¿Seremos todos los cristianos Reyes y Sacerdotes?

¿Seremos todos los cristianos Reyes y Sacerdotes?
Por: Rafael Monroy
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maginemos un país en donde todos los habitantes fueran presidentes de la república, o todos los habitantes de un pueblo fueran sus alcaldes, o que todos los empleados de una empresa quisieran ser jefes y ninguno empleado. ¿Puede imaginar tal locura? Sin embargo, es común escuchar en los diferentes ámbitos cristianos que todos los creyentes seremos Reyes y Sacerdotes en el Reino de Dios. En este estudio analizaremos este tema, porque considero importante que los cristianos sepan cuáles deben ser sus expectativas respecto al Reino de Dios y las acciones que deben tomar para alcanzarlas.

Las creencias y dogmas de fe en algunas congregaciones, aunque bien intencionadas, en muchas ocasiones no están fundamentadas en la palabra de Dios. Por ejemplo, algunos movimientos religiosos fueron instaurados por líderes carismáticos que tuvieron una visión o sueños que los motivaron a levantar dicha obra. Otros construyeron su imperio religioso basándose en engaños, y algunos, en la plena certeza de que eran guiados por Dios. La mayoría cree, sin lugar a dudas, que su obra está respaldada por Dios porque ha crecido, colectan una gran cantidad de dinero en ofrendas y diezmos, y han construido uno o varios edificios para congregarse, localmente o internacionalmente. No se les pasa por la mente que pudieran estar errados, ¡en ninguna manera! Ellos tienen prueba de que están obrando conforme a la voluntad de Dios porque sus obras siguen en pie y continúan en crecimiento.

Las prédicas y enseñanzas en sus congregaciones son, en ocasiones, basadas en creencias y costumbres de sus llamados padres espirituales. Esas doctrinas han moldeado a miles, o quizá a millones de cristianos que estaban ansiosos de recibir palabra de Dios. Ahora esas personas tienen en su mente la convicción de que serán raptadas en cualquier momento, que no debemos hacer obras a los pobres, ayudar al necesitado, y mucho menos que debemos padecer por Cristo. Algunos cristianos creen que, aunque pequen constantemente, su salvación y su relación con Dios no serán afectadas. Para ellos, todos los cristianos somos salvos y siempre seremos salvos, no importando lo que hagamos.

Sin embargo, la escritura dice que los que pecan son hijos del diablo. “El que practica el pecado es del diablo, porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo” 1 Juan 3:8. Si la palabra de Dios dice que la fornicación es un pecado muy grave, no debemos “razonar” si debemos o no fornicar; simplemente debemos obedecer, porque infringir esa ley traerá consecuencias eternas. Pecar es desobedecer los mandamientos de Dios, no importa cuál mandamiento sea, pero no solo eso, también la palabra de Dios dice que pecar es dejar de hacer lo bueno. “Y al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado” Santiago 4:17.

Juan nos dice que no solo debemos obedecer los mandamientos de Dios, sino que debemos hacer las cosas que son agradables a Dios. En 1 Juan 3:22, la escritura dice: “Y cualquiera cosa que pidiéremos, la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos las cosas que son agradables delante de él”.

De manera que al cumplir sus mandamientos y esforzarnos por agradarlo, podemos alcanzar un premio o galardón, el cual Dios entregará a cada uno conforme a su esfuerzo. “He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra” Apocalipsis 22:12. Muchos líderes predican que todos los cristianos somos iguales delante de Dios y que él nos trata de igual manera a todos. Sin embargo, la declaración anterior confirma que no es así. Él viene a premiar a cada uno SEGÚN la obra de cada uno, lo que indica que no todos somos iguales delante de Dios; la diferencia de cómo nos tratará Dios en cuanto a castigos y recompensas la hacemos nosotros.

La Biblia dice que Dios no hace acepción de personas. Vea Hechos 10:34, Romanos 2:11, Gálatas 2:5-7, Efesios 6:9, Colosenses 3:2, Santiago 2:1 y Santiago 2:9. En 1 Pedro 1:17 dice: “Y si invocáis por Padre a aquel que sin acepción de personas juzga según la obra de cada uno, conducíos en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación”. No hacer acepción de personas significa que Dios no excluye a nadie. Por el contrario, hacer acepción de personas significa que excluye a alguien de algo. Aquí la escritura dice claramente que Dios no excluye a nadie tanto de la oportunidad de ser salvos y vivir eternamente, como tampoco exceptúa a nadie del juicio en el día postrero, donde tanto cristianos e inconversos darán cuenta de todas sus obras. Pedro entonces está diciendo que Dios juzga sin favoritismos a las personas según lo que hacen. Repito de nuevo, Dios nos va a juzgar.

Pablo escribió una carta a los hermanos en Roma y les explica que la ira de Dios viene sobre todo hombre, no importa si es judío o gentil; Dios castigará, como recompensará a los hombres, no importando si son judíos o gentiles, si son cristianos o inconversos. En el día del juicio, todos los hombres vamos a rendir cuentas por todas nuestras obras.

Todos los seres humanos, sin excepción, seremos juzgados por Dios. En ese juicio, condenará como recompensará a cada uno según sus obras. En Romanos 2:4-11, Pablo nos explica la justicia de Dios:

“Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, el cual pagará a cada uno conforme a sus obras: vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria, honra e inmortalidad, pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia; tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo, el judío primeramente y también el griego, pero gloria y honra y paz a todo el que hace lo bueno, al judío primeramente y también al griego; porque no hay acepción de personas para con Dios” Romanos 2:4-11.

El juicio de Dios alcanzará a todos los hombres, no solo a los inconversos, como muchos creen. Tanto Pablo, como el escritor del libro de los hebreos, le escriben a la iglesia de Dios, o sea, a los cristianos evangélicos, para anunciarles que Dios es justo y no dejará a nadie fuera de sus juicios. Tanto condenará como recompensará al judío, griego o gentil. Todos seremos juzgados con ecuanimidad.

No entiendo cómo es posible que los cristianos modernos ignoren la palabra de Dios y piensen que la iglesia está exenta del juicio. El escritor del libro de los Hebreos 9:27 confirma que los hombres debemos y seremos juzgados por Dios. “Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio”.

El Padre se agrada de que sus hijos sean obedientes, lo honren y cumplan con sus mandamientos. Cualquier esfuerzo por cumplir con su voluntad será recompensado cuando Jesús regrese a establecer su Reino en la tierra. Colosenses 3:23-25 dice: “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís. Mas el que hace injusticia, recibirá la injusticia que hiciere, porque no hay acepción de personas”.

Todas nuestras obras, buenas o malas, traen consecuencias. Lo bueno que hacemos para el Señor trae recompensa en la herencia, y castigo si hicimos injusticia. Cada buena obra que hagamos a favor de Dios y de sus siervos no quedará sin recompensa. Mateo 10:41-42 dice: “El que recibe a un profeta por cuanto es profeta, recompensa de profeta recibirá; y el que recibe a un justo por cuanto es justo, recompensa de justo recibirá. Y cualquiera que dé a uno de estos pequeñitos un vaso de agua fría solamente, por cuanto es discípulo, de cierto os digo que no perderá su recompensa”.

Si hacemos a sus siervos una buena obra, por muy pequeña que parezca, Dios nos recompensará. Pero debemos poner atención a este detalle. Dios se refiere a “SUS PROFETAS Y SUS DISCÍPULOS”, no de todos los que dicen ser siervos de Dios y no lo son; por lo tanto, no se refiere a recompensas por seguir a falsos profetas y apóstoles que dicen representar a Dios, y obran conforme a Satanás. De manera que todo lo bueno que hagamos a nuestro prójimo, manteniéndonos en rectitud y santidad, tendrá su recompensa en los cielos. Si hacemos lo contrario, lo único que nos espera es el justo pago por nuestra desobediencia.

La carrera de la Fe es una carrera de Maratón

La carrera del cristiano frecuentemente se utiliza para referirse a la constancia o perseverancia en la doctrina de tal o cual denominación; ellos hacen énfasis en la asistencia a las reuniones aduciendo que no debemos dejar de congregarnos. Para algunas congregaciones, la carrera de la fe se reduce a la asistencia al local donde se reúnen.

Los líderes en esas congregaciones se autodenominan tu cobertura espiritual o tu autoridad inmediata; ellos toman en sus hombros la responsabilidad de dirigir tu vida espiritual y la de toda la membresía de la congregación. Pero no solo eso, también determinan qué clase de cristiano eres tú. Evalúan tu estatura espiritual usando algunos parámetros, por ejemplo, si eres fiel asistente a las reuniones entre semana y, especialmente, si asistes al culto dominical. Si diezmas y ofrendas sin falta, obtienes puntos adicionales, los cuales incluso te permiten ser llamado fiel en lo poco y, por lo tanto, apto para ejercer algún puesto de autoridad dentro de la congregación, tales como recoger las ofrendas o recibir a los asistentes con un apretón de mano y un abrazo. Todo esto con la condicionante de respetar y cumplir al pie de la letra todos los cánones de la organización.

Ellos, los líderes, se convierten en tus jueces, puesto que están determinando, por aspectos puramente externos, qué clase de cristiano eres tú. Es así como un hombre, o un grupo de hombres, determinan quién es buen o mal cristiano.

Ahora, si consideramos las carreras de algunos hombres de fe que no caminaron en base a los estándares de la religión, sino en base a la voluntad de Dios, veremos algunos cambios significativos en su forma de vivir la vida en términos religiosos. Tomemos como ejemplo la vida de un hombre de fe, cuyo ministerio fue nada menos que anunciar la llegada del Mesías prometido. Dicho ministerio, aunque fue uno de los más cortos en la historia, fue efectivamente uno de los más poderosos de todos los tiempos. Jesús se refirió a él como el más grande de todos los hombres nacidos de mujer.

“Os digo que, entre los nacidos de mujeres, no hay mayor profeta que Juan el Bautista; pero el más pequeño en el reino de Dios es mayor que él” Lucas 7:28. Ahora bien, si evaluamos el ministerio de Juan el Bautista con los parámetros modernos, podríamos considerarlo un fracaso ministerial, puesto que nunca construyó un local donde funcionara su “iglesia”; tampoco estableció un instituto bíblico ni ayudó a construir un orfanato ni nada semejante.

También consideremos que Juan el Bautista comenzó su ministerio desde su infancia, aunque éste no fuera conforme al estereotipo de la época. Aunque ya existían escuelas bíblicas donde preparaban a los sacerdotes y a líderes religiosos como Pablo, Juan decidió no asistir a ninguna de ellas y prefirió tomar el voto del Nazareato que Dios había asignado para él. Lucas 1:15 dice: “Porque será grande delante de Dios. No beberá vino ni sidra, y será lleno del Espíritu Santo, aun desde el vientre de su madre”.

Juan el Bautista fue guiado por el Espíritu Santo; creció apartado del mundo, vivía en una cueva en el desierto hasta la edad de los 30 años. En la actualidad, muchos calificarían a Juan como un loco ermitaño o el líder de alguna “secta fanática”. No existen registros de lo que Juan el Bautista hizo durante su juventud; la palabra de Dios solo menciona que vivía en el desierto y que comía miel silvestre y langostas. Mateo 3:3-5. Se presume que antes de su aparición pública, nunca hizo algo sobrenatural o diferente a lo establecido hasta esa época.

Los años que Juan permaneció en el desierto fueron el tiempo que Dios utilizó para forjar su carácter; él simplemente esperó el momento en que Dios lo llamara para comenzar su ministerio. En nuestro tiempo, esa forma de vida sería considerada una pérdida de tiempo, algo estéril que no produce frutos conforme a los estándares modernos. Juan no necesitaba las cosas que podrían considerarse esenciales para un ministerio pastoral, puesto que la presencia del Espíritu Santo era suficiente y se manifestaba de manera poderosa en él, algo que no se había experimentado en el pueblo de Israel por mucho tiempo.

Bastó menos de un año para que Juan atrajera a multitudes arrepentidas de sus pecados y preparadas para recibir al Mesías prometido. El poder de Dios se manifestaba en la presencia y en las palabras que salían de la boca del ermitaño, quien nunca asistió a un seminario teológico o a alguna Universidad cristiana, nunca se graduó de pastor ni de profeta, no tenía credenciales que lo facultaran para manejar una congregación y nunca se congregó en un local hecho de piedras. Para graduarse en la escuela de Dios, culminó su corta carrera cuando le cortaron la cabeza.

Si lo ponemos en perspectiva y si él hubiese asistido a cualquier denominación moderna, estoy seguro de que tampoco se adaptaría a ninguna de ellas. Sería un “inadaptado” y un “divisionista” que no se conforma con las prédicas de su pastor. Juan sería considerado un rebelde que no se somete a sus autoridades, y si hubiese vivido en el siglo XXI, lo podrían haber expulsado de más de una congregación. Juan sería considerado un hereje o quizá un endemoniado, puesto que insultaba a sus autoridades llamándolos: “generación de víboras” Mateo 3:7, Lucas 3:7. Tampoco dejaba de llamarlos “Hipócritas” y “sepulcros blanqueados”.

Además, si consideramos la corta carrera de Juan el Bautista comparada con el “éxito” que ha alcanzado algún famoso predicador en 40 años de ministerio, quien se jacta de haber predicado el evangelio en todas partes del mundo, que ha conocido a los más altos dignatarios, que ha cenado con los más influyentes hombres de negocio, que ha establecido ministerios en todas partes del mundo, que viaja en jet privado y que cuenta con una membresía de varios miles de personas, sin duda, Juan el Bautista sería considerado como un fracaso y un falso profeta. ¿Qué piensa usted?… ¿Recibiría a un total desconocido cuyas palabras impactan lo más profundo de su corazón, revelan su pecado y podrían ofenderlo, pero en el fondo sabe que es verdad? ¿O lo vería de reojo, desconfiado y creyendo que es uno de esos fanáticos religiosos que surgen todos los días y lo rechazaría? ¿Cuál sería su actitud?

A lo mejor, miles creerían que es un enviado de Dios y otros tantos lo considerarían un fanático religioso. El problema radica en valorar el ministerio de una persona, o la vida misma de esa persona, según los estándares del mundo. Si tiene muchos seguidores, es un líder. Si tiene dinero, es un triunfador. Si ha conseguido lo que quiere, es un hombre de éxito. Jesús dijo que Juan el Bautista fue el más grande profeta que ha existido. ¿No son suficientes credenciales? ¿Acaso no es más importante la opinión de Dios que la de los hombres?

Las escrituras enseñan parámetros muy distintos para los siervos de Dios. Veamos los siguientes versículos que muestran el ejemplo de cómo debe ser un verdadero siervo de Dios. Hebreos 11:32-40 dice: “¿Y qué más digo? Porque el tiempo me faltaría contando de Gedeón, de Barac, de Sansón, de Jefté, de David, así como de Samuel y de los profetas; que por fe conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron promesas, taparon bocas de leones, apagaron fuegos impetuosos, evitaron filo de espada, sacaron fuerzas de debilidad, se hicieron fuertes en batallas, pusieron en fuga ejércitos extranjeros. Las mujeres recibieron sus muertos mediante resurrección; más otros fueron atormentados, no aceptando el rescate, a fin de obtener mejor resurrección.

Otros experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles. Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados; de los cuales el mundo no era digno; errando por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra. Y todos éstos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido; proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros”.

Las carreras de muchos de estos hombres, al igual que la de Juan el Bautista, terminaron en muertes trágicas y violentas; sin embargo, alcanzaron buen testimonio “DELANTE DE DIOS”. Irónicamente, estos hombres de Dios fueron SIEMPRE despreciados y perseguidos por la humanidad. ¿No le parece contradictorio? Los hombres ven a los siervos de Dios como una amenaza y procuran acallarlos; muchos fueron torturados y muertos únicamente por seguir las órdenes de Dios.

En base a estos ejemplos, reflexionemos por un momento y preguntémonos… ¿qué hicieron estos hombres de Dios que nosotros no estamos haciendo? ¿Podríamos considerarnos semejantes a ellos? ¿Cree usted que algún día llegaremos a ser como alguno de ellos? Podríamos decir como el apóstol Pablo: “y pienso que en nada he sido inferior a aquellos grandes apóstoles” 2 Corintios 11:5. Todos los cristianos hemos sido llamados por Dios para hacer su obra en la tierra. TODOS absolutamente, tenemos una labor que desempeñar en el Reino de los cielos; por lo tanto, no existe división entre los Laicos y los ministros, puesto que TODOS nosotros fuimos establecidos por Dios para ser ministros competentes en este nuevo pacto, de acuerdo a 2 Corintios 3.

La carrera del cristiano no tiene nada que ver con la asistencia, constancia o perseverancia a una congregación, mucho menos con la fidelidad hacia algún líder carismático. La carrera del cristiano es llevar nuestra vida por el camino de la verdad, aunque esto implique contradecir al mundo, y en especial, a la misma iglesia cristiana. Cuando sea revelada la voluntad de nuestro Padre celestial a toda la cristiandad, podremos entender que la “carrera del cristiano” es caminar en justicia y verdad, apegados a los preceptos divinos, no a la declaración de fe de nuestra congregación.

El resultado lógico de vivir una vida cristiana cuyo modelo sea Jesucristo y sus apóstoles producirá amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza, puesto que ellos fueron guiados por el Espíritu Santo y manifestaron todas esas virtudes. Nuestra meta debe ser aferrarnos al único evangelio del Reino predicado por Jesús y sus apóstoles, no mirar a la izquierda o a la derecha, sino mantener la mirada firme en el Hijo de Dios, no importando las consecuencias que, estoy seguro, van a llegar.

No todos los cristianos serán Reyes y Sacerdotes

Millones de creyentes siguen pensando que cuando mueran pasarán a la presencia del Señor, caminarán por las calles de oro y se sentarán en tronos como Reyes y Sacerdotes. Si bien es cierto que la escritura menciona que Dios hará para sí Reyes y Sacerdotes, no significa que “todos” los cristianos estaremos en esa categoría. Este linaje santo está siendo gestado en los cristianos a través de la iglesia. En pocas palabras, la iglesia de Dios, la verdadera iglesia del Señor, está embarazada, esperando el momento de dar a luz a los hijos de Dios que serán semejantes al primogénito.

Esto lo podemos apreciar muy claramente en la iglesia del primer siglo, ya que los discípulos eran tan parecidos a su maestro que la gente del mundo reconocía que ellos habían estado con Jesús y los empezaron a llamar cristianos. Hechos 11:26.

La medida o el estándar de Dios es su Hijo Jesucristo, así que todos los creyentes somos llamados a alcanzar la estatura del varón perfecto; todos somos llamados a ser semejantes a Cristo en todos los aspectos. Efesios 4:12-14.

Dios no se conforma con menos que perfección, y eso es lo que demanda de sus hijos. Para alcanzar el privilegio de ser Reyes y Sacerdotes, los primeros cristianos cumplieron ciertos requisitos que todos nosotros debemos cumplir también. Veamos algunos:

  1. La elección de Dios

Aunque suene muy duro, la verdad es que estar en el grupo de Reyes y Sacerdotes no depende de lo que hagamos o de cuánto lo deseemos, sino de si somos elegidos por Dios o no. De manera que si Dios no nos ha escogido por el puro afecto de su voluntad, nunca podremos entrar en ese grupo privilegiado. Porque muchos son llamados, y pocos escogidos.” Mateo 22:14.

El primer requisito para llegar a ser Rey o Sacerdote es que Dios nos haya elegido. La elección de Dios no es conforme a los parámetros del mundo. Como lo dijimos anteriormente, el cristiano evalúa a un siervo de Dios conforme a los éxitos alcanzados o si éste trae consigo credenciales de algún seminario que lo autoriza como ministro del Señor.

Sin embargo, Dios mira lo profundo del corazón del hombre y no sus capacidades o títulos. Y Jehová respondió a Samuel: No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón.” 1 Samuel 16:7.

La tarea de elegir a los Reyes y Sacerdotes le corresponde exclusivamente a Dios. Nosotros no podemos influir en la elección de Dios de ninguna manera, pero tampoco sabemos si somos elegidos hasta que lleguemos a conocer a Dios y su voluntad, de tal manera que podamos exclamar como Pablo: …me está guardada la corona de justicia…” 2 Timoteo 4:8.

Todos los hombres y mujeres que Dios ha elegido fueron tomados desde antes de la fundación del mundo. Son seres especiales por la elección de Dios, porque Él es quien los capacita, los moldea conforme al carácter de su Hijo Jesucristo y los lleva a través de la prueba para que sean afinados como el oro.

Estos hombres no son más altos ni más hermosos que los demás, pero llevan en su interior la imagen de su Padre que está en los cielos. Estos seres, que se confunden entre los demás, pasan desapercibidos, pero serán coronados de gloria y majestad tal como Jesús lo hizo.

Estos elegidos fueron predestinados por Dios para heredar todas las cosas junto con su Hijo primogénito. Jesucristo es el primero de muchos hermanos que compartirán la vida en sí mismos y tendrán la facultad de regir las naciones. Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó.” Romanos 8:28-30.

Nadie sabe en qué posición estará ni cuánto poder le será entregado, pero la escritura dice que seremos semejantes a Él. Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es.” 1 Juan 3:2.

  1. La capacitación de Dios

Los hijos de Dios pasaron por todo tipo de situaciones que les sirvieron para formar su carácter y demostrar con hechos su amor, entrega y confianza en Dios. Tuvieron que sufrir desde la ofensa verbal hasta la muerte violenta, enfrentando peligros y circunstancias sumamente difíciles, que pensándolo bien, resultan extrañas, puesto que si estos hombres eran conforme al corazón de Dios, la lógica humana nos dice que debió ser todo lo contrario. Después de todo, se predica en la actualidad que los hijos de Dios deben ser prósperos y que deben gozar de las abundantes bendiciones del Padre celestial.

Por el contrario, cuando un cristiano no posee bienes materiales y las cosas parecen irle de mal en peor, piensan que es debido a algún pecado oculto que lo mantiene atado. Suponen que la pobreza, la enfermedad y la aflicción no deben ser normales entre los cristianos, sin considerar que toda la Biblia dice que los hijos de Dios han sido puestos para ser semejantes a su Hijo, y de la manera que él padeció, nosotros también debemos padecer.

Pablo se “GOZABA” en las circunstancias difíciles; él comprendió que la única forma de alcanzar la gloria de Dios es a través de los padecimientos. “Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte. Me he hecho un necio al gloriarme; vosotros me obligasteis a ello, pues yo debía ser alabado por vosotros; porque en nada he sido menos que aquellos grandes apóstoles, aunque nada soy.” 2 Corintios 12:9-11.

¿Porque Dios permitió que siervos como David, Isaías, Job o Pablo sufrieran injustamente?… ¿Es acaso que Dios ama más a los cristianos modernos que a los de la antigüedad?… ¿Por qué un Padre de amor deja que sus hijos sufran?

Estas preguntas son difíciles de responder desde el punto de vista humano, puesto que no caben en la lógica; parecen locuras que no tienen explicación. No comprenden que cuanto más atribulados fueron estos hombres, más agradaron a Dios. La persecución, la angustia y la necesidad son parte de la formación de todo siervo fiel.

Tomemos como ejemplo a José, cuyos hermanos pretendían asesinarlo, pero que en un acto de misericordia lo vendieron. Después de muchos años de prisión y desaliento, fue exaltado por Dios a una posición que, al final, resultó ser de bendición para aquellos que pretendieron hacerle un mal.

Podemos citar muchos ejemplos como Daniel, Jeremías, Jonás, Isaías y muchos más que hoy son considerados como “verdaderos” siervos de Dios. Pero en su momento, fueron tratados como criminales y malhechores. Aquellos que no conocen a Dios no alcanzan a entender por qué él permitió que estos hombres sufrieran al grado de perder sus vidas. Estos falsos maestros no conocen cuál es la forma en que Dios trabaja porque nunca le han conocido; ellos rebosan de títulos universitarios y de conocimiento escatológico, pero no conocen el plan de Dios para sus hijos.

Evalúan al cristiano según la medida del mundo, sin considerar que la aprobación de Dios es la única que cuenta. Aún no se dan cuenta de que el cristiano debe ser probado como el oro, y que las necesidades y privaciones son parte de esa preparación.

El Padre quiere formar el carácter de su hijo Jesucristo en su Iglesia, y esto lo hará de la misma manera que lo hizo con su unigénito hijo, esto es, por medio de la tribulación. “Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.” Romanos 8:17.

El tipo de padecimientos de los que habla Pablo son exactamente los mismos que TODOS los apóstoles y discípulos sufrieron; no se trata de los padecimientos que todos los seres humanos pasan en su vida, como pagar la renta, problemas familiares, la muerte de un ser querido, quedarse sin trabajo o por enfermedad, sino de sufrir por predicar el verdadero evangelio del Reino y por hacer el bien. “Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos.” Mateo 5:10.

Padecer persecución por hacer el bien y por predicar las buenas nuevas de salvación es diferente a padecer persecución por ser un delincuente. Un cristiano que ha cometido un crimen debe ser perseguido por la justicia para que pague por sus crímenes.

Cuando eres justo y padeces persecución, eso es agradable a Dios, lo cual no debería ser algo sorprendente, puesto que Cristo lo advirtió y lo enseñó a sus apóstoles. “Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría. Si sois vituperados por el nombre de Cristo, sois bienaventurados, porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre vosotros. Ciertamente, de parte de ellos, él es blasfemado, pero por vosotros es glorificado. Así que, ninguno de vosotros padezca como homicida, o ladrón, o malhechor, o por entremeterse en lo ajeno; pero si alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino glorifique a Dios por ello.” 1 Pedro 4:12-16.

Dios prepara a sus hijos por medio de las tribulaciones. Contrario a la mentalidad del mundo, estas situaciones sirven al cristiano para alcanzar la estatura de Cristo. En ninguna manera el método de Dios está equivocado. Los verdaderos siervos de Dios fueron y serán preparados de la misma forma, porque él no ha cambiado y nunca lo hará.

Si Dios te ha elegido como Hijo, ten por seguro que también pasarás por circunstancias muy difíciles. “Porque el Señor al que ama, disciplina, Y azota a todo el que recibe por hijo. Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos.” Hebreos 12:6-8.

Son necesarias las obras para agradar a Dios

Ya hemos dicho que el primer paso hacia el Reinado y Sacerdocio es, en primer lugar, la elección de Dios. Luego, la preparación de Dios de aquellos que eligió por medio del Espíritu Santo, para que por medio de él sean perfeccionados y alcancen las promesas. Estos dos puntos mayoritariamente le corresponden a Dios cumplirlos, como parte del pacto que él mismo ha establecido con los hombres. Pero ahora veremos la parte del pacto que corresponde a los hombres.

Un pacto se define como: “Concierto o tratado entre dos o más partes que se comprometen a cumplir lo estipulado,” de modo que un pacto, cualquiera que sea, nunca puede ser unilateral, siempre requiere un compromiso de ambas partes. Lógicamente la parte difícil le corresponde a Dios, tal como sucedió con el pacto que Dios hizo con Abram. “Era Abram de edad de noventa y nueve años, cuando le apareció Jehová y le dijo: Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de mí y sé perfecto. Y pondré mi pacto entre mí y ti, y te multiplicaré en gran manera.” Génesis 17:1-2. Abram debió cumplir con el requisito de ser perfecto delante de Dios; él tenía que obedecer las ordenanzas de Dios por medio de la fe, tal como lo hizo cuando estuvo dispuesto a sacrificar a su único hijo, Isaac.

El resto, es decir, hacer que Sara concibiera un hijo a la edad de 75 años, formar una nación poderosa a partir de ese único niño, entregar una tierra ocupada por varios pueblos, y después de 400 años, rescatarlos de Egipto y hacerlos prosperar en ella, correspondió a Dios.

El pacto que Jesucristo estableció también requiere de la acción de los hombres para que puedan participar en dicho pacto. “No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón; porque os es necesaria la paciencia, para que, habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa.” Hebreos 10:35.

En esta parte, es donde muchos se han equivocado y han formado una serie de doctrinas que han desviado a los cristianos por un camino diferente al trazado por Jesús. La mayoría de las congregaciones hoy en día predican que los cristianos del siglo XXI no deben hacer obras, porque dichas obras no nos van a salvar. Creen que, si dedicamos tiempo a hacer obras, es porque buscamos la salvación por obras. Algunos más radicales pueden incluso compararnos con la religión católica. La escritura a veces parece contradecirse, especialmente cuando se trata de las epístolas de Pablo.

El apóstol Pablo creó una controversia que ha afectado a la iglesia moderna, la cual no debería ser motivo de discusión, puesto que el mismo Pablo dio varias explicaciones al tema de las obras. La controversia no proviene de Pablo, sino de indoctos e inconstantes que han torcido sus epístolas, como se ve en los siguientes versículos: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.” Efesios 2:8-9. Estos son los versículos clave para decir que nosotros, los cristianos, no debemos hacer obras o creer que por hacer obras podemos llegar a ser salvos.

En primer lugar, debemos aclarar que las obras NO salvan; es Cristo quien salva.

En segundo lugar, las obras que los cristianos debemos hacer no intentan sustituir la sangre que Jesús derramó en la cruz del Calvario. ¡En ninguna manera! Estos dos elementos, la fe y las obras, no deben ser vistos como antagónicos, sino como complementarios.

Veamos lo que el apóstol Santiago dice en relación a la fe y las obras. Santiago 2:16-18 dice: “y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha? Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma. Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras.” Esta aparente contradicción entre ambos apóstoles podría llevar a muchos a pensar que debemos inclinarnos por Pablo en lugar de Santiago. Sin embargo, Efesios 2 es lo que predican los pastores en la actualidad.

La gran mayoría de los predicadores enseñan que los cristianos no debemos hacer obras para ser salvos, pero Pablo dijo lo contrario. Pablo nunca contradijo a Santiago, ni a él mismo, puesto que Pablo enseñó que debemos hacer obras para agradar a Dios. ¿Quiere decir que si no hacemos obras, nuestra fe está muerta y no seremos salvos?

Dejemos que Santiago nos siga explicando en qué consiste la fe y las obras. “¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? ¿No ves que la fe actuó juntamente con sus obras, y que la fe se perfeccionó por las obras? Y se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios. Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe.” Santiago 2:21-24.

Aquí está la clave para entender la controversia. Santiago dice que LA FE ACTÚA JUNTAMENTE CON LAS OBRAS, de modo que la fe se perfecciona en las obras.

Ahora bien, Pablo en ocasiones no se extendió en algunos temas, porque sus escritos eran epístolas, no eran libros. Esas cartas pretendían dar instrucciones y enseñanzas a personas que ya conocían su doctrina. Pablo dijo que cada uno de nosotros pagará conforme a nuestras obras. “Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, el cual pagará a cada uno conforme a sus obras: vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad,” Romanos 2:5-7.

De modo que cuando Pablo se refería a que nadie puede ser salvo por las obras, estaba haciendo referencia a las “OBRAS DE LA LEY DE Moisés,” la cual era única y exclusivamente para el pueblo de Israel. “Ya que consiste sólo de comidas y bebidas, de diversas abluciones y ordenanzas acerca de la carne, impuestas hasta el tiempo de reformar las cosas.” Hebreos 9:10. De manera que la ley de Moisés fue efectiva hasta la muerte de Jesucristo. Posterior a su muerte, las obras de la ley, que consistían en sacrificios de animales y rituales, desaparecieron y dejaron de tener valor.

De manera que Pablo, cuando decía que ningún hombre puede ser justificado por las obras, se refería a los sacrificios de animales, porque estos no podían salvar a nadie. “Ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado.” Romanos 3:20.

Otra vez más, Pablo nos confirma que las “obras” a las que se refiere no son la bondad y la misericordia hacia los demás, sino a las obras de la ley de Moisés: “Sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado.” Gálatas 2:16.

En el caso de que algún cristiano no lo sepa, déjeme decirle que la Ley de Moisés en ningún momento fue establecida para los pueblos gentiles, es decir, si usted NO es israelita, la ley de Moisés no es para usted.

Y para aquellos que son israelitas, de padres israelitas y que posiblemente hayan nacido en Israel, les digo: aunque construyan un tercer templo en Jerusalén, que en lo personal, creo que nunca se construirá, y aunque tengan toda la tribu de Leví reunida, y hayan ungido al sumo sacerdote, o si acaso tengan 100 vacas rojas perfectas y listas para ser sacrificadas, y si pudieran sacrificar a esos animales, solo servirán para hacer hamburguesas, porque Dios no aceptará esos sacrificios. Porque nadie podrá ser justificado por las obras de la ley. Es más, esos sacrificios serán abominación a Jehová, porque al creer que la sangre de los animales puede perdonar pecados y justificar al hombre, es tener por inmunda la sangre del Hijo de Dios y su sacrificio.

Entonces, ¿cuáles son las obras por las cuales seremos juzgados?

Cada una de nuestras obras, sean buenas o malas, son registradas en libros que serán abiertos el día que el Señor juzgue a todos los hombres. Aunque muchos tratarán de justificarse delante de Dios diciendo que no lo sabían o que su pastor les enseñó algo diferente, eso no bastará para evitar las consecuencias, puesto que la voluntad de Dios está escrita en la Biblia y al alcance de todos. “Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis. Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber.” Mateo 25:40-42.

¡Esas son el tipo de obras por las cuales seremos juzgados!

Todos los cristianos seremos juzgados por las obras que hagamos; en ninguna manera podemos evadir esta ley de Dios, puesto que él mismo la estableció. La escritura dice que la recompensa dependerá de las obras que hagamos, esta es la parte que nos corresponde a nosotros los cristianos. Dios desea que sus hijos lo glorifiquen mostrando al mundo la compasión, el amor y la misericordia hacia los hombres, de la misma manera que Jesucristo lo hizo. “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.” Mateo 5:16.

Absolutamente todo lo que el hombre haga tendrá repercusión en la eternidad, especialmente para los cristianos, de modo que la posición que alcancemos en el reino de Dios dependerá en gran parte de cuántas obras hicimos a nuestro prójimo.

Los Vencedores

Jesús dijo a sus discípulos que ellos reinarían sobre las doce tribus de Israel. “Y Jesús les dijo: De cierto os digo que, en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel.” Mateo 19:28. Esta declaración demuestra que los discípulos ya tienen un lugar de autoridad reservado en el Reino de los cielos. El Señor dijo: “os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel.” El pueblo de Israel será gobernado por esos doce reyes, que son cada uno de los apóstoles, uno por cada tribu.

Por su parte, Pablo dijo que peleó la buena batalla de la fe. “Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida.” 2 Timoteo 4:8. La corona es un símbolo de autoridad que se obtendrá únicamente perseverando en la verdad. “Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono.” Apocalipsis 3:21. Pablo dijo que debemos esforzarnos para alcanzar la corona de justicia. ¿Cómo esperamos obtener galardones sin esfuerzo?

Muchos desean obtener lugares de privilegio en el Reino de los Cielos, tal como Juan y su hermano. Mateo 20:19-21. Pero los deseos no son suficientes, porque este privilegio es para quienes alcancen la perfección.

Lamentablemente, muchos cristianos llorarán en aquel día porque desearon tener un lugar de privilegio, pero no se esforzaron en nada. Otros, quizá, lucharon mucho, se sacrificaron por sus respectivas congregaciones, batallaron por ganar almas, pero su esfuerzo estaba mal enfocado. No entendieron los fundamentos del evangelio, a pesar de sus años en la denominación a la que pertenecen. “Allí será el llanto y el crujir de dientes, cuando veáis a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros estéis excluidos. Porque vendrán del oriente y del occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. Y he aquí, hay postreros que serán primeros, y primeros que serán postreros.” Lucas 13:28-30.

Por otro lado, los líderes religiosos llorarán de ira porque verán a otros, que calificaron de PERDEDORES, sentarse en los principales puestos en el Reino de Dios; y ellos quedarán fuera porque siguieron falsas enseñanzas. Aunque escucharon la verdad, prefirieron hacerse los desentendidos, porque hacer la voluntad de Dios requiere valor, y la mayoría de líderes cristianos son cobardes. No tomaron como ejemplo a los primeros cristianos que defendieron su fe con valentía, fueron perseguidos, maltratados y muchos fueron asesinados, pero alcanzaron un lugar de privilegio en el reino de los cielos.

Así que, si deseas ser un rey o sacerdote en el Reino de Dios, debes alcanzar la estatura del varón perfecto. Corre tu carrera de la fe apegado a las escrituras, no a las ordenanzas de un líder flojo y mentiroso. Procura llegar al final de tus días siendo aprobado por Dios, no por los hombres. Quizá Dios te conceda el privilegio de participar de la primera resurrección. “Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años.” Apocalipsis 20:6.

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