Los mandamientos de Jesús son la nueva ley

Los mandamientos de Jesús son la nueva ley
Por: Rafael Monroy
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l monte Sinaí fue el escenario de uno de los eventos más asombrosos que cualquier ser humano pudo presenciar. En ese lugar, la gloria de Dios descendió sobre la cumbre del monte, y el acontecimiento fue tan imponente que incluso Moisés, a pesar de su cercanía con Dios, se sintió aterrorizado. El fuego, la voz estremecedora de Dios y el temblor de la tierra hacían de esta experiencia algo temible. Fue allí donde Dios entregó los 10 mandamientos que regirían la vida cotidiana del pueblo de Israel.

El libro de Hebreos 12 describe este evento. “Porque no os habéis acercado al monte que se podía tocar, y que ardía en fuego, ni a la oscuridad, a las tinieblas y a la tempestad, ni al sonido de la trompeta, ni a la voz que hablaba, la cual los que la oyeron rogaron que no se les hablara más, porque no podían soportar lo que se ordenaba: Si una bestia toca el monte, será apedreada o atravesada con dardo; tan terrible era lo que se veía que Moisés dijo: Estoy espantado y temblando.” Hebreos 12:18-21.

Durante los 400 años que pasaron en Egipto, los israelitas no tuvieron una ley propia. Su única referencia de Dios era la que les habían transmitido sus padres. Sin embargo, al estar inmersos en una cultura tan influyente como la egipcia, era inevitable que absorbieran algunas de sus costumbres y tradiciones. Después de liberarlos de la esclavitud del faraón, Dios estableció leyes que el pueblo debía obedecer, entregando las ordenanzas como parte de un pacto exclusivo entre Él y los descendientes de Abraham.

Muchas personas confunden este hecho y asumen que los 10 mandamientos son órdenes que deben ser cumplidas por todos los cristianos evangélicos como una obligación, incluso por quienes no son creyentes. Este fenómeno es especialmente notorio en los Estados Unidos, donde una gran parte de la población se considera evangélica. En ese país, algunos sectores buscan restablecer la lectura de la Biblia en las escuelas públicas, como sucedía hace más de 60 años.

Ellos creen que la lectura obligatoria de la Biblia proporcionaría un entorno moralmente correcto para los niños y que, en consecuencia, sería una solución o alternativa para los problemas de la sociedad. Para lograr esto, algunos líderes evangélicos proponen apoyar a políticos que se alineen con su forma de pensar, brindándoles respaldo económico y electoral. Pretenden imponer la Biblia como un medio para, según ellos, aplacar la ira de Dios y con la esperanza de que al hacerlo, el país vuelva a ser la nación próspera y bendecida que alguna vez fue.

No me malinterprete… leer la palabra de Dios trae bendición, especialmente cuando se inculca a los niños. En lo que no estoy de acuerdo es en que se quiera obligar a cualquier persona a hacerlo, especialmente si el gobierno de un país lo impone a través de leyes. Creo firmemente que la educación de los hijos comienza en casa. Los valores familiares, el temor a Dios, la decencia y las buenas maneras deben enseñarse en el hogar, de modo que, si los niños llevan esos valores a la escuela, serán como un faro de luz en medio de la oscuridad.

Muchos padres cristianos creen erróneamente que, por asistir regularmente a una congregación y llevar a sus hijos a la escuela dominical, los convierten automáticamente en cristianos y que eso es suficiente para proteger a los niños de los embates de una sociedad en decadencia. No se dan cuenta de que la salvación va mucho más allá de la membresía en una iglesia; requiere una transformación interna completa. Jesús enseñó que no se puede echar vino nuevo en odres viejos, lo que significa que, a menos que nuestra mente sea renovada y nazcamos de nuevo, no podremos cambiar, sin importar cuántas leyes obliguen a las personas a hacer algo que no desean hacer. Así como la Inquisición no logró convertir a nadie, tampoco estas leyes lograrán que alguien crea en Dios ni que obedezca sus mandamientos.

No podemos ser moralmente correctos y actuar bien a menos que seamos transformados internamente. Las escuelas deben ser un espacio para aprender materias prácticas como matemáticas, física, artes, y algún oficio o profesión, cosas que son útiles en la vida cotidiana. No están destinadas a inculcar ideologías o adoctrinar a los estudiantes, ni en temas religiosos ni en otros asuntos controvertidos, como la mal llamada ideología de género.

Algunos creen que la decadencia moral, los problemas económicos y sociales que se viven actualmente en Estados Unidos son el resultado directo de haber dejado de leer la Biblia en las escuelas. Para revertir esta situación, consideran necesario incluir en el gobierno a la mayor cantidad posible de políticos cristianos. Piensan que si logran esto, esos políticos dictarán leyes que obliguen a la nación a ser más moral, con la expectativa de que al hacerlo, Dios vuelva a bendecir y prosperar al país como en tiempos pasados.

Desde la perspectiva de muchos cristianos, los 10 mandamientos son los únicos parámetros válidos por los cuales debemos regirnos. Sin embargo, con frecuencia se pasan por alto algunos de esos mandamientos, como el que manda santificar el día sábado, o el de no dar falso testimonio para perjudicar a otro, o el de no cometer adulterio. Estos mandamientos son quebrantados a diario, incluso por los mismos pastores que anhelan que dichas leyes sean impuestas a los demás. Como veremos más adelante, los 10 mandamientos son parte de la ley de Dios, pero no abarcan la totalidad de lo que Dios exige, de acuerdo con las palabras de Jesús.

El viejo pacto del Antiguo Testamento fue exclusivamente para Israel.

El libro de Hebreos 8:7-12 menciona que el viejo pacto tenía un tiempo limitado y que llegaría a envejecer y desaparecer. En el nuevo pacto, la Escritura dice que Dios escribiría sus leyes en la mente y el corazón del creyente, ya no en tablas de piedra. ¿A qué leyes se refiere? ¿Podrían ser aquellas que Dios dictó en el monte Sinaí? Definitivamente no. Las nuevas leyes fueron entregadas por el mismo Hijo de Dios en persona, quien tiene una autoridad superior a la de Moisés.

La ley de Moisés requería de ciertos ritos y mandamientos que debían cumplirse estrictamente. De lo contrario, los transgresores se exponían al castigo, y en muchos casos, a la muerte. Estas leyes divinas fueron escritas por el dedo de Dios en tablas de piedra, pero, aun así, no fue suficiente para que los israelitas las cumplieran fielmente. Incluso después de escuchar directamente la voz de Dios que les daba estas leyes, el pueblo de Israel desobedeció y se apartó del camino que Dios había trazado para ellos.

Pablo explica que la ley de Moisés demostró que nadie puede cumplirla plenamente si no está guiado por el Espíritu Santo. Esto no se debe a que la ley fuera injusta, sino a que el ser humano natural no puede cumplir una ley que es espiritual. En su carta a los Romanos, Pablo dice: “¿Qué diremos, pues? ¿La ley es pecado? En ninguna manera. Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás. Mas el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, produjo en mí toda codicia; porque sin la ley el pecado está muerto. Y yo sin la ley vivía en un tiempo; pero venido el mandamiento, el pecado revivió y yo morí. Y hallé que el mismo mandamiento que era para vida, a mí me resultó para muerte; porque el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, me engañó, y por él me mató. De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno.” Romanos 7:7-12.

A lo largo de casi mil años bajo la ley, los israelitas continuaban con sus tradiciones paganas y aceptaban fácilmente las costumbres de los pueblos que los rodeaban. Solo unos pocos, como Daniel, David, Samuel y otros, agradaron a Dios por medio de la fe. Para el resto del pueblo, presenciar los milagros de Dios no fue suficiente para motivarlos a obedecer. La ley, por sí sola, no podía cumplir el deseo de Dios de redimir a un pueblo que lo amara como Padre y lo honrara como Señor. Por esa razón, Dios estableció un nuevo pacto, ya no solo con el pueblo de Israel, sino con toda la humanidad. En este nuevo pacto, Dios prometió moldear su carácter santo y perfecto en cualquier persona que estuviera dispuesta a creer sin condiciones.

Jesús vino a sellar con su sangre un nuevo pacto con toda la humanidad.

Con el sacrificio de Jesús se abrió la posibilidad de que quienes creyeran en su mensaje pudieran ser salvos y obtener la vida eterna, bajo la condición de cumplir con todos sus mandamientos. Sin embargo, muchas iglesias evangélicas enseñan que no debemos hacer nada para ser salvos, sino únicamente creer. Esto no es lo que Jesús enseñó a sus apóstoles; él les dijo que hicieran discípulos y, “enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.” Mateo 28:20. Es decir, Jesús instruyó a sus apóstoles a enseñar a los nuevos creyentes a obedecer todo lo que él les había enseñado.

Recordemos que quien habló durante tres años y medio fue el Hijo de Dios. Aunque su presencia no estuvo envuelta en fuego y relámpagos, y sus palabras no retumbaron como en el monte Sinaí, son igualmente poderosas y tienen el mismo valor que aquellas que Dios escribió en tablas de piedra. Por eso la Escritura nos dice que las leyes del nuevo pacto serían escritas en la mente y el corazón del creyente. Jesús no vino a eliminar los mandamientos, sino a eliminar los ritos relacionados con el derramamiento de sangre, aquellos que estaban ligados a la redención y remisión de pecados, ya que su sacrificio hizo que esos ritos dejaran de ser necesarios.

En el nuevo pacto, lo que Dios busca es una transformación del corazón, algo que va más allá de la simple observancia de la ley. La obediencia a Dios en este nuevo pacto no depende de una lista de reglas escritas en piedra, sino de una relación íntima con el Creador, guiada por el Espíritu Santo. Esta relación transforma al creyente desde el interior, permitiéndole vivir una vida que agrada a Dios, no por la imposición de una ley externa, sino por el deseo genuino de cumplir la voluntad divina.

La vida cristiana, por tanto, no se trata de obligar a otros a seguir ciertos preceptos, sino de ser un ejemplo de vida transformada por la fe en Cristo. Las leyes de Dios deben reflejarse en la forma en que amamos y servimos a los demás, guiando a otros a través de nuestro testimonio, más que por la imposición de mandatos. Así, el mensaje de Jesús sigue siendo tan relevante hoy como lo fue en los días de Moisés, recordándonos que la verdadera redención y el cambio profundo vienen del interior, a través del poder transformador de Dios.

Lamentablemente, muchos cristianos confunden la gracia de Dios con libertinaje, y piensan que estar bajo la gracia significa que no tienen ninguna ley. Creen que toda la prédica del evangelio se reduce a amar al prójimo, que normalmente son sus hermanos en la fe, y a uno mismo; de modo que el evangelio del reino para muchos es como una especie de club social, donde tienes que ser muy amable con los demás, participar de todas las actividades de la congregación y pagar diezmos y ofrendas. Sin embargo, la promesa de vida eterna que Jesús hizo fue para quienes creyeran en él y, lo más importante, que cumplieran sus mandamientos.

Quiero recalcar que Jesús no dio consejos, les ORDENÓ que lo hiciesen, de manera que todo lo que les enseñó a sus discípulos eran mandamientos y no consejos. La gran mayoría de cristianos cree que el Nuevo Testamento contiene únicamente dos mandamientos: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. Pero como analizaremos a continuación, existen muchas más ordenanzas que se confunden con simples prédicas dominicales.

No matarás, o mejor dicho, no te enojarás con tu hermano.

Jesús se dirigió a la multitud de una manera similar a la que Dios lo hizo en el monte Sinaí. Veamos y analicemos algunos de sus mandamientos: “Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás, y cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano será culpable de juicio; y cualquiera que diga: ‘Necio’, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: ‘Fatuo’, quedará expuesto al infierno de fuego. Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y ve, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda. Ponte de acuerdo con tu adversario pronto, mientras estás con él en el camino, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al alguacil, y seas echado en la cárcel. De cierto te digo que no saldrás de allí hasta que pagues el último cuadrante.” Mateo 5:21-26.

Este mandamiento es más específico y exigente que el que se entregó a los antiguos israelitas. Si el antiguo pacto establecía que quien matara merecía la muerte, ahora Jesús enseña que el simple hecho de enojarse con su hermano ya lo hace merecedor de juicio. Esto puede parecer exagerado para quienes piensan que no es tan grave como para ser juzgado por un conflicto… de esos que abundan en los concilios, juntas de notables, reuniones de ancianos o de líderes, y que, en muchas ocasiones, terminan en separaciones.

Lamentablemente, estos pleitos se consideran normales en el mundo, y las congregaciones modernas tienden a medirlos de la misma forma dentro de la iglesia de Dios, sin considerar que el verdadero cristiano debe regirse únicamente por las normas de la palabra de Dios y no por las costumbres de las congregaciones, mucho menos por lo que enseña el mundo.

No cometerás adulterio, o mejor dicho, no mirarás a una mujer con lujuria.

“Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón. Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno. Y si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno.” Mateo 5:27-30.

¿Cuántos cristianos pueden caer en el pecado de adulterio creyendo que con solo ver a una mujer y desearla no están cometiendo pecado? Miles de cristianos caen en este pecado y lo justifican creyendo que con solo una miradita no le hacen daño a nadie, y mucho menos, implica engañar a su esposa. Incluso pastores caen en el vicio de la pornografía. Según ellos, eso no es tan pecaminoso como ser homosexual o tener una aventura con su secretaria. ¿Se está dando cuenta de lo mal que se encuentra la cristiandad en general? Millones de cristianos aún desconocen que quebrantar estas leyes tiene el mismo resultado que la desobediencia de los israelitas a las leyes del Antiguo Testamento.

No te divorciarás de tu mujer, mucho menos para casarte con tu amante.

“También fue dicho: Cualquiera que repudie a su mujer, dele carta de divorcio. Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada, comete adulterio.” Mateo 5:31-32.

El divorcio es una práctica común entre los cristianos evangélicos. Un estudio de Barna, una de las principales organizaciones de investigación sobre temas de religión y cultura en Estados Unidos, encontró que la tasa de divorcio entre los evangélicos es similar a la de la población general, con un 33 al 35% de adultos evangélicos que se han divorciado al menos una vez. Hace algún tiempo, un conocido músico cristiano en Latinoamérica fue descubierto teniendo una relación con su secretaria, tras lo cual se divorció de su esposa y se casó con su examante, con la aprobación de su pastor.

El divorcio es un problema global que afecta a la mitad de los matrimonios. En algunas congregaciones, se le da más importancia a la apariencia moral que a la perspectiva bíblica. Aunque algunos creen que la Escritura condena el divorcio, toleran que haya pastores divorciados. Otros, en cambio, no aceptan a divorciados, incluso si el divorcio fue resultado de la infidelidad del cónyuge. Esto puede ser frustrante para quienes son rechazados por una congregación, a pesar de que Jesús permitió el divorcio en casos de infidelidad.

Para algunos, lo único que importa es preservar el buen nombre de su institución, sin importar las razones del divorcio. Sin embargo, cualquier problema en una pareja puede solucionarse si se pone en las manos de Dios. Pero, cuando predomina el deseo de imponer nuestra voluntad en lugar de sacrificarse por el cónyuge, la relación solo traerá dolor y, lo peor, la transgresión de los mandamientos de Dios. ¿Qué rendición de cuentas harán ante el Señor aquellos cristianos que se han divorciado más de una vez, especialmente los pastores que se enorgullecen de ser espirituales?

No perjurarás, mejor dicho, no jures por nada, ni nadie.

“Además habéis oído que fue dicho a los antiguos: No perjurarás, sino cumplirás al Señor tus juramentos. Pero yo os digo: No juréis en ninguna manera; ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey. Ni por tu cabeza jurarás, porque no puedes hacer blanco o negro un solo cabello. Pero sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede.” Mateo 5:33-37.

Jesús nos advirtió que debemos rendir cuentas de cada palabra ociosa que salga de nuestra boca. Sin embargo, es común escuchar a muchos predicadores decir frases como: «El Señor dice», o invocar el nombre de Dios para justificar acciones que no siempre están alineadas con su voluntad. Es fácil caer en la costumbre de decir entre cristianos cosas como: “te juro por Dios que es verdad”, o “te juro por Dios que lo haré”, sin reflexionar sobre la seriedad de estas palabras.

El uso ligero del nombre de Dios, aunque parezca inofensivo, es una violación del respeto y reverencia que su nombre merece. La Biblia nos enseña a ser cuidadosos con nuestras palabras, y Jesús dejó claro que nuestro “sí” debe ser “sí” y nuestro “no” debe ser “no”, sin necesidad de juramentos, (Mateo 5:37). Invocar el nombre de Dios para dar peso a nuestras afirmaciones es una responsabilidad seria, y la Escritura nos advierte que no debemos tomar su nombre en vano (Éxodo 20:7).

No debes vengarte, antes cede ante los demás.

“Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente, Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos. Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses.” Mateo 5:38-42.

Parece increíble pensar que miles o millones de cristianos estén a favor de la guerra, sin importar dónde se desarrolle o los motivos que la impulsen. Sin embargo, a nivel personal, es fácil enojarse e incluso llegar a la violencia física cuando alguien invade tu carril en la carretera. Jesús reprendió a Juan y Jacobo cuando en un arranque de ira le dijeron: “Viendo esto sus discípulos Jacobo y Juan, dijeron: Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, como hizo Elías, y los consuma? Entonces volviéndose él, los reprendió, diciendo: Vosotros no sabéis de qué espíritu sois.” (Lucas 9:54-55). La reacción de Jacobo y Juan al ver el rechazo de los samaritanos hacia Jesús fue desear su muerte.

¿Saben los cristianos que apoyan la guerra y la violencia a qué espíritu pertenecen? ¿Qué cristiano en su sano juicio podría justificar una guerra donde mueren miles de personas, en su mayoría inocentes? ¿Qué espíritu impulsa a la iglesia cristiana actual a buscar venganza?

Ama a tu prójimo como a ti mismo, y también a tus enemigos.

“Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles? Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.” Mateo 5:43-48.

Hacer el bien es sencillo cuando las personas que se benefician de nuestras acciones son conocidas o han hecho algún favor en el pasado. Lo difícil es cuando se ayuda a alguien desconocido o, peor aún, cuando la persona que recibe el favor es un enemigo o alguien que nos ha causado daño.

El evangelio social que se predica en la actualidad promueve las relaciones entre los cristianos, (lo cual debe hacerse), pero no podemos olvidar la misericordia hacia aquellos que nunca podrán recompensarnos. Es más común invitar a cenar a un hermano con abundancia económica o influencia que al hermano más pobre de la congregación. ¿Por qué ocurre esto? ¿Será que el espíritu del mundo ha influido en la iglesia del Señor? Es muy fácil amar a quienes nos tratan bien, pero el trato hacia aquellos que nos incomodan o que procuran nuestro mal es muy distinto. El Señor nos llama a ser perfectos como él es perfecto, es decir, a imitar su bondad y no el modelo que ofrece el mundo.

No te jactes de lo bueno que haces, hazlo en silencio.

“Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos; de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos. Cuando, pues, des limosna, no hagas tocar trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Mas cuando tú des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, para que sea tu limosna en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público.” Mateo 6:1-4.

Es muy fácil caer en una de las trampas más comunes de Satanás: la adulación. Lamentablemente, muchos ministros caen en ella y se desvían del evangelio. Cuando sus ministerios crecen y su nombre se hace conocido, comienzan a sentirse más poderosos, creyendo que son indispensables para Dios y que el evangelio depende de sus acciones. En resumen, piensan que la obra es suya y no de Dios.

Muchos estudiantes de seminarios desean ser como algún famoso predicador, con grandes congregaciones, canales de radio y televisión, y un alto ingreso económico. Buscan fama, y quienes ya la tienen quieren ser vistos como ejemplos de prosperidad. Aprovechan cualquier oportunidad para aparecer en televisión, radio y otros medios, argumentando que cuanto más conocidos sean, más almas atraerán para Cristo. Pero ¿estará Dios complacido con estos «mercaderes» que solo buscan ser vistos por los hombres, como los fariseos deseaban la admiración del pueblo?

Algunos ministerios de ayuda a los necesitados piden contribuciones económicas, apelando a los sentimientos de los espectadores, especialmente cuando muestran imágenes de niños pobres en África o Sudamérica. Sin embargo, gran parte de esos fondos se destina a pagar altos salarios a sus directores, y solo una pequeña parte llega a los necesitados. Estos «bondadosos» hombres aparecen en los medios cuando inauguran un nuevo edificio o programa comunitario, utilizando el dinero de otros para su propia exaltación.

David dijo: “No tomaré para Jehová lo que es tuyo, ni sacrificaré holocausto que nada me cueste.” (1 Crónicas 21:24), pero estos hombres usan el dinero ajeno para engrandecerse. En contraste, los discípulos del primer siglo vendían sus propiedades para ayudar a los necesitados, sacrificando lo que realmente les costaba. Es fácil dar el dinero de otros; lo difícil es dar el propio.

Cuando ores no seas hipócrita.

“Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público. Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos. No os hagáis, pues, semejantes a ellos; porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis.” Mateo 6:5-8.

La oración es el medio a través del cual expresamos nuestro dolor, alegría y necesidades a nuestro Creador. Sin embargo, esta poderosa herramienta ha sido mal utilizada, especialmente por quienes buscan reconocimiento y respeto de los demás. Con frecuencia, se emplean los medios de comunicación para realizar largas oraciones, y aunque los motivos puedan ser legítimos, los métodos, según lo que Jesús enseñó, no lo son. Jesús criticó la forma en que los fariseos oraban para ser vistos, algo que, lamentablemente, hoy es común. Algunos pastores y líderes usan un lenguaje sofisticado al orar, lo que lleva a muchos creyentes a pensar que Dios escucha solo a los predicadores o que tiene una preferencia por ellos. Esto recuerda a la época en que los sacerdotes católicos hacían creer que la predicación y la oración eran privilegios exclusivos.

En programas de radio o en línea, es común encontrar secciones de oración donde los creyentes llaman para que el pastor ore por ellos. Sin embargo, el problema no está en la intención de la oración, sino en la forma en que se realiza. Contrario a lo que muchos creen, Jesús instruyó a sus discípulos a no orar en público para evitar la ostentación, ya que los fariseos buscaban admiración por sus oraciones, creyendo que sus palabras llegarían más rápido a Dios.

La Biblia enseña que Jesús es el único mediador entre Dios y los hombres, lo que significa que la oración de un pastor es tan valiosa para Dios como la de cualquier otro creyente. Por eso, es fundamental orar en privado, para aprender a depender solo de Dios y no de los hombres.

Cuando ayunes no lo publiques en las redes sociales.

“Cuando ayunéis, no seáis austeros, como los hipócritas; porque ellos demudan sus rostros para mostrar a los hombres que ayunan; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Pero tú, cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu rostro, para no mostrar a los hombres que ayunas, sino a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público.” Mateo 6:16-18.

La importancia de un acercamiento personal con Dios a través del ayuno es evidente. Desde hace siglos, los hombres han ayunado para ofrecer un sacrificio a Dios, buscando su ayuda en momentos de gran necesidad. En ocasiones, el ayuno iba acompañado de arrepentimiento para pedir perdón por los pecados del pueblo. La Escritura generalmente presenta el ayuno como un acto más personal que colectivo. Ejemplos de ello son Moisés, que ayunó 40 días en dos ocasiones; Ester, que ayunó tres días y noches antes de hablar con el rey; y Jesús, que ayunó 40 días antes de enfrentar las pruebas de Satanás. El ayuno es un arma espiritual poderosa, pero mal utilizado, puede volverse en contra de quien lo practica.

El pueblo de Israel solía ayunar con fines egoístas, como ganar un juicio, o pedir que Dios causara daño a un adversario. Jesús advirtió contra los hipócritas que ayunaban para ser vistos como espirituales, más que por un deseo genuino de buscar la misericordia de Dios. En algunas congregaciones, se dedica un día a la semana para el ayuno, aunque muchas veces solo es medio día porque algunos hermanos «no pueden soportar estar sin alimentos tanto tiempo». Además, muchos prefieren ayunar solo en grupo, ya que «les falta fuerza de voluntad» para hacerlo en privado. Este tipo de ayuno suele ser más una tradición que un verdadero acercamiento a Dios en Espíritu y verdad.

El profeta Isaías enseña que el verdadero ayuno proviene de un corazón bondadoso que muestra misericordia, se preocupa por el prójimo y guarda los mandamientos del Señor. ¿Cómo podría Dios aceptar el ayuno de un fornicario, o de un empleador que explota a sus trabajadores? No nos engañemos, Dios no puede ser burlado.

No ames el dinero, ni las cosas de este mundo.

“No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos, tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz; pero si tú ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas. Así que, si la luz que en ti hay es tinieblas, ¿cuántas no serán las mismas tinieblas? Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas.” Mateo 6:19-24.

Dios estableció un pacto exclusivamente con los descendientes de Abraham. La promesa de entregarles una tierra que fluía leche y miel se cumplió cuando les dio la región de Canaán. Hoy, Israel es próspero, y aunque muchos viven fuera de esas tierras, siguen conectados a sus raíces.

Muchos cristianos creen que pueden «reclamar» las promesas bíblicas hechas a Abraham, como si les pertenecieran. Sin embargo, las promesas de Dios tienen un contexto específico y no son aplicables a todos por el simple hecho de estar en la Biblia.

A menudo, los cristianos confunden el antiguo y el nuevo pacto, creyendo que pueden tomar promesas de ambos. Los pastores suelen usar el ejemplo de Jacob, que se aferró al ángel de Jehová hasta ser bendecido, para decir que los creyentes deben hacer lo mismo, generando la expectativa de bendiciones terrenales.

Sin embargo, Pablo enseña que el nuevo pacto promete vida eterna y ser herederos de Dios junto con Cristo, no una herencia terrenal. Jesús enseñó a sus discípulos a «vender todo y hacer misericordia», y ellos lo hicieron, instruyendo a otros a seguir ese ejemplo.

El libro de los Hechos no es solo un relato histórico; muestra cómo debe vivir un verdadero cristiano y revela la voluntad de Dios, en contraste con las enseñanzas modernas sobre la prosperidad económica.

Antes de juzgar, debes examinarte a ti mismo primero.

“No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido. ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? O cómo dirás a tu hermano: ¿Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo? !!Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano.” Lucas 6:1-4.

Establecer un juicio a menudo se confunde con la crítica malintencionada, algo que algunos pastores usan para evitar ser cuestionados. Jesús, por ejemplo, se dirigió a los fariseos con firmeza, llamándolos «hipócritas», algo que sería inaceptable para muchos cristianos modernos, pero que Jesús consideró necesario. Es como decirle a un predicador actual que es un hipócrita si condena el aborto mientras lleva a su amante a una clínica para encubrirse, o que condene la homosexualidad, siendo gay. Eso precisamente es la definición de la hipocresía.

Pablo enseñaba que los cristianos deben juzgar todas las cosas, incluyendo disputas entre hermanos, con la guía del Espíritu Santo para discernir la verdad. Juzgar significa evaluar o señalar comportamientos basándose en hechos, siempre con imparcialidad para que el juicio sea justo. En el ámbito espiritual, los cristianos pueden y deben juzgar las situaciones de las congregaciones, incluyendo la conducta de los líderes. Si un pastor está en pecado, debe ser señalado con amor, no para humillarlo, sino para corregirlo.

El juicio injusto, nacido de un corazón malintencionado, busca dañar al hermano, motivado por envidia o rencor. En contraste, un cristiano guiado por el Espíritu habla directamente con el hermano, mostrándole su error a la luz de las Escrituras y guiándolo al arrepentimiento, como Felipe hizo con el eunuco. La diferencia está en que el juicio carnal refleja lo que molesta al hombre, mientras que el juicio espiritual busca lo que desagrada a Dios.

Jesús no prohibió juzgar, sino que enseñó a no hacerlo basándose solo en apariencias, sino con un justo juicio (Juan 7:24). Para conocer la voluntad de Dios, es necesario tener una relación profunda con Él, pues solo así el creyente puede juzgar correctamente las situaciones, aunque él mismo no será juzgado por otros.

Debemos pedir, … revelación de Dios, no cosas materiales.

“Jesús conoció que querían preguntarle, y les dijo: ¿Preguntáis entre vosotros acerca de esto que dije: Todavía un poco, y no me veréis; y de nuevo un poco, ¿y me veréis? De cierto, de cierto os digo, que vosotros lloraréis y lamentaréis, y el mundo se alegrará; pero, aunque vosotros estéis tristes, vuestra tristeza se convertirá en gozo. La mujer cuando da a luz tiene dolor, porque ha llegado su hora; pero después que ha dado a luz un niño, ya no se acuerda de la angustia, por el gozo de que haya nacido un hombre en el mundo. También vosotros ahora tenéis tristeza; pero os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo. En aquel día no me preguntaréis nada. De cierto, de cierto os digo, que todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dará. Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido.” Juan 16:19-28.

En este pasaje, Jesús se refiere a un tiempo futuro, después de su muerte y resurrección, cuando la relación de los discípulos con Dios cambiaría significativamente. Jesús anticipa que su ausencia traerá tristeza, pero también promete que esta tristeza se transformará en gozo cuando vuelvan a verlo después de su resurrección.

Al decir, “En aquel día no me preguntaréis nada”, Jesús se refiere a la nueva forma de relación que los discípulos tendrán con el Padre, a través de su nombre, después de que Él complete su obra redentora. Hasta ese momento, los discípulos habían dependido de Jesús directamente para pedirle que intercediera ante el Padre, pero después de su resurrección y la venida del Espíritu Santo, ellos mismos tendrían acceso directo al Padre, haciendo sus peticiones en el nombre de Jesús.

Jesús promete a sus discípulos que, después de su resurrección, ellos tendrán acceso directo al Padre a través de la oración en su nombre. La frase “pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido” subraya que Dios desea responder a las oraciones de aquellos que piden con fe en el nombre de Jesús, para que su gozo sea completo.

Los versículos de Juan 16:23-24 son a menudo interpretados por algunos cristianos de manera literal, en el sentido de que cualquier cosa que pidan “en el nombre de Jesús” será concedida por el Padre. Esto ha llevado a la creencia de que se puede pedir a Dios cualquier deseo o necesidad, como un carro, una casa, o éxito financiero, y que Dios responderá positivamente a esas peticiones. Esta afirmación puede ser interpretada como una promesa sin condiciones, donde cualquier petición hecha a Dios a través de Jesús será concedida. Esto puede llevar a algunos a pensar que la frase incluye tanto necesidades espirituales como materiales.

En algunas corrientes del cristianismo, especialmente en el Evangelio de la Prosperidad, se enseña que Dios desea la prosperidad material de sus hijos y que, al pedir cosas materiales en el nombre de Jesús, uno está ejerciendo la fe que agrada a Dios. Según esta perspectiva, la fe es vista como una herramienta para recibir bendiciones materiales de parte de Dios. Muchas veces, los versículos se sacan de su contexto original y se toman de manera aislada. En el contexto de Juan 16, Jesús habla de la venida del Espíritu Santo y de una nueva relación con Dios después de su resurrección. El propósito principal de la oración en el nombre de Jesús es la conexión espiritual con el Padre y la búsqueda de su voluntad. Sin embargo, cuando se omite el contexto, algunos entienden el pasaje como un “cheque en blanco” para cualquier tipo de petición, material o espiritual. Jesús estaba hablando a sus discípulos sobre un tiempo en el que ellos tendrían acceso directo al Padre gracias a su obra redentora. No se refería específicamente a bienes materiales, sino a la relación profunda con Dios que se basa en la fe y la dependencia espiritual.

Lo más importante es obedecer los mandamientos de Dios.

No sirve de nada escuchar la voz de Dios y no cumplir sus mandamientos. La palabra de Dios es ley, y desobedecerla tendrá consecuencias que enfrentaremos el día del juicio. En todo el mundo, existen leyes que deben ser respetadas por todos los ciudadanos; desobedecerlas implica ir a la cárcel o pagar una multa. Para el ser humano, es más fácil aceptar que las leyes humanas son implacables, mientras que las leyes de Dios se perciben de otra manera. Esto puede deberse a que las consecuencias de quebrantar las leyes humanas son inmediatas, mientras que las de Dios parecen no serlo.

Dios ha determinado un día en el cual todos rendiremos cuentas por nuestras acciones, buenas o malas. Nuestra actitud dependerá de lo que hayamos creído. Si cree que Dios es un anciano bondadoso que lo espera con los brazos abiertos, a pesar de no guardar sus mandamientos, está equivocado. Si piensa que el infierno es simplemente una vida llena de pobreza y violencia, también está equivocado. Si cree que las consecuencias del pecado solo afectan la vida material en la tierra, está equivocado. Al igual que las leyes terrenales, las leyes espirituales también se cumplirán.

Dios ha establecido un único día para juzgar a toda la humanidad desde Adán, de modo que quienes hayan transgredido sus leyes serán lanzados «vivos» al lago de fuego y azufre. Todos resucitarán, unos para vida eterna y otros para condenación perpetua. Así como ningún abogado puede cambiar una ley a su conveniencia, tampoco un cristiano puede modificar la ley de Dios según su interés. Un cristiano puede actuar como quiera en este tiempo, y la ausencia de un castigo inmediato no significa que no llegará. Puede que tenga una vida larga y cómoda, con un ministerio exitoso, pero eso no garantiza que haya cumplido con la voluntad de Dios.

El éxito ministerial no lo mide el hombre, sino Dios. Una congregación de 10,000 miembros y con grandes ingresos puede parecer un modelo a seguir para muchos, pero Dios no se impresiona por edificios lujosos ni por alfombras caras. Lo único que realmente mueve a Dios es nuestra obediencia: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.” Mateo 7:21-23.

Hacer sanidades, predicar en el nombre de Jesús, realizar milagros y echar fuera demonios no asegura la vida eterna. Lo único que puede garantizar el agrado de Dios es cumplir su voluntad: “Al que oye mis palabras, y no las guarda, yo no le juzgo; porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. El que me rechaza, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero. Porque yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar.” Juan 12:47-49. Rechazar la palabra de Dios traerá consecuencias eternas, ya sea que haya sido transmitida directamente por la boca del Mesías o a través de sus enviados.

Si usted no acepta la palabra porque le parece demasiado dura, peor será el castigo que vendrá en el día del juicio. El ser humano no puede condenar a nadie, pero Dios sí lo hará. Por lo tanto, su responsabilidad es verificar, a través de la Biblia, si lo aquí escrito es verdad: “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él.” Juan 14:21. El Padre envió a su Hijo por amor. Jesús se entregó por amor. Los discípulos lo dejaron todo por amor. Muchos cristianos murieron torturados por amor a Dios. Los siervos de Dios a lo largo de la historia han enfrentado grandes dificultades por amor a Él. Ninguno de los mandamientos que hemos estudiado puede cumplirse si no amamos al Señor.

El amor a Dios se demuestra con hechos, no solo con palabras. El amor de Dios va más allá de un sentimiento; implica demostrarle que realmente lo amamos al hacer su voluntad. “Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido. Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer. No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé. Esto os mando: Que os améis unos a otros.” Juan 15:10-17.

El amor de Dios es lo que evita que muramos cada vez que pecamos; su gracia nos sostiene y su misericordia nos da la oportunidad de corregir nuestros errores. Mientras podamos respirar, tenemos la oportunidad de agradar a Dios. De otro modo, cuando muramos y resucitemos, veremos todas las oportunidades de arrepentimiento que dejamos ir, pero ya no habrá alternativa, porque Dios ha establecido que el hombre muera una sola vez y luego el juicio.

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