¿Ministros del evangelio reprobados?

¿Ministros del evangelio reprobados?
Por: Rafael Monroy
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¿Son realmente los ministros del evangelio heraldos de Dios?

E

n su primera epístola a los Corintios, Pablo hace una declaración que muchos ministros pasan por alto: los cristianos, especialmente sus líderes, pueden estar sujetos a la desaprobación de Dios, aun si han sido instrumentos de salvación para muchos.
La Escritura dice: «¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos lo hacen para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que, habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado.» 1 Corintios 9:24-27.

Pablo expresa aquí su preocupación por agradar a Dios, entendiendo que no basta con ser cristiano o tener un «título» de pastor para ser aprobado. Él no descartaba la posibilidad de ser reprobado, por lo cual procuraba mantenerse dentro de los parámetros de Dios, en cuanto a santificación y perfeccionamiento, entendiéndose este último como un proceso de múltiples pruebas y padecimientos. ¿Es posible que ministros del evangelio puedan estar fuera de la voluntad de Dios? ¿No deberían todos los ministros ser también beneficiarios de las buenas nuevas que predican?

Ante Dios, existe una diferencia entre ser usado y ser aprobado. La Escritura presenta muchos ejemplos de líderes que fueron instrumentos de Dios, pero no necesariamente aprobados. Un caso representativo es el del rey Nabucodonosor, quien sirvió los intereses de Dios y fue recompensado por ello. «Aconteció en el año veintisiete en el mes primero… Nabucodonosor rey de Babilonia hizo a su ejército prestar un arduo servicio contra Tiro… así que le he dado la tierra de Egipto; porque trabajaron para mí, dice Jehová el Señor.» Ezequiel 29:17-20.

Dios es misericordioso, incluso con quienes están fuera de su pueblo, pero no podemos interpretar su misericordia como aprobación. Nabucodonosor, aunque sirvió en los planes divinos, no fue necesariamente aprobado. Jesús mismo enseñó: «No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.» Mateo 7:21.

De modo que poseer dones no implica que estemos en la perfecta voluntad de Dios. En una ocasión, Jesús envió a 70 de sus discípulos para que llevaran las buenas nuevas de salvación; todos ellos tenían “autoridad” para echar fuera demonios y sanar enfermos (Lucas 10:17). Incluso Judas, el traidor, sanaba enfermos y echaba fuera demonios, pero al final fue reprobado.

Tenga presente que esos discípulos, a pesar de llegar gozosos por la autoridad que recibieron de Jesús, ninguno de ellos había sido bautizado por el Espíritu Santo; ellos esperaron 50 días después de la resurrección de Jesús para recibir “PODER” y para predicar con denuedo, comprender la Escritura y hacer milagros. Poseer dones no implica necesariamente estar en la voluntad perfecta de Dios.

Es importante notar que los discípulos que fueron a predicar y echar fuera demonios regresaron llenos de gozo por la autoridad recibida, pero aún no habían sido bautizados por el Espíritu Santo. Ellos tenían «autoridad» o habían sido ungidos con el Espíritu, lo cual no garantiza caminar en la voluntad de Dios. De modo que quienes poseen el «don» aún pueden actuar por voluntad propia, mientras que quienes son guiados por el Espíritu actúan conforme a la instrucción divina (Hechos 16:16-18).

Muchos ministros asumen que Dios se complace en todo lo que hacen, especialmente cuando realizan milagros, creyendo que el «don» es evidencia de una santidad elevada o que están en un nivel de santidad superior. Piensan que la gracia de Dios es un símbolo inalterable de su aprobación y creen erróneamente que, gracias a eso, tienen «libertades» para actuar sin consecuencias. Así, mientras dirijan una congregación, sigan sanando enfermos y echando fuera demonios, creen que todo está bien; sin embargo, «gracia» no significa una licencia para pecar.

¿Qué es la gracia?

Podemos entender «gracia» como algo gratuito; es recibir un regalo inmerecido. Sin embargo, la gracia de Dios no es igual a salvación ni a la justificación, aunque a menudo se confunde con ellas. Dios otorga su gracia no por méritos personales o cumplimiento de obligaciones en la congregación, sino a pesar de nuestras fallas. Él continúa enseñándonos y capacitándonos para vencer. La gracia de Dios es el vínculo que nos permite conocer su voluntad perfecta mediante el Espíritu Santo; podríamos llamarlo, si usted quiere, una caja de herramientas para hacer el trabajo que Dios nos ha enviado a hacer.

En otras palabras, la gracia incluye todos los recursos de Dios que nos ayudan a cumplir su voluntad, tanto como el poder para realizar milagros, sanar enfermos, discernir espíritus, comprender la Escritura, recibir revelación, consuelo o corrección cuando es necesario. Lo que el hombre haga con esa gracia es lo que determina la aprobación o la desaprobación de Dios.

Los primeros ministros del evangelio eran diferentes porque recibieron abundante gracia y fueron obedientes a la guía del Espíritu Santo. Por eso, terminaron su carrera en victoria, como Pablo y Pedro declaran en sus epístolas. Ellos, al ser imitadores de Cristo, contaron con la aprobación divina, comprendieron el plan de Dios y trabajaron arduamente para alcanzar el mayor galardón: la vida eterna. Podemos afirmar que culminaron su carrera en victoria porque el libro del Apocalipsis lo menciona en el capítulo 21, versículo 14:

«El muro de la ciudad tenía doce cimientos, y sobre ellos estaban los nombres de los doce apóstoles del Cordero.» Apocalipsis 21:14.

Esto demuestra que las cosas que ellos hicieron eran según la voluntad de Dios y, por lo tanto, podemos decir que era lo correcto y lo que todos nosotros deberíamos hacer.

En la parábola de los talentos, Jesús describe cómo un señor se va y deja a sus siervos encargados de su obra: a uno le deja diez talentos, a otro cinco y a otro uno. Aunque algunos interpretan esta parábola como una referencia a dinero, dado que «talento» era la mayor medida monetaria de la época, no se refiere a bienes materiales. Si lo fuera, dejaría de ser una parábola o comparación.

En términos simples, no se pueden comparar cosas idénticas; por ejemplo, la comparación es comprensible si digo que una persona alta es como un árbol, porque se refiere a la estatura. Por lo tanto, interpretar «talento» como una habilidad personal, por el significado moderno de la palabra, es incorrecto; hace dos mil años, un talento representaba una cantidad monetaria significativa, no una cualidad personal. De hecho, en aquella época, un talento de plata equivalía a más de 36,000 dólares en términos actuales.

La parábola de los talentos contiene una profunda enseñanza, puesto que el Señor confió sus «bienes» a sus siervos o administradores, esperando que al regresar los encontrara multiplicados.

¿Qué bienes dejó Jesús realmente?

Podemos decir categóricamente que no les heredó dinero, ni propiedades terrenales, ni siquiera les dejó un método financiero para convertirse en un empresario exitoso. Jesús nos dejó en consignación algo mucho más valioso que el oro.

El conocimiento de la voluntad de Dios es un tesoro

Estos «bienes» o talentos representan el conocimiento de la voluntad de Dios. Las palabras que Jesús pronunció en su ministerio son vida y poder; cada una de ellas encierra sabiduría y la capacidad de dar vida eterna. Cuando tú entiendes su significado, puedes obedecerlas y obtener como resultado la aprobación de Dios. Pero esas mismas palabras pueden también ser motivo de condena si no las entendemos, o peor aún, si las ignoramos.

Curiosamente, el final de la parábola de los talentos ha sido modificado en la mayoría de las versiones bíblicas a partir de Mateo 25:31, separando la parábola del juicio de Dios, lo cual no es correcto. Los versículos, subtítulos y capítulos fueron añadidos por los traductores de la Biblia y no forman parte de los textos originales. Por lo tanto, si suprimimos los subtítulos, notas y comentarios, podemos leer la Palabra de Dios tal como fue entregada originalmente.

Veamos una versión comprimida de cómo concluye esta parábola y el mensaje que conlleva:

«Porque al que tiene, le será dado, y tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado. Y al siervo inútil echadle en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes. Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria… entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los otros… el Rey dirá a los de su derecha: ‘Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo… De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.’ Entonces dirá también a los de la izquierda: ‘Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles… en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis.’ E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.» Mateo 25:29-46.

La diferencia entre los «justos» y los malditos no se basa en la fe que pudieron tener, sino en cómo respondieron a las necesidades de los demás, reflejando el mandato de amar al prójimo. Al final, aquellos que manifestaron su amor a través de las acciones irán a la vida eterna siendo aprobados por Dios, mientras que los que carecieron de esa compasión enfrentarán el castigo eterno.

Muchos eruditos bíblicos separan la parábola de los talentos de esta última sección, y por lo general, las versiones modernas de la Biblia suelen añadir el subtítulo: El juicio de las naciones, a partir del versículo 31, como si se tratase de otro tema. Incluso, algunos predicadores omiten predicar esta parte por considerarla muy dura y porque consideran que no está dirigida hacia los cristianos. Sin embargo, esta sección en realidad es la explicación final de la parábola de los talentos, ya que habla del “retorno” del Señor y el ajuste de cuentas con sus siervos a quienes les entregó esos talentos.

Cuando Cristo regrese, será como el retorno de un «señor» que confió a sus siervos la administración de sus bienes. Las obras de misericordia, el apego a la verdad y la obediencia a todos los mandamientos del Señor serán el producto de los talentos multiplicados. El tesoro, o los talentos que Jesús dejó a sus apóstoles, fue su «palabra». Este tesoro es descrito en Mateo 13:44: «El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello, va y vende todo lo que tiene y compra aquel campo.»

Los discípulos encontraron ese tesoro en las palabras de Jesús; ellos sabían que era más valioso que el oro, por lo cual vendieron todo para ayudar a los demás, literalmente. Ellos no querían estar atados a este mundo y desecharon las riquezas terrenales para asegurar las celestiales. Durante los primeros años de la predicación del evangelio, los discípulos preservaron fielmente la palabra de Dios y comprendieron que «cuidar» de ella los conduciría a la vida eterna. Sin embargo, pocos años después de la muerte de los apóstoles, el evangelio comenzó a distorsionarse. Para el siglo III de nuestra era, el verdadero evangelio era casi irreconocible, hasta llegar a la variedad de evangelios que tenemos en la actualidad.

Hoy, muchos predicadores enseñan que ser buenos administradores es ser fiel entregando tus diezmos; si lo haces, te traerá bendición. Sin embargo, Jesús no habla de diezmos, mucho menos de ser un buen administrador de bienes materiales, sino de obedecer sus mandamientos al pie de la letra. Se refiere a guardar la doctrina intacta, tal como la recibieron los discípulos. Era mantenerse en la verdad, sin quitarle ni agregarle nada a la palabra que Jesús les enseñó. Era cuidar de los huérfanos, de las viudas y de los necesitados, tal como hicieron los cristianos del primer siglo.

La Escritura dice que cuando todos resucitemos debemos comparecer ante Dios para ser juzgados (Hebreos 9:27). Nuestras buenas obras y nuestras malas obras hablarán por nosotros en aquel día; no habrá lugar para excusas, no podremos decirle al Señor que no sabíamos, puesto que todo lo que necesitamos para tener vida eterna está escrito en la Biblia que tú lees todos los días. No se trata de la cantidad de obras, sino de cuántas de esas obras fueron conforme a la voluntad de Dios.

Tenemos un ejemplo emblemático en el caso de Juan el Bautista, quien no construyó templos ni ministerios. Tampoco hizo milagros, no sanó enfermos ni echó fuera demonios. Simplemente esperó el momento de Dios para anunciar al Mesías; esa fue su misión, y la cumplió a cabalidad. Hoy en día, algunos pastores lo criticarían por ser un ministro improductivo; otros lo podrían catalogar como un completo fracaso. Sin embargo, Jesús lo consideró el más grande de los nacidos de mujer, no por sus logros o por los bienes que poseyó, porque no tenía nada. Juan el Bautista fue grande por su obediencia incondicional a Dios.

En las congregaciones modernas se aplica la misma medida del mundo para juzgar el ministerio de una persona. Ellos creen que el número de miembros, la apariencia del templo o la cuenta bancaria de la iglesia determina el éxito de un ministerio. Esto, sin embargo, no define el éxito a los ojos de Dios; los números de miembros en una congregación no son importantes para Dios.

Lamentablemente, para los cristianos modernos, si tienes una membresía de cientos o miles de miembros, te consideran exitoso; si tienes dinero, es porque has comprendido el plan de Dios. Muchas congregaciones han adoptado el modelo del mundo, enfocándose en lo externo, como tener un edificio más grande o crear ministerios y promover sus organizaciones. Esto, obviamente, no es el modelo de Dios, lo cual desvía la atención de los cristianos del plan y propósito claramente reflejados en las Escrituras.

Por cierto, si quieres ahondar un poco más respecto al tema de las multitudes en las congregaciones y por qué no es importante para Dios, escucha nuestro estudio titulado: La última gran cosecha de almas.

Una visión proveniente de un pastor o un profeta que nos desvíe del evangelio predicado por Jesús y sus apóstoles es falsa, aunque parezca «exitosa». No es bíblico que un pastor diga que ha tenido una visión de construir un edificio para albergar más miembros de su congregación, cuando hay miembros que están pasando necesidad. La visión de Dios es una sola, y la podemos ver reflejada en lo que los discípulos hicieron en el libro de Hechos; te invito a leerlo completamente.

Todo siervo de Dios debe predicar con el ejemplo, no con la lengua.

La Escritura dice: «Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.» Juan 15:14. Si no cumplimos con su voluntad, nos colocamos en enemistad con Él y recibiremos el pago correspondiente. Un pastor que cree que tener «más» que otros es sinónimo de la aprobación de Dios, realmente desconoce la Escritura.

Todo ministro que se siente «realizado» por sus logros es vulnerable a las trampas de Satanás, puesto que se considera mejor que otros, cree que alcanzó la cima y, por lo tanto, nadie puede decirle que está en un error, especialmente si predica el evangelio de la prosperidad. Puede ser diligente y dar consejería, pero si descuida su hogar o actúa de manera opuesta a lo que predica, no está cumpliendo la voluntad de Dios. Puede, por ejemplo, condenar el matrimonio homosexual mientras guarda una vida oculta en contradicción con lo que enseña, o centrarse en construir un templo a expensas de ayudar a los miembros necesitados de su propia congregación, e incluso extorsionando a esos miembros con la idea de que, si no dan los diezmos, están robándole a Dios.

Es posible que un líder exija modestia en la vestimenta de su congregación mientras incurre en inmoralidades ocultas. Tal vez dirija un ministerio para rescatar a drogadictos, pero él mismo sea adicto. Puede tener una congregación «grande y próspera» pero enseñar doctrinas erróneas que llevan a muchos a la perdición, como sucedía con los fariseos. Este tipo de «ministros» se ha vuelto tan común que algunos cristianos, acostumbrados a la corrupción, responden con resignación: «No hay iglesias perfectas».

Jesús dijo: «Este pueblo de labios me honra; más su corazón está lejos de mí… enseñan como doctrinas, mandamientos de hombres… Dejadlos; son ciegos guías de ciegos; y si el ciego guiare al ciego, ambos caerán en el hoyo.» Mateo 15:7-14.

Jesús se dirigió a los líderes religiosos como «hipócritas y ciegos», y sus congregaciones iban igualmente por el camino de perdición hasta que el Mesías se hizo presente. Los fariseos, guardianes de la ley, habían administrado las leyes dadas a Moisés, pero habían perdido la verdadera guía de Dios. Sería similar a que Jesús llegara hoy y llamara a un pastor «guía de ciegos». ¿Cuántos pastores habrían echado a Jesús de sus congregaciones?

Muchos líderes creen que estar en una plataforma los acerca a Dios, al igual que los fariseos. Cierran sus oídos a la dirección del Espíritu Santo, rechazando la verdad. Así, como dijo Pablo, muchos en este siglo se volverán a «cuentos de viejas», y en aquel día dirán: “Señor, Señor…” sin ser escuchados.

Recompensa y castigo, pero no antes de la resurrección

Los sacerdotes responsables de la muerte de Jesús y sus apóstoles murieron sin castigo inmediato, creyendo incluso que habían servido a Dios. Ellos quizá murieron con la idea de que se libraron de un alborotador que quería quitarles su forma de culto. Hoy, muchos cristianos creen que «estar cubiertos por la sangre de Cristo» los exime de cualquier castigo; no les pasa por la mente que puedan estar en un error, como lo estuvieron los fariseos en su momento. Sin embargo, como dice Eclesiastés 8:11: «por cuanto no se ejecuta luego sentencia sobre la mala obra, el corazón de los hombres está dispuesto para hacer el mal.»

El hecho de que el juicio de Dios no sea inmediato no significa que no va a llegar; si no eres castigado en el momento de pecar, no implica que Dios ya te perdonó. Dios ha establecido un día en que todos resucitaremos, como Lázaro, en carne y hueso. Entonces, Jesús enviará a unos al lago de fuego y azufre, mientras que los obedientes recibirán la vida eterna; no hay más alternativas. La resurrección traerá dos posibilidades definitivas: recompensa o castigo.

El pecado es desviarse del camino que Dios ha trazado, podemos pecar al desconocer o desobedecer su palabra, aunque sea sin intención. Es por eso que muchos cristianos creen que están en la voluntad de Dios y confían ciegamente en sus líderes, pensando que están haciendo lo correcto. Sin embargo, rara vez cuestionan sus enseñanzas, y cuando lo hacen, reciben respuestas ambiguas como que ahora son otros tiempos, o que el evangelio ha evolucionado y que las cosas que hicieron los discípulos no se pueden hacer hoy. Posiblemente les sugieran que cada congregación tiene su propia identidad y no pueden apegarse al modelo primitivo, puesto que eran épocas y culturas diferentes. O simplemente digan que no existen iglesias perfectas.

Estas respuestas buscan justificar la desobediencia o simplemente reflejan ignorancia. Es claro que desobedecer la voluntad de Dios conlleva consecuencias, aunque no siempre implica muerte, como dice la Escritura: “Si alguno viere a su hermano cometer pecado ‘que no sea de muerte’, pedirá, y Dios le dará vida… Hay pecado de muerte, por el cual yo no digo que se pida.” 1 Juan 5:16.

Un pastor o líder que piensa que ser nombrado por una junta directiva es garantía de aprobación divina debe reconsiderarlo. Otros líderes simplemente no entienden la Palabra de Dios y creen que no habrá consecuencias por lo que hacen, porque ha pasado mucho tiempo y las cosas que hacen no han tenido consecuencias inmediatas. Algunos entienden el plan de Dios, pero creen que no se aplica para nuestros días, tal como lo menciona Lucas 12:47-48: «El siervo que entendió la voluntad de su señor, y no la hizo, será azotado mucho. Mas el que no entendió, e hizo cosas dignas de azotes, será azotado poco.» La ignorancia de la Escritura también será motivo de juicio porque estos son los que recibieron un talento y, lejos de ponerlo a trabajar, lo guardaron.

Muchos cristianos prefieren ajustarse a la doctrina de su congregación por comodidad, sin indagar si está en línea con las Escrituras. Cuando no comprenden algo, algunos prefieren quedarse en silencio. Otros, aunque tienen la inquietud de investigar, recurren a libros de líderes conocidos, creyendo que el reconocimiento público es sinónimo de verdad, olvidando que Jesús nos enseña a través del Espíritu Santo.

Las promesas de Dios siempre son condicionales.

Dios dio a Adán y Eva un solo mandamiento: “No comer del árbol del conocimiento del bien y del mal.” Sin embargo, la serpiente los persuadió al apelar a su deseo de alcanzar una mayor sabiduría y ser como Dios. Aunque no querían desobedecer, la serpiente manipuló sus deseos ofreciéndoles una vía rápida. Similarmente, muchos cristianos hoy desean una relación más cercana con Dios, pero buscan atajos que implican desobediencia.

Adán y Eva no pretendían desafiar a Dios; creyeron que su amor y bondad les permitirían pasar por alto ese «pecadito». Así, desobedecieron sin considerar las consecuencias.

Muchos cristianos hoy piensan que pueden alcanzar la plenitud de Dios y sus promesas sin obedecer. Las promesas de Dios siempre vienen acompañadas de una o varias condiciones. Por ejemplo, en Mateo 6:33, Jesús nos insta a: «buscar primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas». Esta demanda nos recuerda que la prioridad en nuestra vida debe ser Dios y su justicia, y que nuestra confianza debe estar en su provisión, ya que Él promete darnos lo necesario si le damos el primer lugar.

De manera similar, en Juan 15:7 se nos dice: «Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queráis, y os será hecho». Aquí, la promesa de Dios está condicionada a nuestra permanencia en Él, resaltando la importancia de una relación constante y fiel como base para recibir sus bendiciones. Ambos versículos destacan la naturaleza condicional de las promesas divinas: Dios está dispuesto a proveer y bendecirnos cuando ponemos su reino en primer lugar y permanecemos fieles a sus enseñanzas.

Solo el Espíritu Santo nos puede guiar a toda la verdad.

Un cristiano puede poseer muchos títulos, pero sin conocer la voluntad de Dios. Puede ser maestro de la Biblia, pero no haber nacido de nuevo como Nicodemo. Recordemos que su voluntad se encuentra en la Biblia y es afirmada por la guía del Espíritu Santo. Aunque debería ser obvio, la Escritura debe ser el único estándar para todos los cristianos, independientemente de raza o idioma. Si todos nos guiáramos por esta única palabra, caminaríamos en unidad. Sin embargo, en la práctica, cada congregación y cada líder defiende su propia «revelación», lo cual los ha llevado inevitablemente a errores, no de parte de Dios, sino de los hombres que no entienden su palabra.

Solo a través del Espíritu Santo podemos comprender verdaderamente la escritura y conocer su voluntad, no simplemente identificando libros y versículos, o aprendiendo de memoria toda la Biblia, o aprendiendo otras lenguas, sino entendiendo el plan revelado por Dios.

Si reconocemos que «Dios es veraz y todo hombre mentiroso», deberíamos estar dispuestos a recibir instrucción del Espíritu Santo, aunque ese mensaje sea llevado por siervos con trasfondos diferentes al suyo propio. Pero en la realidad, podemos ver cómo existen tensiones no solo entre denominaciones, sino también dentro de las mismas congregaciones, donde cada grupo cree que «otros» están equivocados y «nosotros» en lo correcto.

Es crucial entender que estas divisiones no vienen de Dios, sino de malas interpretaciones de la Escritura y de la influencia satánica que nos rodea. Si recordáramos que nuestra lucha es contra las potestades de maldad, sería más fácil unirnos en el cumplimiento del plan de Dios. Si las denominaciones revisaran sus doctrinas objetivamente, guiados por el Espíritu Santo y con el propósito de edificarse mutuamente, como enseña la Escritura, el cristianismo se asemejaría más a los cristianos del primer siglo. De hecho, la Palabra dice que llegaremos a la unidad a través del Espíritu Santo: «hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo.» Efesios 4:13.

Todo aquello que nos aparta de la voluntad de Dios y que nos separe como hermanos, por más correcto que parezca, nos llevará a la muerte, como sucedió con Adán y Eva. En física, hay un término llamado «inercia», que es la fuerza que mantiene en movimiento un cuerpo impulsado externamente. Espiritualmente, si avanzamos en la dirección de Dios, el resultado es vida y bendición; pero si seguimos la «fuerza de la costumbre» en un rumbo que parece «bueno» desde el punto de vista humano, o conforme a los lineamientos de la denominación, pero que va en contra de Dios, el resultado será castigo. La fuerza de la costumbre nos arrastrará y nos llevará por inercia hacia el infierno.

Hablar de un Dios que castiga es casi un tabú hoy en día, pues muchos predican solo el aspecto de amor y prosperidad de Dios. En miles de congregaciones, se presenta una visión incompleta, donde todos los que confiesan a Jesús como Señor de sus vidas son considerados automáticamente salvos y bendecidos con abundancia material en la tierra.

Muchos predicadores insisten en que nadie debe dudar de su salvación, pues «todo el que confiese con su boca y crea en su corazón será salvo». Sin embargo, el escritor de Hebreos advierte: «Si pecamos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio… Mía es la venganza, yo daré el pago, dice el Señor… Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo.» Hebreos 10:26-31.

El pecado, en todas sus formas, es la transgresión de los mandamientos de Dios, y no necesariamente implica actos extremos como drogas o adulterio. Desviarnos del camino trazado por Dios, aunque sea siguiendo las enseñanzas de los «ancianos» de la congregación, resulta en muerte eterna.

Jesús dijo: «Si me amáis, guardad mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros.» Juan 14:15-17.

Es necesario que el Espíritu Santo esté EN nosotros

No es suficiente que el Espíritu Santo esté «CON» nosotros; es necesario que habite «EN» nosotros para guiarnos a toda verdad. Los mandamientos de Jesús son y serán siempre esenciales para la salvación, y si no los guardamos estamos expuestos a la condenación.

Muchos cristianos siguen a sus pastores asumiendo que han sido elegidos por Dios y, por lo tanto, deben obedecerles. Sin embargo, obedecer a Dios tiene prioridad, y si alguien desobedece a Dios por seguir ciegamente a su pastor, es culpable de pecado. Esto no significa actuar con desafío o falta de respeto hacia los líderes, sino estudiar las Escrituras con atención y evaluar si las enseñanzas del pastor están alineadas con la Biblia.

Me dirijo a ti pastor. Recuerda que formas parte del cuerpo de Cristo; por lo tanto, necesitas ser instruido y corregido por tus hermanos en la fe, no importa quien sea. Incluso, miembros de otras denominaciones y de otras líneas de pensamiento o corrientes doctrinales. Escúchalos porque la escritura nos llama a edificarnos mutuamente, los múltiples ministerios son para contribuir al crecimiento del cuerpo de Cristo, tú no eres el todo, eres apenas una pequeña parte dentro del plan de Dios. El pastorado, es uno de esos ministerios. 

No se trata de aceptar todo sin cuestionar, pero tampoco adoptar una postura arrogante creyendo que solo tú escuchas a Dios. No puedes aceptar todo lo que otros dicen, pero tampoco puedes rechazar todo lo que te dicen. Para eso es necesario contar con la unción del Espíritu Santo. Él te guía a toda verdad «Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir.» Juan 16:13

Cuando el Espíritu Santo está EN tí, entonces puedes escuchar la voz de Dios y conocer la diferencia entre la verdad y la mentira, aunque esto signifique contradecir tu propia doctrina, por eso Pablo nos dice. «Examinadlo todo; retened lo bueno. Absteneos de toda especie de mal.» 1 Tesalonicenses 5: 21-22. Como parte del cuerpo de Cristo, todas las partes deben funcionar en armonía y avanzan en la misma dirección, el cuerpo de Cristo no lo conforman los miembros de una congregación, sino todas las personas llenas del Espíritu Santo. 

Dios no tiene una voluntad diferente para cada congregación; su Palabra es una sola y no cambia. Justificar nuestras prácticas con la idea de que nadie conoce la verdad o escudarse en conocimientos académicos refleja la misma actitud de Eva cuando justificó su desobediencia. 

Jesús vendrá de nuevo como Juez, no como maestro

Las doctrinas fundamentales que menciona Hebreos 6«arrepentimiento de obras muertas, la fe en Dios, la doctrina de bautismos, la imposición de manos, la resurrección de los muertos y el juicio eterno.» Hebreos 6:1-2 — han provocado divisiones entre cristianos. Entre estos debates, uno de los más persistentes es sobre el día de reposo: algunos defienden el domingo como el día correcto para honrar a Dios, mientras otros creen que guardar el sábado basta para agradarlo. Este tipo de divisiones refleja una inmadurez y falta de conocimiento bíblico dentro de la iglesia, pues se han enfocado más en disputas doctrinales que en la esencia de la fe.

Si deseas conocer un poco más respecto al día de reposo cristiano, te invito a que escuches nuestro estudio titulado: El Domingo, ¿es realmente el día del Señor?

Es sorprendente que muchos cristianos aún piensen que cuando Cristo venga, él aclarará todas las preguntas que tenemos pendientes en una especie de lección final. Sin embargo, Jesús mismo prometió: «Mas cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad.» Juan 16:13. Es el Espíritu Santo quien nos instruye y nos guía en la verdad hoy. Si no es el Espíritu Santo el que enseña ahora, entonces… ¿quién lo hace? Cuando Cristo regrese, no vendrá para enseñar, sino para juzgar, como hizo en el huerto del Edén con Adán y Eva. Él vendrá para castigar a los que rechazaron su llamado y para recompensar a los fieles; por eso, el momento de aprender y buscar la verdad es ahora, porque cuando vuelva, ya no habrá lugar para justificaciones.

La fe sin obras está muerta

Contrario a la creencia popular de que la fe por sí sola es suficiente, muchos líderes enfatizan que las buenas obras son opcionales para agradar a Dios, sin verlas como esenciales para la salvación. Sin embargo, las Escrituras nos muestran que la fe sin obras está muerta (Santiago 2:26). Así como las obras sin una verdadera fe no pueden salvar, una fe que no produce frutos también es insuficiente ante Dios.

Santiago dice: «¿De qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovechará? Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma.» Santiago 2:14-17. Santiago destaca que la salvación requiere dos elementos complementarios: fe y obras. No puede haber fe en Cristo sin obras, ni obras verdaderas sin fe.

Juan también expresa: «El que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad.» 1 Juan 3:17-18. Enfatiza que el amor genuino se evidencia en acciones, no solo en palabras. El amor de Dios debe reflejarse en el apoyo y la compasión hacia los demás.

Ambos apóstoles están manifestando la enseñanza de Jesús cuando dijo: «Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.» Mateo 5:16. Las buenas obras no son solo un complemento de la fe; son su expresión viva y testimonio ante los demás de la obra de Dios en el creyente. Es una forma de agradecer a Dios por su bondad hacia nosotros y un reflejo de que hemos aprendido sus instrucciones.

Algunos podrían pensar que Pablo contradice las enseñanzas de Jesús y de los demás apóstoles cuando afirma que «no es por obras, para que nadie se gloríe.» Efesios 2:9. Este versículo ha sido objeto de interpretaciones erróneas, pues muchos lo han usado para afirmar que las buenas obras no son necesarias para ser salvos. Sin embargo, Pablo no está en desacuerdo con las enseñanzas de Jesús ni de los otros apóstoles. Las palabras de Pablo han sido malinterpretadas, como señala Pedro: «casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición.» 2 Pedro 3:16. Pablo no anula el valor de las buenas obras, sino que establece una diferencia entre las «obras de la ley» y las acciones que naturalmente brotan de una fe genuina.

Cuando Pablo dijo que «no es por obras, para que nadie se gloríe,» no se refería a acciones como ayudar a los necesitados, cuidar a las viudas y huérfanos o visitar a los presos, porque de hecho todos los apóstoles las hicieron, como se refleja en el libro de Hechos. Estas obras representan el amor y la compasión que deben caracterizar a todo seguidor de Cristo y que son una manifestación de una fe viva. Pablo se refiere, en cambio, a las «obras de la ley de Moisés» — los rituales y sacrificios prescritos en la ley —, los cuales perdieron su vigencia con la muerte y resurrección de Cristo. La salvación ya no depende de estos antiguos rituales, sino de una relación de fe con Dios. Como él mismo explicó: «Por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado.» Romanos 3:20. Aquí, Pablo establece que la ley fue dada para revelar el pecado, pero no tiene el poder de justificar; solo nos muestra nuestra necesidad de un Salvador.

De nuevo, Pablo afirma: «Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley.» Romanos 3:28. Este versículo resume la idea de que la justificación es un acto de Dios que no puede ser ganado o merecido a través de la observancia de los rituales de la ley de Moisés. La justicia de Dios se recibe por medio de la fe en Jesucristo, y no por cumplir las normas del sistema antiguo.

Pablo refuerza sus palabras cuando aclara en Gálatas: «Sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo; nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley; por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado.» Gálatas 2:16. Esta declaración enfatiza que confiar en la ley para justificarse es inútil; solo la fe en Cristo tiene el poder de justificarnos ante Dios.

Finalmente, Pablo advierte: «Todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición; porque escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas.» Gálatas 3:10. Aquí, Pablo destaca la imposibilidad de ser justificado mediante la ley, pues quien la sigue está obligado a cumplirla en su totalidad, lo cual es imposible. En cambio, Cristo nos libera de esa maldición al justificar a los creyentes por medio de la fe.

Pablo no minimiza la importancia de las buenas obras. En lugar de ello, nos muestra que la verdadera fe produce frutos — obras de amor y justicia — que son el resultado natural de una vida transformada por Cristo. Las obras, junto con la fe, son los medios para obtener la salvación; ellas son la evidencia de una fe viva y genuina, que, como dijo Santiago, «si no tiene obras, es muerta en sí misma.» Santiago 2:17. La fe y las obras son, por lo tanto, complementarias; no compiten entre sí, sino que se apoyan mutuamente en la vida del creyente. Tú no puedes ser salvo si no crees en Jesús, pero tampoco puedes ser salvo solo por creer en Jesús.

Santiago deja claro que ambas son inseparables y se apoyan mutuamente para una fe genuina. En Santiago 2:22, menciona: «¿No ves que la fe actuaba juntamente con sus obras, y que la fe se perfeccionó por las obras?» Aquí, el término «juntamente» sugiere una acción en conjunto, donde la fe y las obras trabajan como dos partes esenciales y complementarias de la vida cristiana, perfeccionándose mutuamente. Ambas, fe y obras, deben verse como complementarias y no como rivales.

Este pasaje enfatiza que la fe y las obras no son elementos aislados, sino que interactúan y se fortalecen entre sí, actuando en unidad para reflejar una fe plena y viva.

El autor de Hebreos aclara que estas «obras» de la ley se referían a rituales vigentes en su tiempo, pero que dejaron de ser efectivas con el sacrificio de Cristo. En este pasaje, explica: «en la cual se presentan ofrendas y sacrificios que no pueden hacer perfecto, en cuanto a la conciencia, al que practica ese culto, ya que consiste sólo de comidas y bebidas, de diversas abluciones y ordenanzas acerca de la carne, impuestas hasta el tiempo de reformar las cosas. Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación; y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención.» Hebreos 9:9-12.

Este pasaje subraya que el sistema de sacrificios y rituales antiguos, aunque simbólico y necesario en su tiempo, no podía lograr una verdadera limpieza interior. Estos ritos eran solo sombras que señalaban al sacrificio definitivo que Cristo realizaría en la cruz, el único sacrificio capaz de redimir eternamente.

Entender el contexto de estos rituales es esencial, porque durante siglos, los fariseos y el pueblo de Israel practicaron sacrificios animales y ceremonias como parte de su devoción a Dios, cumpliendo con la ley de Moisés. Esta tradición era tan arraigada que aún después de la muerte y resurrección de Cristo, muchos judíos convertidos al cristianismo se aferraban a estos ritos. Los apóstoles insistían en que los cristianos no volvieran a esas prácticas, recordando que Cristo había cumplido y superado la antigua ley. Ya no era necesario acudir a sacrificios de animales ni a las abluciones prescritas; ahora la fe en Cristo era el camino a la salvación.

La carta a los Hebreos establece que el sacrificio de Cristo es superior a cualquier ritual antiguo. Dice también: «y ciertamente, casi todo es purificado, según la ley, con sangre; y sin derramamiento de sangre no se hace remisión. Fue pues, necesario que las figuras de las cosas celestiales fuesen purificadas así; pero las cosas celestiales mismas, con mejores sacrificios que estos. Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios.» Hebreos 9:22-24. El autor subraya que la salvación no se alcanza mediante figuras simbólicas, sino a través de la obra redentora de Cristo en el cielo, directamente ante Dios.

Los apóstoles enfatizaban que el cumplimiento de la ley ceremonial era temporal, un símbolo de la obra de Cristo que había de venir. Ahora, el camino a Dios es Cristo mismo, quien aseguró la redención para siempre. La práctica de la fe cristiana no depende de sacrificios de animales, sino de una relación viva y activa con Dios a través de Jesús. Por lo tanto, las buenas obras que surgen de esa fe no son meros rituales, sino la expresión de una vida transformada por el amor de Dios, tal como lo enseñaron los apóstoles y como lo expresó Jesús: «Si me amáis, guardad mis mandamientos.» Juan 14:15.

En el Apocalipsis se menciona que todos los muertos resucitarán para ser juzgados según sus obras: «Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras.» Apocalipsis 20:12. No se dice que seremos juzgados por la fe, sino por nuestras obras. Las buenas obras serán recompensadas con vida eterna, y es alarmante ver cómo se tergiversan las palabras de Pablo, anulando otros mandamientos claros de los evangelios.

Dios reprueba las mezclas

Por ello, Cristo juzgará severamente a los ministros del evangelio, pues sus enseñanzas afectan a muchos. Si enseñan un método equivocado, sus seguidores sufrirán las consecuencias. Es como si una receta medicinal se transmitiera correctamente en la primera generación, pero luego alguien decidiera cambiarla sin conocimientos de química. ¿Qué sucederá? Lo mismo ocurre con el evangelio: se mezclan elementos que no pertenecen al mensaje original, generando confusión y peligro.

Algunos líderes mezclan el evangelio con humor, política, sensacionalismo, intelectualismo o psicología, y otros lo combinan con humanismo o música. Existen evangelios de prosperidad, sanidad, liberación y mensajes que solo destacan el amor de Dios o la «super fe». Todas estas mezclas desvían del evangelio puro, como Pablo advirtió: “No que haya otro, sino que hay algunos que os perturban y quieren pervertir el evangelio de Cristo.” Gálatas 1:7. Hoy, esos “algunos,” han llegado a ser la mayoría.

Ante tantas variantes, muchos cristianos ya no distinguen el verdadero evangelio del Reino de Dios y, poco a poco, siguen la corriente denominacional, corriendo el riesgo de terminar en el infierno cuando no guardan los mandamientos de Dios. Él demanda no solo integridad en sus ministros, sino verdad y total obediencia. Él continúa advirtiendo a su pueblo de los juicios que caerán, no solo sobre los incrédulos, sino sobre la iglesia y, en especial, sobre sus pastores. «¡Ay de los pastores que destruyen y dispersan las ovejas de mi rebaño! dice Jehová. Por tanto, así ha dicho Jehová Dios de Israel a los pastores… vosotros dispersasteis mis ovejas… y no las habéis cuidado. He aquí que yo castigo la maldad de vuestras obras, dice Jehová.» Jeremías 23:1-2.

Muchos ignoran el Antiguo Testamento, sin percatarse de que las palabras de los profetas siguen vigentes. Las advertencias hechas a los pastores de Israel también aplican hoy al liderazgo cristiano. «Hijo de hombre, profetiza contra los pastores de Israel… ¡Ay de los pastores de Israel, que se apacientan a sí mismos!… coméis la grosura, y os vestís de la lana; la engordada degolláis, mas no apacentáis a las ovejas… no fortalecisteis las débiles, ni curasteis la enferma… y andan errantes por falta de pastor…» Ezequiel 34:1-6.

Este mensaje es fuerte, pero necesario. Dios cumplirá lo que ha prometido, lo creamos o no. Es tiempo de dejar la comodidad y actuar en función del único plan de Dios, porque la Palabra de Dios siempre ha sido clara y directa; no será diferente hoy. Somos llamados a buscar la verdad, incluso si desafía nuestras creencias, porque daremos cuentas a Dios. Pastor, si aceptas solo una fracción de este mensaje, el Señor te revelará cosas grandes y ocultas que aún no conoces.

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Orlando
Orlando
1 mes atrás
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Hermano amado en Cristo, Dios en su misericordia le ha dado, por su Santo Espíritu, el conocimiento para advertirnos de como debemos caminar ante el Dios tres veces santo. Y como su Palabra nos hace ver cuan miserables somos ante su presencia. Solo ruego a Dios e imploro a su misericordia… Leer más »

Arled Humberto Arias
Arled Humberto Arias
4 años atrás

Hermanos… Bendiciones Excelente este estudio, gracias por enseñarme la verdad y la autoridad de la palabra, de verdad, que a veces mira uno como nuestros pastores se equivocan en sus interpretaciones, claro está, sin juzgarlos, pero lo que debemos hacer es ir a la palabra y verificar la verdad y… Leer más »

Moise
Moise
4 años atrás

muy buena gracias x su ayuda

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