El catolicismo, por ejemplo, cree que Jesús se representa en estatuas de piedra o madera y que se complace en las penitencias que los devotos le ofrecen. El cristiano evangélico, en cambio, no adora imágenes, pero considera a Jesús como un “amigo de confianza” al que puede acercarse para pedirle lo que desee. Gran parte de los cristianos cree en un rapto pre-tribulacional, mientras que otros piensan que ocurrirá después de la gran tribulación. Algunos líderes exigen que las mujeres usen velo, mientras que otros permiten que se corten el cabello. Así, las creencias de cada grupo varían dependiendo de quién fundó la religión o denominación; en realidad, lo que se practica en las diferentes congregaciones hoy en día es lo que el fundador “creyó” que era el culto correcto.
Los seguidores de estos líderes continúan siguiendo sus enseñanzas sin cuestionarlas, ya que, según ellos, esa es la voluntad de Dios. Algunos de estos dirigentes incluso dejan instrucciones precisas sobre la forma y los dogmas que sus seguidores deben cumplir. Ninguno de ellos, incluidos los predicadores, considera que actúa en contra de la voluntad de Dios; por el contrario, cada uno cree que ha recibido una “visión diferente” de Dios. Consideran que la diversidad de sectas, creencias y cultos actuales es prueba de la voluntad divina, sin asumir en ningún momento que podrían estar en un error.
De alguna manera, asumen que la existencia de múltiples denominaciones cuenta con la aprobación divina, ya que muchas de estas organizaciones prosperan: algunas poseen sus propios locales, otras han abierto escuelas para sus hijos, y muchas han crecido de unos pocos miembros a cientos o incluso miles. Estas señales refuerzan la confianza de los miembros en la organización, pues interpretan el “éxito” alcanzado como prueba de que Dios está presente, guiando la vida espiritual de toda la congregación a través de sus líderes. Así, los dirigentes se convierten en los portavoces de Dios, y los miembros obedecen sin cuestionar todo cuanto les indiquen.
La mayoría de las denominaciones alrededor del mundo se apegan esencialmente al concepto y a la “visión” de su líder para definir su culto y devoción a Dios. En pocas ocasiones el cristiano cuestiona lo que su líder predica, y mucho menos indaga en las Escrituras para verificar si lo que dice desde el púlpito está realmente en contexto. ¿Cómo osaría un cristiano común contradecir al “famoso siervo de Dios”? ¿Acaso no es él el elegido por Dios para llevar Su palabra al pueblo? Esta situación llena de confusión y, ciertamente, de temor a muchos cristianos que, al estudiar la Biblia, descubren que muchas de las palabras de su líder no están respaldadas por ella. Sin embargo, se abstienen de comentar algo porque piensan que sería un acto de deslealtad hacia su pastor y una rebeldía contra Dios.
En casi todo el mundo, el concepto generalizado es que, si un pastor está en el púlpito, es por la voluntad expresa de Dios; por lo tanto, todo lo que enseña se considera cierto. Incluso cuando las doctrinas de dicho predicador son meramente conceptos humanos y no divinos, el pueblo cristiano experimenta cierta “resignación” al creer que ninguna iglesia es perfecta. Por ello, muchos reciben la enseñanza sin cuestionarla ni objetarla. Otros cristianos, deseosos de conocer la verdad, intentan informar a sus pastores que tal o cual enseñanza no es verídica. Sin embargo, se encuentran con la dura realidad de que sus líderes no están dispuestos a aceptar enseñanzas que provengan de sus propios miembros. Aun así, los retienen en la congregación porque representan una parte de los ingresos y, en consecuencia, de su propio salario.
De esta manera, muchos pastores retienen a las ovejas que buscan mejores pastos mediante comentarios amenazantes desde el púlpito. Les advierten que salir de esa congregación los hará presas fáciles del Diablo o que cambiar de iglesia es un acto de deslealtad e inestabilidad espiritual. Además, muchos dedican gran parte de sus sermones al tema del diezmo, incentivando así a quienes no diezman regularmente para que lo hagan. Estos líderes religiosos buscan tener personas con una “mente de oveja,” que acepten sus doctrinas sin condiciones y los sigan incondicionalmente.
Por otro lado, el cristiano teme que, si abandona ese ambiente, perderá su salvación y sus amistades. No puede imaginarse salir de su grupo religioso, aunque sepa que su vida espiritual y su relación con Dios están estancadas. Prefiere amoldarse al “sistema” antes que buscar la verdad. En ocasiones, cuando alguien estudia la Biblia bajo la guía del Espíritu Santo y recibe una revelación, sus líderes, en lugar de aceptarla, le imponen una sanción por “rebeldía” o incluso le sugieren la puerta de salida para acallarlo. Así, muchos prefieren seguir en su rutina religiosa, “perseverando” en tradiciones humanas en lugar de buscar la voluntad de Dios.
La palabra de Dios es enviada por medio de los menos esperados
Uno de los mayores desafíos que ha enfrentado el cristianismo a lo largo de las épocas es la falta de humildad. Cuando Dios revela su palabra, suele hacerlo a los más sencillos, aquellos cuyo corazón es recto delante de Él, aunque pasen desapercibidos ante los demás. Estas personas forman parte del “remanente” que Dios ha mantenido oculto durante siglos, para manifestar la verdad de su palabra y mostrar a su pueblo lo que verdaderamente espera de sus hijos.
Dios siempre envía a su pueblo “profetas” con el propósito de unificarlo en una sola visión… SU VISIÓN… para que todos caminen en el mismo propósito. Dios desea reunirnos, tal como “la gallina junta a sus polluelos debajo de sus alas.” Sin embargo, el pueblo, “duro de cerviz e incircunciso de corazón,” rechaza a sus enviados y prefiere construir instituciones humanas llamadas “denominaciones.” Los líderes de estas denominaciones buscan ejercer autoridad sobre los demás, y así es como ninguno está dispuesto a escuchar a otro líder en términos teológicos o doctrinales; pues eso, para ellos, significaría perder su “identidad como cristiano” y, especialmente, renunciar al credo de su denominación.
La mayoría considera que entablar diálogo con otros líderes es una pérdida de tiempo, ya que ninguno está dispuesto a ceder en sus dogmas de fe. Incluso, si llegaran a pensar que la “doctrina” de sus “compañeros” en la fe cristiana es correcta y apegada a la Escritura, muchos no tendrían el valor de aceptarla por temor a las represalias de su congregación, a la que probablemente han pertenecido toda su vida.
Aceptar una enseñanza diferente podría llevarlos a perder su empleo como pastores, provocar el abandono de miembros y ver cómo sus creencias se desploman. ¿Qué dirían sus padres, hermanos o líderes si dejaran de pensar como ellos? Contradictoriamente, si un líder o pastor cree haber recibido “algo” de Dios, sea a través de otra persona o por revelación propia, al tratar de enseñarlo en su congregación, lo único que podría lograr es dividir aún más el cuerpo de Cristo en lugar de unirlo. Este ciclo se convierte en un proceso interminable de “revelaciones” y divisiones que distancian cada vez más la verdadera Palabra de Dios de las multiformes corrientes denominacionales.
Sin embargo, existe una forma correcta de adorar a Dios, y es precisamente la que Él ha escogido. Esta difiere sustancialmente de muchas de las modernas formas de culto, algunas de las cuales son practicadas por ciertas congregaciones sin siquiera ser conscientes de ello.
La verdadera y correcta manera de adorar a Dios está registrada en el Nuevo Testamento, en las ordenanzas de Jesús tal como los discípulos las entendieron y pusieron en práctica. Estos hombres, cuya preparación académica era escasa y cuyas mentes no estaban cargadas de filosofías y doctrinas perniciosas, fueron los instrumentos que Dios usó para continuar la misión de Jesús. No asistieron a universidades teológicas para obtener títulos de “doctor” o “pastor”; en cambio, estaban llenos del Espíritu Santo para discernir lo verdadero de lo falso.
Aceptaron la sencillez del evangelio y lo pusieron por obra, deseando agradar a Jesús aunque esto les trajera consecuencias difíciles de sobrellevar. Si buscas en las Escrituras a los hombres que Dios usó, verás que Él utilizó personas comunes y corrientes, como tú y como yo, para llevar a cabo sus planes y anunciar su palabra, mientras dejaba de lado a los “doctores de la ley.” Estos, en su soberbia, no podían humillarse para recibir la enseñanza de Dios ni aceptar que otros, menos “aptos,” gozaran del favor divino.
No existen varios evangelios, sino personas que pervierten el único evangelio
Muchos insisten en creer que el evangelio ha cambiado con el paso de los años; sin embargo, la palabra de Dios afirma lo contrario. Para el creyente moderno, resulta casi impensable que se pueda practicar el evangelio tal como se presenta en el libro de los Hechos. Aquellos que reconocen la profunda necesidad de una reforma en el interior de la iglesia cristiana evangélica suelen ser acusados de sectarios que buscan dividir las congregaciones. Sin excepción, todos los líderes religiosos están sinceramente convencidos de que adoran a Dios y cumplen Su voluntad, haciendo exactamente lo que sus superiores o fundadores les enseñaron.
No pueden aceptar algo nuevo (aunque, en realidad, no se trata de nuevas revelaciones) porque esto implicaría humillarse y abandonar lo que han creído durante toda su vida cristiana. Requiere también un cambio de vida, un nuevo comienzo, y muchos no están dispuestos a renunciar a su comodidad para atreverse a seguir lo que las Escrituras realmente ordenan.
Millones de creyentes de distintas denominaciones cristianas no pueden ni siquiera cambiar su asiento preferido en la iglesia, mucho menos renunciar a su estilo de vida tradicionalista o incluso a su pecado. Solo creen lo que aprendieron de sus líderes, pero no pueden creer en las palabras de Jesús. Por ejemplo, millones de católicos asisten a la basílica de San Pedro para escuchar a un anciano que se considera el representante de Dios en la tierra; creen sinceramente que este hombre es infalible y que cada palabra que pronuncia es como si viniera directamente de Dios, pero nunca leen la Biblia, sino que la colocan en un rincón de su casa como si fuera una reliquia. La iglesia evangélica no es la excepción, ya que confían en que sus “profetas,” “evangelistas,” “maestros” y “doctores” son quienes deben guiar su vida espiritual, y aceptan sin cuestionar “la visión” o “la revelación” de su líder como si todo cuanto él hace estuviera directamente dirigido por Dios.
Así, muchos siguen a su pastor en proyectos desmedidos porque sienten la obligación de hacerlo, aun si va en contra de la expresa voluntad de Dios. Líderes de diferentes denominaciones llevan a sus congregaciones a endeudarse para comprar un edificio más grande, instalar un canal de televisión, u otros proyectos “para alcanzar a las almas perdidas” que, en realidad, buscan aumentar el número de miembros y que sus nombres, como predicadores, sean conocidos en todo el mundo. Muchas ovejas siguen a estos líderes porque son carismáticos, porque son “buenos administradores” o porque predican con “pasión,” aunque sus discursos estén fuera de contexto.
Este tipo de cristianos desconocen las Escrituras porque su lectura bíblica se limita a un par de versículos leídos al unísono al inicio de una prédica dominical, y su oración se reduce a una “micro oración” para dar gracias por los alimentos. Los más “espirituales” dedican horas a letanías rimbombantes, tratando de impresionar a Dios con un lenguaje florido, en lugar de hacer una súplica sincera y profunda por permanecer en la verdad.
La costumbre religiosa que heredaron de sus antepasados facilita, en gran medida, que estos errores sean asimilados con mucha sutileza. Estas prácticas son difícilmente perceptibles, pero igualmente dañinas y destructoras. No perciben que están siguiendo a un hombre mortal sujeto a errores, alguien a quien Dios ha dado la oportunidad de dirigir una congregación, pero que no es superior a sus hermanos y, por lo tanto, debe también ser edificado con la enseñanza de los demás.
Por su parte, los líderes aseguran estar en la verdad y que sus enseñanzas están respaldadas por la Biblia, razón por la cual sienten que no deben cambiar nada de lo que han aprendido ni de lo que predican. Por lo general, estos hombres son colocados en sus posiciones por sus seguidores más cercanos, ya sea por la simpatía que irradian como “líderes” o por su participación activa en las actividades de la congregación. Otros llegan a ser pastores porque han “heredado” el puesto de sus padres.
Para el cristiano “laico” que asiste regularmente al culto, resulta casi imposible pensar que su pastor lo pueda llevar por un camino equivocado, pues cree que sus prédicas son la verdad. Incluso los exponentes más evidentes de herejías y falsas doctrinas cuentan con seguidores que harían cualquier cosa por defenderlos. Algunos, incluso, llegan a imitar los ademanes, el tono de voz y las expresiones de su líder; creen que, al hacerlo, están practicando el verdadero evangelio y cumpliendo “sinceramente” con la voluntad de Dios.
Millones de creyentes están convencidos de que están en lo correcto, fundamentando su fe en la creencia de que “muchos no pueden estar equivocados.” Hay quienes piensan que, por el simple hecho de ser parte de los millones que conforman su denominación o religión, su culto a Dios es el verdadero.
Así, cada persona que profesa una religión puede sentir orgullo de pertenecer a ella y rara vez está dispuesta a renunciar a sus tradiciones, mucho menos a renovar su mente. Sin embargo, la sinceridad, la entrega y la devoción no constituyen, en ningún caso, la verdad ni la aprobación de Dios.
Existe un solo Dios y una sola palabra
En la historia de la humanidad, solo un Dios, entre los muchos que profesan las diversas religiones, ha mostrado evidencia de su poder y misericordia. Ningún Baal, Buda, Alá o Krishna ha hecho descender fuego del cielo ni ha abierto el mar. Solo el Dios de Israel es el verdadero Dios que creó los cielos y la tierra.
Los hombres pueden corroborar, incluso mediante la ciencia, muchos de los milagros registrados en la Biblia, como el cruce del Mar Rojo o la destrucción de Sodoma y Gomorra. También pueden confirmar que la gloria de Jehová se posó sobre el monte Sinaí y la realidad de milagros de sanidad divina. Ningún líder, profeta o dios hecho por manos humanas puede hacer las obras de Jehová. De modo que, si existe un solo Dios, también existe una sola verdad, y esta se encuentra plasmada en la Biblia.
La Biblia es la única escritura antigua que habla sobre Dios de manera verificable, y es también la única que debemos obedecer, pues Él es nuestro creador. Sería insensato no creer en sus advertencias. La palabra de Dios advierte, por ejemplo, que si pecamos, nuestro destino será un lugar de tormento llamado infierno, pero si obedecemos su voluntad, Él nos resucitará y nos dará vida eterna.
La sinceridad del creyente, en todo caso, no significa que sea puro o que su forma de adoración sea agradable delante de Dios. Todo aquello que puedas aprender en una congregación y que contradiga la Escritura debe ser rechazado, aunque provenga de los predicadores más reconocidos de nuestra época. Absolutamente nada que sea diferente de lo que enseña la Biblia es digno de ser aceptado como proveniente de Dios.
“Desechando, pues, toda malicia, todo engaño, hipocresía, envidias, y todas las detracciones, desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación, si es que habéis gustado la benignidad del Señor.” 1 Pedro 2:1-3.
La leche espiritual pura es la palabra de Dios no modificada o adulterada
Esta es la razón fundamental por la cual existen tantas religiones o denominaciones. Cada una modifica, es decir, adultera la palabra de Dios, mezclándola con perspectivas humanas y transformándola a través del entendimiento racional para producir “algo” que parece cristianismo, pero que difiere en muchas formas del evangelio bíblico. Si las prédicas modernas fueran realmente conforme a la voluntad de Dios, la única división que existiría sería por el idioma y la distancia, y nunca por doctrinas que claramente se apartan de las Escrituras. Porque Jesús no enseñó una cosa a unos y lo contrario a otros.
Hoy en día, es común escuchar distintos “evangelios” que intentan adaptar la palabra de Dios a los tiempos modernos. Sin embargo, Pedro nos insta a desear la palabra tal como ellos la recibieron del Señor: sin adulteración. Esto resulta difícil cuando la palabra contradice lo que el mundo ha influido en nosotros. Por ejemplo, algunos cristianos afirman que “no podemos dejar de pecar mientras estemos en la carne,” pero el apóstol Juan dice lo contrario: “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios.” 1 Juan 3:9.
Los predicadores modernos también dicen que Dios quiere que seamos ricos como Abraham, Job o Salomón; sin embargo, en el Nuevo Testamento, la forma de entrar en el Reino de los Cielos es siendo pobres. En ninguna parte se menciona que los ricos heredarán el Reino de los Cielos: “Al ver Jesús que se había entristecido mucho, dijo: ¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!” Lucas 18:24.
Si deseas conocer un poco más respecto al Reino de los Cielos, te invito a que escuches nuestro estudio titulado: El Reino de los Cielos.
Además, se nos insta a rechazar toda hipocresía y todas las obras de la carne, pues nuestros deseos son contrarios a los del Espíritu de Dios: “Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis.” Gálatas 5:17.
Es claro que quien vive en pecado, lo sepa o no, intentará justificarse diciendo que no puede dejar de pecar porque “la carne es débil.” Sin embargo, la palabra dice que quienes practican tales cosas no heredarán el Reino de los Cielos:
“Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis. Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley. Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios.” Gálatas 5:17-21.
A estas alturas, muchos rechazarán esta sencilla afirmación, pues no creen en las Escrituras sino en las doctrinas de sus líderes.
La justificación no sirve delante de Dios
Es triste saber que muchos cristianos viven “practicando” pecados como la ira, la envidia o los pleitos, y ni siquiera se dan cuenta de ello. Simplemente restan importancia a esta advertencia, pues creen que el Reino de los Cielos ya les pertenece. Sin embargo, la palabra de Dios es clara y, aunque a veces pueda parecer dura y difícil de aceptar, no es excusa para desobedecerla: “¿No es mi palabra como fuego, dice Jehová, y como martillo que quebranta la piedra?” Jeremías 23:29. Precisamente, esta es la razón por la que muchos buscan interpretaciones que se acomoden a sus deseos carnales. La mente humana se opone a la Escritura, y lo “ilógico” de Dios termina siendo rechazado por los hombres.
De esta manera, los hombres modifican la palabra de Dios, tratando de encontrarle una “explicación racional” a órdenes explícitas que, debido a sus demandas, parecen ilógicas e irracionales a sus ojos. Aunque la Biblia habla de un Dios de amor que se complace en hacer misericordia, también exige a sus verdaderos siervos santidad, disposición a los padecimientos y una renuncia voluntaria a los placeres del mundo. Desde la perspectiva del hombre natural, estos requerimientos pueden parecer incomprensibles e imposibles de cumplir.
¿Cómo puede un Dios de amor permitir que sus hijos sufran necesidades?
Sin embargo, la Biblia muestra que los héroes de la fe fueron menospreciados y maltratados únicamente por mostrar al pueblo su error y pecado. Contrariamente, los falsos profetas y los falsos maestros suelen presentar palabras alentadoras, que animan a las personas a alcanzar sus metas y deseos materiales. Proclaman “buenos augurios” como los astrólogos, atrapando la mente de millones, incluso de cristianos, con sus famosos horóscopos. Así, los ingenuos ponen sus esperanzas en las charlatanerías que leen.
“Así ha dicho Jehová de los ejércitos: No escuchéis las palabras de los profetas que os profetizan; os alimentan con vanas esperanzas; hablan visión de su propio corazón, no de la boca de Jehová. Dicen atrevidamente a los que me irritan: Jehová dijo: Paz tendréis; y a cualquiera que anda tras la obstinación de su corazón, dicen: No vendrá mal sobre vosotros. Porque ¿quién estuvo en el secreto de Jehová, y vio, y oyó su palabra? ¿Quién estuvo atento a su palabra, y la oyó?” Jeremías 23:16-18.
La responsabilidad ante la palabra de Dios
Cuando Adán pecó, intentó culpar a Eva, y ella, a su vez, culpó a la serpiente, aunque la serpiente actuó con alevosía al aprovecharse de su inocencia. A pesar de sus intentos de justificar sus acciones, Adán y Eva no fueron perdonados por Dios. Ellos solo tenían un mandamiento que cumplir, y al fallar en guardarlo, su desobediencia trajo dolor y muerte a toda la humanidad. La ley de Dios fue clara y precisa, sin excusas para desobedecerla.
De igual manera, así como la serpiente engañó en el huerto del Edén, hoy los ministros de Satanás se disfrazan como ministros de justicia, distorsionando la palabra de Dios para que el hombre crea en cualquier cosa, menos en los mandamientos explícitos de Jesús, plasmados en el Nuevo Testamento.
Jesús dijo: “Al que oye mis palabras, y no las guarda, yo no le juzgo; porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. El que me rechaza, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero.” Juan 12:47-48. Así que, cualquier excusa que intentemos presentar ante Dios para justificar nuestra ignorancia o rebeldía no servirá de nada el día en que TODOS tengamos que rendir cuentas por nuestros actos.
Por esta razón, Pedro nos exhorta a desear la palabra de Dios tal como viene, sin interpretarla para suavizar sus demandas, pues solo a través de ella alcanzaremos la salvación. Este anhelo por la verdad no debe ser comprometido por ninguna membresía eclesiástica. La verdad revelada por Dios debe prevalecer sobre cualquier amistad y sobre todo compromiso adquirido dentro de una congregación.
Si el verdadero deseo del cristiano fuera adorar a Dios en espíritu y en verdad, procuraría hacer Su voluntad tal como está escrita, sin añadirle ni quitarle nada. Esto implica un ferviente deseo de conocer la verdadera doctrina de Cristo y una mente abierta para recibir la palabra de Dios, sin importar si viene de aquellos cristianos que ha criticado durante años o de quienes, sin razón, considera enemigos.
Si el cristiano realmente deseara conocer a Dios, no transigiría con el pecado ni vendería la verdad por un puñado de monedas que lo ciegan al verdadero tesoro de sabiduría y vida eterna que se esconde en la Escritura.
Es posible alcanzar la unidad, porque así lo dice el Señor.
Todos los cristianos seremos edificados en un mismo sentir, en una sola fe, y en una sola palabra, porque esa es la voluntad de Dios. Solo cuando, como un cuerpo bien coordinado, caminemos en la unidad que produce el Espíritu Santo, y no en alianzas con los hijos de las tinieblas, llegaremos a formar parte de la “verdadera iglesia de Cristo.”
“Yo, pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos.” Efesios 4:1-6.
La unidad que proviene de Dios es la única que Él aceptará. Nada en la Escritura sugiere que algo promovido por los hombres pueda ser aprobado por Dios. Aunque los hombres formen grandes alianzas para alcanzar un fin específico, tal como ocurrió en las llanuras de Sinar cuando decidieron construir un monumento que fuera recordado por todas las generaciones, el resultado fue la confusión. Este proyecto, conocido como la torre de Babel, nos da una idea del destino que le espera a una “torre de Babel” moderna llamada “Ecumenismo.”
Te invito a que escuches nuestro estudio titulado: Ecumenismo o Alianzas Peligrosas, donde abordamos el tema del ecumenismo y cómo este movimiento está capturando la mente de muchos creyentes.
Cristo viene por una iglesia sin mancha ni arruga, no por una iglesia en el estado actual.
Como hemos dicho antes, la sinceridad al acercarse a Dios no es suficiente para agradarlo. La única manera de alcanzar la salvación está plasmada en la Biblia y en las palabras de Jesús. De modo que, si un predicador trata de suavizar o alterar en lo más mínimo lo que Cristo enseñó, debes saber que tal predicador está desechando la verdad y el fundamento del verdadero cristianismo.
“Acercándoos a él, piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, más para Dios escogida y preciosa, vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo. Por lo cual también contiene la Escritura: He aquí, pongo en Sion la principal piedra del ángulo, escogida, preciosa; y el que creyere en él, no será avergonzado. Para vosotros, pues, los que creéis, él es precioso; pero para los que no creen, La piedra que los edificadores desecharon ha venido a ser la cabeza del ángulo; y: Piedra de tropiezo, y roca que hace caer, porque tropiezan en la palabra, siendo desobedientes; a lo cual fueron también destinados.” 1 Pedro 2:4-8.
Jesús es el único camino que conduce a la vida eterna; cuando obedecemos sus mandamientos, podemos alcanzar la estatura que Él espera de nosotros. Su enseñanza, la misma de hace dos mil años, sigue siendo válida en nuestro tiempo, pues Él es el mismo maestro de siempre: “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos.” Hebreos 13:8. Solo de Cristo podemos aprender lo necesario para vivir eternamente, aunque fue rechazado por su propio pueblo, quienes cuestionaban y razonaban todo lo que enseñaba, fue apreciado por aquellos que, con corazón de niño, se acercaron a Él creyendo todo cuanto les decía.
Para todos los que hemos creído, Él y todo cuanto representa es precioso. Pero para los que no creen, la misma Escritura se convierte en una piedra de tropiezo, porque la leen pero no la creen. Les parece demasiado dura o poco adaptable al mundo cambiante en que vivimos.
Millones de cristianos nunca han conocido el evangelio del Nuevo Testamento, aunque conocen bien los rituales de la iglesia moderna. Están al tanto del último disco del cantante famoso o de la nueva película sobre el rapto, pero desconocen las consecuencias de pecar, incluso siendo cristianos. Tampoco saben qué es lo que Dios desea que hagamos como individuos y como iglesia. La excusa habitual es que “no existe iglesia perfecta” y, por lo tanto, creen que no pueden cumplir plenamente la voluntad de Dios.
Algunos esperan que Dios aparezca en una nube diciendo: “hijo mío, esto es lo que quiero que hagas.” No se han dado cuenta de que Cristo habló hace dos mil años para dar a conocer la voluntad de Dios para toda la humanidad. Aún no comprenden que no hay otra voluntad de Dios, sino la expresamente declarada por Jesús hace dos milenios, que fue escrita y que pueden encontrar en la Biblia.
Cristo viene por una iglesia sin mancha ni arruga, por una iglesia perfecta.
Muchos aún no saben que Cristo viene por una iglesia sin mancha ni arruga, ni cosa semejante; no aceptará nada menos que la perfección. El modelo de iglesia por la que vendrá está reflejado en el libro de los Hechos: una iglesia santa, pura, sin contaminación y PERFECTA, como la del primer siglo. Cualquier otro estándar que no sea la perfección es una idea humana que, en ninguna manera, representa el deseo de Dios.
Ahora bien, ¿cómo podemos llegar a ser la iglesia sin mácula que Dios requiere para su Hijo? Para nosotros, esto es imposible; pero para Dios, no hay nada imposible. Él solo espera que su pueblo crea en lo que Él hará, no en lo que nosotros queramos hacer. Nos corresponde esperar a que la nube de su Espíritu se mueva y seguirlo.
En la actualidad, vivimos en lo que muchos llaman una “nueva dispensación de la gracia.” Sin embargo, esto no es más que apostasía en su máxima expresión, ya que esta doctrina enseña a los cristianos que el evangelio ha cambiado. El dispensacionalismo fue desarrollado en el siglo XIX por John Nelson Darby, un teólogo británico. Darby formuló esta interpretación, que divide la historia bíblica en distintas «dispensaciones» o períodos en los que Dios se relaciona con la humanidad de maneras específicas y progresivas. Según Darby, cada dispensación tiene sus propias expectativas y normas, y estas revelan cómo Dios despliega su plan en diferentes épocas.
El dispensacionalismo también establece una distinción entre Israel y la Iglesia y aplica una interpretación literal a las profecías bíblicas sobre los últimos tiempos y el retorno de Cristo. Esta teología se popularizó en Estados Unidos, en gran parte gracias a la Biblia de Referencia Scofield, que incluyó notas de estudio basadas en el dispensacionalismo. La Biblia nos advierte que en estos tiempos surgirán muchos maestros que falsificarán y acomodarán la Escritura a sus propios deseos.
“También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos evita.” 2 Timoteo 3:1-5.
Estos falsos maestros argumentan que, porque vivimos en el siglo XXI y el ritmo de vida es radicalmente diferente al de hace dos mil años, el evangelio debe adaptarse al mundo moderno, en lugar de que el mundo sea transformado por el evangelio.
La distorsión de los mandamientos de Dios trae consigo condenación.
Estos maestros se enfocan en aspectos externos, como la forma de vestir, los modales y la moralidad de sus miembros. Sin embargo, la Biblia no se enfoca en envolturas exteriores como los medios de transporte, el vestuario, los entretenimientos o los medios para ganarse la vida, sino en los aspectos espirituales. Los mandamientos de Dios jamás dejan de ser. Si la Escritura dice que robar es pecado, este mandamiento será válido por toda la eternidad. Pero la Biblia no menciona que usar bigote o barba sea pecado, aunque algunas congregaciones lo interpretan de esa manera.
Hoy en día, abundan maestros que imponen “leyes de hombre” o “costumbres de antepasados” sin respaldo bíblico. Enseñan que los deleites de la vida, vivir en abundancia económica, comer en exceso, pasear, tener casas bonitas y carros de lujo son la voluntad de Dios para el cristiano moderno.
Pablo advirtió a los hermanos de Corinto que se apartaran de aquellos que, llamándose “hermanos,” viven como la gente del mundo. Estos “cristianos” abrazan sin vacilación las costumbres mundanas y las introducen en las congregaciones, presentándolas como “revelaciones” de Dios para alcanzar al mundo perdido.
“Os he escrito por carta, que no os juntéis con los fornicarios; no absolutamente con los fornicarios de este mundo, o con los avaros, o con los ladrones, o con los idólatras; pues en tal caso os sería necesario salir del mundo. Más bien os escribí que no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal ni aun comáis.” 1 Corintios 5:9-11.
Este tipo de falsos cristianos difiere de los religiosos como Saulo, quien era sincero y celoso de la palabra de Dios, aunque en su ignorancia perseguía a los verdaderos hijos de Dios. Los pecadores a los que Pablo se refiere son cristianos carnales que buscan únicamente satisfacer sus sentidos, tal como abundan en la actualidad.
Hoy, estos “cristianos” son muy populares; asisten a congregaciones que predican casi exclusivamente sobre “bendiciones económicas,” de modo que el evangelio del Reino les resulta extraño y desconocido.
Pedro nos recuerda que Dios nos ha sacado de las tinieblas a su luz admirable para que anunciemos el poder y la gloria de Jesús, guardando y enseñando a otros a guardar sus mandamientos. En ningún momento sugiere que debamos dar satisfacción a los deseos de los sentidos, como tanto promueven los fariseos modernos. Gracias a su infinita misericordia, Dios nos ha hecho parte de su pueblo para que proclamemos su santidad, su misericordia y su entrega hacia nosotros; no para que prediquemos sobre cómo “disfrutar de las abundantes bendiciones de nuestro Padre.”
¿Cómo te sentirías si alguien se acercara a ti solo por tu dinero o influencia? Dios no es un genio de la lámpara maravillosa al que podamos pedirle cualquier cosa que deseemos; Él es el Señor y debemos obedecerle.
Jesús nunca predicó sobre disfrutar de los deleites temporales de este mundo, sino todo lo contrario. Como linaje de Dios, nos corresponde a nosotros, su pueblo, ser como nuestro Creador.
“Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia. Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma.” 1 Pedro 2:9-11.
De modo que, si somos parte del pueblo de Dios, debemos ser como Él: santos.
En este mundo estamos de paso, por lo que debemos enfocar nuestras energías y nuestra mente en buscar la justicia de Dios y en cumplir su voluntad, viviendo en el Espíritu para no satisfacer nuestros deseos carnales. La naturaleza caída del hombre nos impulsa a buscar nuestra propia satisfacción, pero la Escritura nos llama a renunciar a nuestros deseos.
La palabra de Dios contradice nuestras expectativas y deseos. Así que, si escuchas un evangelio que promueve la complacencia sensorial, ten por seguro que esa palabra ha sido malinterpretada. Aunque el predicador tenga buenas intenciones, esa enseñanza no deja de ser falsa.
La palabra de Dios, enseñada por el Espíritu Santo, nos lleva al entendimiento necesario para comprender cuál es su perfecta voluntad, aunque esta vaya en contra de la corriente de este mundo: “El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida.” Juan 6:63.
Los cristianos del primer siglo y el llamado a vivir en la verdad
Los cristianos del primer siglo eran guiados por el Espíritu Santo, y esa era la razón por la cual vivían en “unanimidad y sencillez de corazón.” Mientras tanto, los religiosos de su tiempo no podían comprender cómo estos incultos pescadores y gente del vulgo podían poseer una sabiduría y un poder que, según ellos, estaban destinados solo a los «sacerdotes» y representantes de Dios en la tierra. Nunca comprendieron que el Reino de Dios no es de este mundo y que las leyes que lo rigen son distintas del modelo humano; por esa razón, los odiaban y perseguían hasta la muerte.
“Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece.” Juan 15:19 y Juan 12:25. La voluntad de Dios es contraria a los deseos de la carne. Los discípulos entendieron esto claramente y vivieron conforme a las enseñanzas de Jesús. La consecuencia lógica de creer y obedecer a Jesús es la enemistad con el mundo, incluidos entre los enemigos aquellos que se hacen llamar cristianos pero que siguen un camino diferente. Por eso, Pedro aconsejaba a los cristianos a mantener su fidelidad a Dios aun en medio de la tribulación: “Manteniendo buena vuestra manera de vivir entre los gentiles; para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, glorifiquen a Dios en el día de la visitación, al considerar vuestras buenas obras.” 1 Pedro 2:12-16.
Incluso en tiempos de angustia y persecución, se nos ordena someternos a toda autoridad humana de manera que nadie pueda acusarnos de ser delincuentes, sino que, haciendo la voluntad de Dios, hagamos callar a los inconversos a través de nuestras buenas obras: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.” Mateo 5:16. Este llamado no es para actuar por la aprobación de los demás, sino para agradar a Dios.
Los primeros cristianos aprendieron muy bien las lecciones del Maestro, y de igual manera enseñaban estas verdades a los nuevos creyentes. Pedro escribe: “Porque esto merece aprobación, si alguno a causa de la conciencia delante de Dios, sufre molestias padeciendo injustamente… pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas… el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente.” 1 Pedro 2:19-25.
Este ejemplo de amor y entrega es el que debemos imitar, no el ejemplo del mundo que nos empuja a buscar nuestro propio interés. Este modelo de vida es el único que Dios acepta, el modelo de vida de Su Hijo Jesucristo.
Por tanto, si bien la sinceridad, la honestidad y la devoción con la que adoramos a Dios son necesarias, estas no bastan si no están fundamentadas en la verdad. La vida que Dios nos llama a vivir es aquella que sigue las pisadas de Jesús, en amor, santidad y humildad. Acepta esta verdad con un corazón dispuesto, para que, como aquellos primeros cristianos, seas luz en un mundo que necesita ver el reflejo de Cristo en quienes han creído en Él.