la Biblia, la conexión entre ambas es más circunstancial que esencial. El dispensacionalismo se centra más en la escatología y la división de la historia bíblica, mientras que el Evangelio de la Prosperidad se enfoca en la aplicación moderna de ciertas promesas bíblicas para justificar la riqueza y el bienestar material como signos de favor divino.
La llamada nueva dispensación de la gracia en el siglo XXI no es más que un burdo disfraz de libertinaje, el cual fue combatido por los apóstoles como Pedro. Él se expresó duramente de este tipo de hombres, porque: “Tienen los ojos llenos de adulterio, no se sacian de pecar, seducen a las almas inconstantes, tienen el corazón habituado a la codicia y son hijos de maldición. Han dejado el camino recto y se han extraviado siguiendo el camino de Balaán hijo de Beór, el cual amó el premio de la maldad, y fue reprendido por su iniquidad; pues una muda bestia de carga, hablando con voz de hombre, refrenó la locura del profeta.” 2 Pedro 2:14-16.
Judas también dice que los falsos creyentes se corrompen como animales irracionales, dando a entender que no razonan conforme a la sana doctrina, sino que son llevados por la avaricia y el camino de su propio corazón. “Pero éstos blasfeman de cuantas cosas no conocen; y en las que por naturaleza conocen, se corrompen como animales irracionales. !!Ay de ellos! porque han seguido el camino de Caín, y se lanzaron por lucro en el error de Balaán, y perecieron en la contradicción de Coré. Estos son manchas en vuestros ágapes, que comiendo impúdicamente con vosotros se apacientan a sí mismos; nubes sin agua, llevadas de acá para allá por los vientos; árboles otoñales, sin fruto, dos veces muertos y desarraigados.” Judas 1:10-12.
Pablo se refirió a estos falsos maestros como ministros de Satanás, disfrazados de apóstoles de Jesús. “Porque éstos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo. Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz. Así que, no es extraño si también sus ministros se disfrazan como ministros de justicia; cuyo fin será conforme a sus obras.” 2 Corintios 11:13-15.
Las persecuciones vienen como consecuencia natural de anunciar la verdadera Palabra de Dios, tal como fue enseñada por Jesús y sus apóstoles. Cuando el cristiano se apega a la Palabra de Dios, indudablemente se ganará muchos enemigos, especialmente entre los más respetados maestros bíblicos. Pedro dice que quien quiera vivir piadosamente padecerá persecución.
Si no existe persecución generalizada, aunque sí la hay en algunos lugares del mundo, es porque no se han levantado hombres que señalen el pecado del pueblo tal como lo hacían los profetas. El remanente de Dios se levantará con mucho poder, pero serán considerados como fanáticos religiosos, gente extraña que no se amolda a la visión de la iglesia cristiana moderna. Serán tratados como inadaptados, rebeldes, y que se niegan a disfrutar del nuevo evangelio de bendiciones del presente siglo.
Recuerda que la tribulación que viene de Dios es una herramienta para forjar el carácter del cristiano.
Del mismo modo que un maestro enseña a sus alumnos a practicar lo que les ha enseñado con palabras, así el Señor prueba nuestros corazones en medio de la tribulación. Las aflicciones por las que pasa el justo son el campo de entrenamiento donde Dios forja su carácter. Esas tribulaciones y necesidades, cuando provienen de Dios, producen gozo, tal como lo plantea Pablo en Romanos 5:2-5: “Por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.”
Por el contrario, las tribulaciones que se originan de las malas decisiones que los cristianos toman no producirán más que desaliento y dolor. Jesús enseñó que debemos ser sabios y planificar antes de tomar cualquier decisión, sea esta en el campo material o en asuntos espirituales. La actitud debe ser siempre la misma: calcular las consecuencias y los resultados de nuestras acciones y no simplemente dejarnos llevar por las circunstancias. “Porque ¿cuál de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla?” Lucas 14:28. Él puso un ejemplo que todos estuvieran en la capacidad de entender para demostrar que en el ámbito espiritual también aplica la misma regla.
Los discípulos calcularon los costos de servir al Señor y los enfrentaron con gallardía; por casi trescientos años, los cristianos mantuvieron viva la llama del amor a Dios, dejándose matar por causa del evangelio. Ellos fueron el reflejo de su Maestro, dejando todo lo que poseían y padeciendo por causa de la verdad.
En cambio, en la actualidad muchos ni siquiera pueden pagar el precio de sus deleites; creen que Dios sobrenaturalmente cumplirá todos sus antojos y declaran por fe que tendrán aquello que han deseado con vehemencia. Quienes no reciben lo pedido terminan avergonzados y se excusan diciendo que no tuvieron suficiente fe para alcanzar lo que se propusieron.
La Palabra de Dios nos dice que si no contamos con los recursos para iniciar y concluir un proyecto, es mejor que no lo iniciemos. En el aspecto espiritual ocurre lo mismo; si no hemos calculado el precio que debemos pagar para obtener las promesas de Dios, es mejor que no nos aventuremos a llamarnos cristianos. Incluso este título fue otorgado por la gente del mundo que conoció a Jesús y vio ese mismo carácter en sus discípulos. De modo que cristiano es aquel que se parece a Jesús y no aquel que solo asiste a una congregación.
El precio de ser un verdadero cristiano es padecer por Cristo, y esto es necesario si realmente queremos entrar en el reino de Dios, tal como el Señor Jesús dijo: “Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece. Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra. Mas todo esto os harán por causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado.” Juan 15:19-21.
Estas palabras mantienen su valor en el siglo XXI porque el mundo aborrece a los verdaderos hijos de Dios, desprecia a los verdaderos discípulos del Maestro y odia a los verdaderos creyentes.
Si eres aceptado por el mundo, seguramente ya eres parte de él.
Si el mundo ama a los evangélicos, algo muy malo debe estar pasando. Si los siervos de Dios son tomados como personas respetables y grandes hombres de Dios, indudablemente son todo lo contrario. Si un profeta es recibido con los brazos abiertos por la gente del mundo y por las multitudes, con certeza no es un instrumento de Dios. Jesús no puede estar equivocado cuando dijo: “!!Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros! porque así hacían sus padres con los falsos profetas.” Lucas 6:26.
Esta es la señal más evidente de que un predicador no es un verdadero siervo de Dios. Existen diferencias muy notables entre los cristianos del Nuevo Testamento y los creyentes del siglo XXI. El cristiano actual dice que Jesucristo padeció por nosotros para que nosotros no suframos; pero la Escritura dice todo lo contrario. El apóstol Pedro afirma que el creyente debe seguir el ejemplo de Jesús: “Porque, ¿qué de notable hay si, cuando cometéis pecado y sois abofeteados, lo soportáis? Pero si lo soportáis cuando hacéis el bien y sois afligidos, esto sí es aceptable delante de Dios. Pues para esto fuisteis llamados, porque también Cristo sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo para que sigáis sus pisadas.” 1 Pedro 2:20-21.
Un predicador centroamericano mintió ante las autoridades norteamericanas para solicitar una visa para su sobrina, haciéndola pasar como su hija. Algunos años más tarde, fue detenido en un aeropuerto de los Estados Unidos, acusado de perjurio y condenado a prisión. En la congregación que él dirigía se levantó un movimiento que clamaba con ayunos y oraciones por su pronta liberación, atribuyendo dicho encarcelamiento a un ataque de Satanás que pretendía detener el avance de la obra de Dios en dicho país.
Pedro, en tal situación, dijo que aquellos que padecen por malhechores o delincuentes, bien merecido lo tienen; pero si haciendo el bien padecemos, eso es agradable delante de Dios. Los creyentes del primer siglo cuidaban de las viudas, de los pobres, atendían a los enfermos y predicaban el evangelio del reino, siguiendo al pie de la letra las enseñanzas de Jesús; sin embargo, eran encarcelados y asesinados.
Ellos se mantuvieron firmes en su profesión de fe a pesar del alto precio que tuvieron que pagar, incluso sus propias vidas. Sabían que el poder de Dios se perfecciona en las debilidades (2 Corintios 12:9-10); pero los cristianos modernos dicen que Jesús y los apóstoles sufrieron para que ellos disfruten del beneficio de sus sacrificios… ¡que no tienen por qué padecer!
Desprecian el sacrificio de Cristo y no comprenden que nosotros hemos sido llamados a padecer de la misma manera que ellos sufrieron (Isaías 53:7). Es difícil entender cómo los primeros cristianos soportaron tanto maltrato y, aún más, cómo se gozaban en las tribulaciones. Juan y Pedro, después de haber predicado la Palabra, fueron llevados al concilio donde los azotaron e intimidaron para que no volvieran a predicar de Jesús. En lugar de acobardarse y sentirse amilanados, salieron gozosos de haber padecido por Jesús (Hechos 5:41).
La Iglesia es el cuerpo del Señor y, por lo tanto, debemos ser perfeccionados de la misma manera que la Cabeza lo fue. No es optativo, es necesario, de modo que el proceso de perfeccionamiento fue, es y será siempre el mismo. Cuando el médico le dice que es «necesario» o que «debe» cumplir con el tratamiento que le recetó, no lo obliga a cumplirlo bajo amenaza, sino que lo aconseja a cumplir al pie de la letra con la receta porque, de hacerlo, el beneficiado será usted.
Por otra parte, uno acepta seguir las indicaciones de su doctor porque confía en que sabe lo que está haciendo y porque ha estudiado muchos años para entender lo que conviene a su salud. De la misma manera, cuando la Palabra de Dios dice que es necesario ser perfeccionados, es porque eso es lo mejor para nosotros. Dios sabe que si padecemos al igual que Jesús, la recompensa que obtendremos será semejante a la que Él recibió. Esta perfección llegará solo a través de las tribulaciones: “Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia.” Colosenses 1:24.
Pablo menciona algo de vital importancia para nosotros al indicar que al cuerpo de Cristo, es decir, su iglesia, le falta pasar por más aflicciones. Al decir «le falta», está señalando que las tribulaciones de Cristo aún no han terminado y que es necesario que el resto del cuerpo pase por el mismo proceso. Los discípulos de Jesucristo enseñaban a los nuevos creyentes a permanecer firmes en la fe y que era necesario que a través de muchas tribulaciones entrasen en el Reino de Dios: “Y después de anunciar el evangelio a aquella ciudad y de hacer muchos discípulos, volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquía, confirmando los ánimos de los discípulos, exhortándoles a que permaneciesen en la fe, y diciéndoles: Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios.” Hechos 14:21-23.
Las tribulaciones a las que se refiere la Escritura no son los problemas que enfrentan cristianos e inconversos en su vida diaria, sino los que vienen como resultado de predicar la verdad.
¿Por qué es necesario que pasemos por este tipo de tribulaciones para entrar en el Reino de Dios?
Porque no existe otro método. El Padre sabe que a través de las tribulaciones se forja el carácter de Cristo en nosotros, no como Satanás, quien fue creado perfecto. Él obtuvo todo sin esfuerzo, fue creado bello y poderoso, y su gloria fue tanta que su corazón se envaneció… pensó que merecía todo lo que poseía y se enalteció, creyendo que era como Dios.
Ahora el Padre está formando el carácter perfecto de su Hijo en su iglesia, antes de darle poder y gloria. No todos llegarán a la meta, sino aquellos que tienen el valor de caminar en la verdad, sin importar lo que pueda hacer el hombre. No existe otro evangelio, ni otra iglesia del Señor; nosotros somos el cuerpo de Cristo, por lo cual debemos estar conscientes de que cualquier padecimiento por su causa es necesario, tal como lo fue para los discípulos. 2 Corintios 1:4-6.
Pablo estaba convencido y persuadido de que para ser heredero de las promesas de vida eterna, la fórmula era a través de las tribulaciones, porque este es el método que Dios ha escogido para darnos vida: “El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará.” Mateo 10:39. De manera que para alcanzar la gloria del Padre, tenemos que cumplir con un requisito que ciertamente no es agradable para muchos: “Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.” Romanos 8:17.
Otra forma de padecimiento es la pobreza, la cual debe ser vista como un entrenamiento en lugar de un castigo.
A diferencia de los cristianos del primer siglo, los modernos consideran que carecer de recursos económicos es símbolo de estar mal con Dios. Los sufrimientos asociados a la falta de dinero provocan en gran parte de la cristiandad un sentimiento de desconsuelo y resignación cuando no reciben aquello que desean o necesitan.
Los púlpitos se convierten en centros de motivación personal en los cuales los predicadores incitan a los oyentes a reclamar las promesas de bendición y salud que, según ellos, como hijos “merecen”. Según su razonamiento, Jesús se hizo pobre para hacernos ricos materialmente y a todo aquel que obedece el mandamiento (o la orden) de no hacer tesoros en la tierra, lo tachan de perdedor (Mateo 6:19-20).
El Señor se alegró al ver a aquellas personas del vulgo y sin educación que le seguían, porque estos hombres sencillos entendieron lo que los intelectuales y doctores no comprendieron. Esa pobre gente se despojó de lo poco que tenía para darlo a otros que no tenían nada; la fe que depositaron en las palabras del carpintero de Galilea fue la misma que un niño pone en su padre cuando le dice que si pone el dientecito debajo de la almohada, el ratoncito de los dientes le dejará una moneda en la noche.
Los discípulos de Jesús actuaron como niños pequeños; no interpretaron sus palabras, simplemente creyeron y obedecieron. Jesús, al verlos, les dijo: “Y alzando los ojos hacia sus discípulos, decía: Bienaventurados vosotros los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque seréis saciados. Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis.” Lucas 6:20-21.
Cada uno de ellos formará parte del Reino de Dios, puesto que la pobreza material no es un castigo, sino el medio por el cual Dios conducirá a sus hijos a la gloria eterna del Padre. Las carencias económicas mueven al cristiano a buscar la misericordia y el favor de Dios, mientras que el rico se jacta de lo mucho que tiene y de lo tanto que ha sido bendecido. ¡Las buenas noticias son para nosotros, los pobres! Bienaventurado significa: digno de ser felicitado. ¿Cómo puede ser felicitado alguien que es pobre económicamente? ¿No te parece ilógico?
En el mundo, cuando alguien se vuelve rico o es ascendido a un mejor puesto en su trabajo, es felicitado. Pero Jesús dijo que los pobres son dignos de ser felicitados porque Dios ha dispuesto entregarles el Reino de los cielos a ellos, no a los ricos. Los padecimientos y la pobreza no son un indicativo de que Dios no te quiere, o que no te oye, o que está enojado contigo; deberías darte cuenta de que Dios trata de esa forma con sus verdaderos siervos. Hebreos 11:36-39.
Dios hace cosas ilógicas e incomprensibles para los hombres; no actúa con los parámetros humanos. Por esa razón, es necesario nacer de nuevo: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis caminos, dice Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así mis caminos son más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más altos que vuestros pensamientos.” Isaías 55:7-10. Nuestro Dios es bueno y se complace en hacer misericordia a aquel que se aparta del mal camino y le busca con un corazón contrito y humillado.
Cualquiera podría preguntarse: ¿Por qué fueron maltratados los apóstoles si eran los más cercanos amigos de Jesús? ¿Cómo es posible que Jesús permitiera que gente mala los metiera en la cárcel? ¿O cómo permitió que algunos murieran apedreados sin hacer nada para salvarlos? ¿Por qué padecieron hambre y frío por anunciar su Palabra?
Déjame explicarlo de otra forma: si tuvieras un buen amigo que te ha ayudado en los momentos de mayor necesidad y te ha colmado de favores, ¿permitirías que ese amigo sufra por tu causa? ¿Lo defenderías o permitirías que fuera a la cárcel sin hacer nada por ayudarlo?
Hablando humanamente, existen personas desagradecidas que no les importa lo que le pase a sus amigos, ¡pero Dios no es así! A Dios sí le importamos, ¡y mucho! A tal grado que envió a su Único Hijo para que muriera en nuestro lugar. ¿Entonces, por qué razón no los libró de las cárceles, de las tempestades, de los perseguidores como Pablo o, inclusive, de la muerte? ¿Por qué permitió Dios que todas estas cosas les pasaran a sus amigos? Sencillamente, porque ese es el método y la forma que Dios ha designado para llevarnos a los lugares celestiales.
Esta locura espiritual es la que muchos no están dispuestos a seguir, y prefieren seguir la lógica humana que los incita a ser prósperos y afamados. Los cristianos que viven en Estados Unidos aspiran a alcanzar “el sueño americano,” un sueño que, según ellos, “es tener bendiciones económicas”; sin embargo, Jesús dijo que las riquezas son un engaño. Aquellos que caen en esa trampa no producirán buen fruto, y todo árbol que no produce buen fruto es cortado y echado al fuego.
Si ser prósperos materialmente fuera el plan de Dios para sus hijos, los discípulos habrían sido los hombres más ricos del mundo, ya que fueron los primeros en recibir esas doctrinas directamente de Jesús, y ellos mismos nos habrían enseñado la forma de conseguirlo. Es lamentable ver cómo los cristianos de hoy en día dejan su mejor esfuerzo en el trabajo y en sus metas personales. Si bien es cierto que debemos trabajar para ganar el pan de cada día, esto no significa que debamos vivir para el trabajo.
Tristemente, muchos piensan que Dios quiere que trabajemos diligentemente para alcanzar nuestras propias metas materialistas; más Jesús dijo que trabajáramos por un mejor alimento, el que no perece (Juan 6:27). Dios conoce cada una de nuestras necesidades y Él proveerá todo lo necesario y nunca nos desamparará (Mateo 6:31-33 y Lucas 12:27).
Jesús enseñó a sus discípulos a orar y rogar al Padre que les diera el pan diario de cada día (Mateo 6:11). Sin embargo, el cristiano moderno no solo pide el pan del mes siguiente, sino también autos de lujo para que la gente los admire. No dejemos que el dinero domine nuestras vidas. Pablo decía que la verdadera riqueza radica en el Espíritu dadivoso y no en el bolsillo (2 Corintios 8:1-15).
La riqueza o la abundancia económica es una trampa para capturar nuestras almas y desviarnos del verdadero camino, tal como Jesús lo explicó en Mateo 13:22: “El que fue sembrado entre espinos, éste es el que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa.” Aquellos que reciben la Palabra y empiezan a caminar en la dirección correcta son desviados por la trampa diabólica que dice: “Dios quiere que seamos bendecidos materialmente en este mundo”. Jesucristo se lamenta por aquellos que buscan primero el dinero más que a Él, porque estas personas no valoran esta salvación tan grande y toman en poco el sacrificio de Jesús: “Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: ¡cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!” Marcos 10:23.
En realidad, estas personas son pobres y desventuradas ante los ojos de Dios (Apocalipsis 3:17). Dejemos claro que la prosperidad es un engaño para que el cristiano crea en un evangelio diferente al anunciado por Jesús y sus apóstoles. El hecho de que muchos siervos de Dios en el Antiguo Testamento fueron prosperados grandemente no significa que todos debemos serlo.
Las promesas a las que podemos acceder están escritas en el Nuevo Testamento y fueron entregadas por el Hijo de Dios en persona; sin embargo, muchos han caído en la trampa de la prosperidad y creen que ese es el propósito de Dios para todo cristiano. Más cuando no pueden pagar sus gustos materiales o no tienen lo que desean, creen que están “padeciendo por Cristo”. Sin embargo, el apóstol Pablo fue claro cuando dijo: “Porque por ahí andan muchos, de los cuales os dije muchas veces, y aun ahora lo digo llorando, que son enemigos de la cruz de Cristo; el fin de los cuales será perdición, cuyo dios es el vientre, y cuya gloria es su vergüenza; que sólo piensan en lo terrenal. Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo.” Filipenses 3:18-20.
Si quieres ahondar más respecto al tema del nuevo pacto, te invito a que escuches nuestro estudio titulado: El Nuevo Pacto de Dios.
No hay nada en el Nuevo Testamento que diga que “las riquezas de los inconversos son abominación a Jehová” y que “las riquezas de los cristianos son bendiciones”. Nuestro tesoro se encuentra en los cielos, de donde esperamos a Jesús. Él es quien trae consigo ese valioso premio para los que no se dejaron engañar y guardaron su Palabra.
JESÚS QUIERE PROSPERARNOS MUCHO MÁS DE LO QUE NOS IMAGINAMOS, PERO ENTENDAMOS QUE NO ES EN ESTE SIGLO, SINO EN EL VENIDERO; CUANDO ÉL REGRESE A DAR GALARDÓN A SUS SIERVOS.
Esperar en esta promesa requiere paciencia y mucha fe, así como el agricultor tiene paciencia para esperar el fruto de la tierra; de igual manera, nosotros debemos esperar hasta el regreso de Jesús. Este proceso lleva tiempo y esfuerzo, pero bien vale la pena: “Por lo tanto, hermanos, tened paciencia hasta la venida del Señor. He aquí, el labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardándolo con paciencia hasta que reciba las lluvias tempranas y tardías.” Santiago 5:7.
Los apóstoles esperaron con paciencia la venida de Jesús, y aunque no vieron cumplido su anhelo, nunca desmayaron; sabían que su esfuerzo no era en vano. Así nosotros debemos tener paciencia hasta su regreso. Los discípulos entendieron que las tribulaciones tenían como propósito perfeccionarlos de la misma manera que el Señor lo fue, dejándonos el ejemplo de cómo debe ser un verdadero cristiano (1 Tesalonicenses 1:5-7).
Pablo dijo que lo imitáramos, pero ¿cuántos estamos dispuestos a padecer como él?… “¿Son hebreos? Yo también. ¿Son israelitas? Yo también. ¿Son descendientes de Abraham? Yo también. ¿Son ministros de Cristo? (Hablo como delirando.) ¡Yo más! En trabajos arduos, más; en cárceles, más; en azotes, sin medida; en peligros de muerte, muchas veces. Cinco veces he recibido de los judíos cuarenta azotes menos uno; tres veces he sido flagelado con varas; una vez he sido apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado en lo profundo del mar.
Muchas veces he estado en viajes a pie, en peligros de ríos, en peligros de asaltantes, en peligros de los de mi nación, en peligros de los gentiles, en peligros en la ciudad, en peligros en el desierto, en peligros en el mar, en peligros entre falsos hermanos; en trabajo arduo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez. Y encima de todo, lo que se agolpa sobre mí cada día: la preocupación por todas las iglesias. ¿Quién se enferma sin que yo no me enferme? ¿A quién se hace tropezar sin que yo no me indigne? Si es preciso gloriarse, yo me gloriaré de mi debilidad.” 2 Corintios 11:20-30.
Esta “locura” es el método de Dios para glorificar a sus hijos; es necesario padecer por el nombre de Cristo porque, de ninguna manera, las tribulaciones son trampas del diablo para destruirnos; son lecciones necesarias para entrar en el Reino de Dios.
Cuanto más atribulados eran ellos, más consolación recibían de Dios. Los problemas y dificultades no los hacían desfallecer; por el contrario, decían: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; somos contados como ovejas de matadero.” Romanos 8:35-36.
Las tribulaciones que ellos afrontaron fueron únicamente para probar su fidelidad y su amor a Dios, porque no hay amor más grande que aquel que da su vida por un amigo. De la misma manera que Jesús puso su vida por nosotros, también nosotros debemos estar dispuestos a dar nuestra vida por el Maestro.
La prueba final: ser perfeccionados en tiempos de gran tribulación
Los discípulos fueron atribulados, pero no les importó, ya que sabían que las promesas de Dios son inmutables. Cristo prometió vida eterna y posiciones de privilegio en el Reino de Dios cuando regresara y los resucitara de los muertos. De modo que los padecimientos por causa del evangelio no son casualidades; tienen una razón de ser: perfeccionar a los santos de la misma manera que Jesucristo fue perfeccionado en la tierra. “Aunque era Hijo, aprendió la obediencia por lo que padeció. Y habiendo sido perfeccionado, llegó a ser Autor de eterna salvación para todos los que le obedecen.” Hebreos 5:8-9.
Jesucristo fue perfeccionado mientras estuvo en la carne, a través de su obediencia; de igual manera, nosotros seremos perfeccionados mientras vivamos en nuestros cuerpos mortales. Cada tribulación producirá en nosotros virtudes semejantes a las de Cristo, para que cada vez seamos más semejantes al Maestro. Es entonces cuando la gente dirá que verdaderamente somos cristianos: “Y viendo la valentía de Pedro y de Juan, y teniendo en cuenta que eran hombres sin letras e indoctos, se asombraban y reconocían que habían estado con Jesús.” Hechos 4:13.
La salvación viene como resultado de obedecer cada uno de sus mandamientos, y aunque las circunstancias que nos rodeen sean muy difíciles e injustas, podemos afirmar que de esta forma alcanzaremos la perfección.
He escuchado algunos cristianos decir que: “mientras estemos en la carne nunca llegaremos a ser perfectos” y, en parte, tienen razón: “Porque si vivís conforme a la carne, moriréis; más si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis.” Romanos 8:13. Cualquiera que viva en la carne nunca alcanzará la perfección, porque está obedeciendo sus deseos naturales y no al Espíritu de Dios.
La perfección es necesaria para heredar el Reino de Dios, y no significa que no nos equivoquemos o que vivamos alejados del mundo, como lo hacían los monjes en el pasado, sino que implica cumplir los mandamientos de Dios a cabalidad.
Cristo fue perfeccionado como hombre porque cumplió cada uno de los mandamientos del Padre; de igual manera, Enóc y Elías fueron considerados perfectos ante los ojos de Dios, por lo cual se los llevó para que no vieran la muerte. La perfección viene como resultado de hacer la voluntad de Dios, y esta es la mejor forma de demostrarle al Señor que lo amamos: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos.” Juan 14:15.
El deseo de Dios es que seamos misericordiosos y que amemos a nuestros enemigos, como Él nos ha amado, aun cuando éramos pecadores. Cristo murió por nosotros y nos amó primero, siendo por naturaleza enemigos de Dios: “Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tenéis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis solamente a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen eso mismo los gentiles? Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.” Mateo 5:46-48.
Esta es la perfección que Dios demanda de sus hijos. Tal como el hijo conoce a su padre y le obedece, así los cristianos nacidos de Dios conocerán la voluntad de su Padre: “En esto sabemos que nosotros le hemos conocido: en que guardamos sus mandamientos. El que dice: ‘Yo le conozco’ y no guarda sus mandamientos es mentiroso, y la verdad no está en él. Pero en el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios ha sido perfeccionado. Por esto sabemos que estamos en Él. El que dice que permanece en Él debe andar como Él anduvo.” 1 Juan 2:3-6.
Hasta que nuestro amor por Dios sea perfecto, podremos decir como Pablo: «ni la vida ni la muerte me separarán del amor de Dios». Cuando lleguemos al nivel que Dios demanda de sus hijos, es decir, la estatura del varón perfecto, no importará cuánto hayamos de padecer; estaremos dispuestos a entregar nuestra propia vida con tal de agradar a Dios. Jesucristo, siendo un ser humano, tuvo que ser perfeccionado por medio de la obediencia absoluta a los mandamientos del Padre, y esta obediencia lo llevó a la muerte más cruel y despiadada: la muerte de cruz.
Los apóstoles también siguieron sus pasos y algunos de ellos terminaron de la misma forma; para ellos no fue un mal tiempo, sino que, por el contrario, fue el tiempo más glorioso en sus vidas, pues fueron perfeccionados por Dios. Para ellos, no era ninguna novedad ser perseguidos y atribulados, porque sabían que Dios estaba con ellos.
El escritor del libro de los Hebreos declara que Dios no quiso que los héroes de la fe del capítulo 11 fueran los únicos en ser perfeccionados, por lo cual proveyó para los primeros cristianos un tiempo para ser como todos aquellos grandes hombres que agradaron a Dios en la antigüedad: “Otros recibieron pruebas de burlas y de azotes, además de cadenas y cárcel. Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a espada. Anduvieron de un lado para otro cubiertos de pieles de ovejas y de cabras; pobres, angustiados, maltratados. El mundo no era digno de ellos. Andaban errantes por los desiertos, por las montañas, por las cuevas y por las cavernas de la tierra. Y todos éstos, aunque recibieron buen testimonio por la fe, no recibieron el cumplimiento de la promesa, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros; porque Dios había provisto algo mejor para nosotros.” Hebreos 11:36-40.
De la misma forma que Dios proveyó para los antiguos y para la iglesia del primer siglo un tiempo para ser perfeccionados, también lo hará en nuestro tiempo. Dios proveerá a su pueblo del siglo XXI un tiempo en el cual podamos ser perfeccionados; es decir, que la gran tribulación de Mateo 24 será para el cristiano el periodo más glorioso de todos los tiempos. Es el privilegio que ha sido reservado para los últimos, la etapa en la que seremos perseguidos y atribulados; de no ser así, no podremos entrar en el Reino de Dios.
Te invito a escuchar nuestro estudio titulado: La Gran Tribulación, donde ampliamos un poco más respecto a las pruebas que los cristianos pasaremos en el último tiempo.
Debemos comprender que la verdadera perfección y la gloria que Dios promete a sus hijos no se alcanzan a través de los éxitos o posesiones de este mundo, sino en la obediencia, la fe y la fidelidad en medio de las tribulaciones. Siguiendo el ejemplo de Jesús y de los primeros cristianos, descubrimos que las dificultades y pruebas son parte de un proceso necesario de perfeccionamiento. Dios, en su amor, nos llama a vivir apartados de las lógicas y tentaciones de este mundo, para preparar nuestras almas y guiarnos hacia la vida eterna.
Así como los héroes de la fe y los discípulos, somos invitados a valorar y a perseverar en nuestra fe, confiando en que las promesas de Dios no fallan y que la recompensa final vendrá en el Reino venidero. Que nuestra mirada esté siempre en lo eterno, no en lo temporal, y que vivamos cada día con la certeza de que las pruebas que afrontamos son una preparación para la gloria de ser hijos de Dios, perfeccionados a través de las tribulaciones porque estas no son un castigo, sino un requisito para entrar en el Reino de Dios.
REalmente es impresionante como muchas personas podrian estar equivocadas acerca de la tribulacion para los que hemos creido en Cristo ahora estoy mas que segura que la gran tribulacion sera para nosotros los verdaderos cristianos puesto que seremos provados con fuego dice el señor. Gloria a Dios por lo que… Leer más »
;-) definitivamente los verdaderos creyentes pasaremos x la tribulacion y hay seremos probados como el oro. ven señor ven.amen